En vísperas de la celebración del Día de las Madres, en Cayey los familiares de Doña Ynes María de Jesús Garay le celebraron su cumpleaños número 107 el pasado 20 de abri.
“Doña Ynés es uno de los luminosos ejemplos de las madres cayeyanas que hacen lo posible, y también lo imposible, por el bienestar de sus hijos y sus familias. La felicitamos por esta larga vida, fructífera y llena de amor y servicio a los demás”, afirmó el alcalde de la ciudad, Rolando Velázquez.
Doña Ynés es hija de Don Eugenio De Jesús Cartagena y Doña Juana Garay Tirado. A la edad de 10 años, sus padres se mudan al Bo. Pasto Viejo donde pasó su adolescencia. Producto de la mentalidad de aquellos años, su padre decidió retirarla de la escuela cuando termina el tercer, por entender que las mujeres “iban a la escuela a enamorarse”. Mujer luchadora y valiente comienza a trabajar a la temprana edad de 13 años en las talas de tabaco, industria de gran pujanza en Puerto Rico. Luego pasa a los ranchos a seleccionar las hojas del tabaco, siendo su último trabajo el de despalilladora.
En su primer matrimonio procreó sus dos hijos Ana y Ángel ‘Gilbert’ Alberto. En su segundo matrimonio con Domingo Colón Ortiz procrea 11 hijos: Ángel Luis, Marta, Rosa María, Carmen María, Ángel Manuel (Weíco), Domingo Jr., José Antonio (Tony), Santa, Ana Lydia (Tata), José Salvador (Papo) y Guillermo y también cría sus dos hijastras María Concepción y Andrea. A esta hermosa y numerosa familia, con el pasar de los años, se fueron incorporando 54 nietos, 101 biznietos, 81 tataranietos y 1 chozno que viene en camino.
“Son muchas las cosas que se pueden decir de Ynés, pero como mejor la podemos describir es con su más conocido refrán y amado por todos: “soy chiquita, pero mando y voy”; el cual le repite a todos al día de hoy”, como dice una de sus nietas, Yaideliz Rodríguez.
Ynés aprendió a coser gracias a su mamá y confeccionaba ropa de hombre, así como muñecas de trapo para vender. Trabajó incansablemente junto a su esposo para levantar su numerosa familia.
“Hoy vienen a nuestra memoria aquel enorme caldero de arroz que solía cocinar, donde no tan solo comían sus hijos, sino reimundo y todo el mundo. Es que el corazón de Ynés es tan grande que nunca ha tendido nada suyo sino de todo aquel que lo necesite”, rememora su nieta.