LUSAIL, Qatar (AP) — Para ellos también es el partido de su vida. Pero no lo jugarán en el campo de juego sino desde las tribunas.
Una marea de camisetas y banderas albicelestes rodeaba este domingo al estadio Lusail, en Qatar, desde varias horas antes de la final del Mundial entre la selección de Lionel Messi y el último campeón Francia, un duelo que tiene en vilo a los hinchas albicelestes aquí y en su patria a miles de kilómetros.
“Me tiemblan las piernas, siento que me voy a desmayar. Quiero entrar ya”, expresó emocionada Martina López, de 25 años, que está junto a familiares en Doha desde el inicio del Mundial.
Vestida con la casaca clásica de Argentina y dos banderas argentinas pintadas sus mejillas, la joven oriunda Buenos Aires cree que la hinchada fue un factor determinante para que la Albiceleste llegara al último partido del certamen luego de la derrota ante Arabia Saudí en el debut.
“Lo dimos todo, no tuve voz casi todo el viaje. La tuve que cuidar estos días para tener voz hoy”, admitió López.
La procesión de hinchas argentinos hacia el estadio al norte de Doha comenzó varias horas antes del partido. La línea roja del metro, la única que llega a Lusail, se vio desbordada por fanáticos que saltaban en sus vagones mientras cantaban “Muchachos”, el himno no oficial de la hinchada que hace referencia al clásico rival Brasil, a Diego Maradona, Messi y los héroes de la guerra de Malvinas.
“Es el partido más importante de mi vida”, afirmó Néstor Peinetti, de 55 años, que viajó para la semifinal y ahora aguardaba el partido final bebiendo mate, la tradicional infusión argentina.
Vestido con una túnica que en la parte superior estaba confeccionada con los colores celeste y blanco y en la espalda grabado el número 10, Pininetti consideró que en esta Copa del Mundo se dio una química especial entre hinchas y el equipo porque “por primera vez desde el 86 en el que diez jugadores daban todo por Maradona, lo volví a ver en esta selección”.
“Diez jugadores dando todo por Messi. Nunca lo había vuelto a ver”, apuntó.
A metros del acceso al Lusail, Raúl Figueroa y Sebastián Cosentino — ambos oriundos de la Patagonia argentina — estaban parados con un cartel escrito a mano en inglés “necesito entrada”.
“Te da bronca no poder disfrutar esto. En los otros partidos no hubo problema”, lamentó Cosentino, de 39 años.
Contaron que les pidieron hasta 5.000 dólares por una entrada, dinero con el que no cuentan luego de tres semanas en Doha.
La ansiedad de los hinchas es tan grande como la fe en el equipo.
“Uno sueña, el argentino es futbolero. Nosotros jugamos a la pelota toda la vida. Estamos a 200 metros de ver a Messi levantando la copa que todos queremos, va a ser inolvidable, para toda la vida”, dijo Figueroa apesadumbrado.
La Albiceleste buscará su tercer estrella mundial tras los títulos en 1978 y 1986.