Sí, había diptongos en el arahuaco taíno. ¿Los ve allá arriba?: /iu/ y /ie/. Álvarez asegura que el empleo de diptongos (y triptongos) era abundantísimo. Y ese junte de vocales atravesó procesos de evolución, influenciados por la fonética histórica del romance español. Por ejemplo el diptongo ia- evolucionó para convertirse en el sonido de la ye, como en iaboa > yaboa (ave acuática).
En cuanto a los diptongos taínos ie- e io- en principio de palabra, ambos evolucionaron a ye- y yo-, en palabras como “Yocahu” (dios supremo de la mitología taína de la Española, probable variante denominativa del Yukiyu boriquense) y “yucayeque” (escrito iucaieque en el siglo XVI).
¿Y qué nos dicen Álvarez de los diptongos ua- / ui-? Pues esos se reforzaban con un sonido velar en aquellas palabras que entraron al castellano, como por ejemplo uaitiao > guaitiao, donde la /g/ es el refuerzo velar consonántico (es decir, que se articula por allá atrás dentro de su linda boquita, en el área del velo del paladar). Sepa que guaitiao significa ‘nuestro compañero’.
¿Triptongos? Pues mire este: iuana > iguana; papaia > papaya. Álvarez también menciona el tetraptongo auei-, como en uáiama (un tipo de calabaza) que “experimentó una simplificación y reacomodación que desembocó en auyama”, como le llaman a la calabaza en República Dominicana.
El autor sugiere que esa voz podría ser la basa de Guayama, el pueblo de los Brujos. ¿Brujos? Ah, pues ese era el búaia, pero no, nada que ver con conjuros. Este era el curandero, el médico taíno. Linda voz, ¿no le parece? El Búaia de cabezera. ¡Feliz día mis queridos METRO lectores!