Opinión

Estados Unidos: Crisis de legibilidad

Lee la nueva columna “Desde otro prisma”.

Roberto Alejandro
Roberto Alejandro

En la ciudad de Strasbourg, una señora se detuvo en la calle y comenzó a danzar. Nada raro. El baile es una diversión cultural y, sea acción solitaria o actividad festiva, se entiende. Pero con esta dama, algún flechazo invisible le había congelado la mirada y danzaba al compás de músicos, también invisibles, cómodamente sentados en su cerebro. Estuvo bailando por cerca de una semana. Pronto estaría acompañada de tres docenas de personas también bailando en estado de trance.

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Fue en julio de 1518 y con la Sra. Troffea, nombre de la aludida, se inició el misterio clínico de la plaga danzante.

Esos actos transgredieron la legibilidad de la rutina de la dama y sus acompañantes. Los rasgos que suelen explicar el baile no existían: no eran movimientos por entretenimiento casual y pertenecían a lo extático. Antes de las contorsiones, nada indicaba desajustes emocionales.

Acciones como estas, retos imprevistos a rutinas conocidas y predecibles, terremotos que trastocan nuestra geografía mental, nos confrontan con una novedad ante la cual no encontramos explicaciones. Defino esas interrupciones y sorpresas en nuestro mundo conceptual como crisis de legibilidad. En una democracia constitucional, se afirman valores como derechos individuales, sufragio universal, estado de derecho, etc., que, independientemente de cuán lejos o cerca estén de los hechos, la mayoría afirma y genuinamente cree en ellos. En una crisis de legibilidad, las definiciones públicas de esos valores se desvanecen. Lo que creíamos seguro desaparece y nadie sabe qué, si algo, lo sustituye.

Lo clínico es inservible en el ámbito político sin que ello excluya fuertes emociones (rabias y resentimientos, casi siempre justificados) o psicópatas entre gobernantes o aspirantes a serlo. No hubo nada clínico en la elección de Donald Trump. Las explicaciones del momento, todas políticas, sobraban: el deseo de cambio; la desconfianza que Hilary Clinton provocaba en muchos; el escepticismo hacia las elites de Washington; los temores de muchos ante los migrantes, etc.

Pero hubo otras. En el dominio de lo sacro, sueños y profecías anunciaron el triunfo y fueron confirmadas. En algunos, lo sagrado se movió a lo extraño. Según Stephen Strang, editor de la revista Charisma, espejo importante de un sector pentecostal, patrones numéricos mostraban a Trump como elegido por Dios: 700 días después del nacimiento de Trump se fundó el estado de Israel; en su primer día como presidente tenía 70 años; siete meses y siete días. Se inauguró en año hebreo 5777. Una luna de sangre coincidió con el nacimiento de Trump y otra en el punto medio de su presidencia (20 de enero de 2019).

Las profecías no pueden explicarse desde el marco político y mucho menos desde las contingencias de un proceso electoral. Aún así, poseen un marco explicativo en los textos bíblicos. Con la numerología y las lunas de sangre, desconozco sus marcos de referencia.

Trump comenzó la presidencia y entonces lo rutinario se descalabró. Dejando de lado las rupturas del decoro, llegamos al 6 de enero del 2021, fecha de un intento golpista telegrafiado y anunciado por semanas.

Un plan insurreccional, por un presidente convencido que su jeringonza materializa un estado de derecho, fue la aberración, el acto plus ultra de la política norteamericana. El intento de golpe de estado se esgrimió como defensa de la Constitución y avalado por la misma. La noche misma de la tragedia, la mayoría del partido republicano en la Cámara se alió a los insurrectos. Estábamos frente a otra legibilidad. Luego, la solución institucional del impeachment no prosperó. El partido republicano inició la borradura mediante la re-descripción: la sedición televisada fue una visita turística, una expresión política legitima.

Casi cuatro años después, el sedicioso aseguró la nominación presidencial; no ha tenido juicio que analice evidencia y dicte veredicto; alega inmunidad; toda la prensa lo ha normalizado; y con la anuencia del Tribunal Supremo, no hay certeza que los hechos del 6 de enero se lleven a juicio antes de las elecciones.

Nada de esto es legible dentro de un orden de derecho. Y no lo es porque las explicaciones posibles están fuera de las normas de la república constitucional. Tenemos que ir a una esfera supra-política, a la teoría griega (todas las naciones poderosas sufren un destino de desarrollo, ocaso y destrucción); o al océano de la historia y sus patrones (Weimar, por ejemplo) y luego aplicamos tal patrón a Estados Unidos. O recurrimos al cine y alguna escena surrealista: un caballo caminando por una ciudad a medianoche tendría tanto sentido como lo que hoy vemos en Estados Unidos.

Si agregamos el escenario de un expresidente convicto que gana una elección presidencial y entonces se auto-perdona, estamos en otro universo.

Para esta persona, miembro de una clase social, de una raza, y con apoyo electoral, la Constitución es una fiesta. La Sra. Trofea se asombra que comparen su baile de verano con la república-comparsa.

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