Pepo le ofrece una paleta a Cusín para distraerla mientras recorren en auto una distancia más larga de lo usual. Le canta. La invita a cantar y, juntos, también cuentan los florecidos árboles de Flamboyán.
Parece la imagen de un amoroso papá y su pequeña niña, pero Carmen “Cusín” Virella y Pepo García son madre e hijo. Ella tiene 90 años y él 67. Así que, saborear la paleta, contar las árboles y cantar son como grandes bocanadas de aire en medio de la asfixiante experiencia que resulta una etapa avanzada de Alzheimer.
Al referirse a la mujer que formó familia con Jesús García Bou hace 72 años, la voz de Pepo destila ternura, gratitud y admiración. Con sus atenciones a Cusín, no hace nada distinto de lo que ella, con su ejemplo y cuidados, le enseñó a él y sus cinco hermanos, hasta que esta enfermedad se asomó a su vida. Ambos progenitores se prepararon económicamente para que, si tenían que recibir cuidados, los tuvieran en su hogar.
“Eso aquí no es negociable. No puedo dejar de ser un cuidador para ella, de la misma manera que ella lo fue con todos sus hijos. La admiro como un ser de luz… Es de esas viejitas que no hay manera que tú no las veneres”, comentó Pepo, un veterano periodista y comunicador. Pepo y sus hermanos han tenido que lidiar con el Alzheimer por alrededor de 15 años. Su papá, quien falleció en 2017 a los 87 años, recibió el diagnóstico ocho años antes. Con su muerte, en medio de los huracanes Irma y María, los síntomas de Cusín se hicieron más evidentes.
“No tengo duda que el sufrimiento le aceleró la condición”, sostuvo uno de los tres hijos que, actualmente, se turnan para el cuidado de Cusín. Su madre está en una etapa avanzada de la condición. No conoce a sus nietos y bisnietos. A veces, tampoco conoce a Pepo, que constantemente le recuerda que él es su hijo.
Sin embargo, hay cosas que Cusín todavía puede hacer. Se viste, come sola y va al baño asistida. “No se acuerda de nada. Lo único que me da resultados en todo momento es que me pongo a cantar música del ayer y ella se pone a cantar. Hacemos coro. Eso le ayuda a ella y me ayuda a mí”, relató.
“Si lo hubiésemos sabido”
Ayudarse. Entre tanta investigación y años de convivencia con el Alzheimer, Pepo ha realizado cambios en sus hábitos y procura una alimentación más saludable. Desde que su papá enfermó, se sumergió en la literatura científica disponible acerca del Alzheimer. Comentó que el azúcar apareció como el denominador común, pues se transforma en grasa e inflama todo el sistema. Relató que un día, con su padre encamado y en una etapa avanzada de la enfermedad, le comentó a Cusín sobre la relación del azúcar y el Alzheimer. Su papá, que ya se comunicaba muy poco, respondió “si lo hubiésemos sabido”.
“Me dije que, si él lo hubiese sabido, él habría hecho un cambio. Ahí yo dije que ahora que yo tengo el conocimiento, ¿qué voy a hacer para enfrentar esto?”, expresó.
Al cambio en su dieta, sumó un plan que le ayuda para no sufrir del conocido síndrome del cuidador, ese profundo desgaste físico y emocional que padecen muchas personas que conviven y se hacen cargo de un paciente durante un periodo prolongado. Pepo asegura que ahora medita como nunca en su vida, hace caminatas y levanta pesas, porque le ayuda a activar las hormonas del bienestar y la felicidad. Procura conectar con la naturaleza y disfruta tomando fotografías. Además, se mantiene activo apoyando un grupo de jóvenes que desarrollan iniciativas por el país.
“Además de todas estas cosas, lo que me mantiene es el amor”, afirmó. “Ser cuidador de una persona con Alzheimer es mucho, mucho, mucho más retante poque siempre hay que estar buscándole la vuelta. Todo el tiempo tienes que estar mutándote”, dijo.
Sin embargo, Pepo no renuncia a esas mutaciones, ni a los desvelos o las repeticiones. Ahora, se abrazan más que nunca y disfrutan mutuamente de su compañía. “Este es el tren de la vida. Estamos llegando a la última estación y antes de que ella se baje, estoy tratando de hacerla lo más feliz posible”, declaró el hijo de Cusín.