Lola Vendetta ha sido por años un ícono del feminismo. Aquella que ha luchado contra estereotipos, pero que también ha visto en ella misma una manera de replantearse a través de dilemas vitales. De este modo, hemos visto cómo el personaje creado por la española Raquel Riba Rossy se ha transformado de una vengadora a una mujer con autocrítica y una, que como todas, atraviesa por cambios vitales profundos.
Estos se han visto más que nunca en su nuevo libro, “Una habitación propia con Wi-Fi”, donde Lola afronta una separación, la pandemia a solas y también donde replantea su modo de existir y relacionarse. Metro habló con la autora sobre sus cambios y el cómo ha hecho que a través de la soledad pudiese ver cosas inexistentes que la han hecho evolucionar tanto personal como creativamente.
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P: ¿Cómo surgió el libro?
–Yo intentaba que fuese un libro post feminista que criticase al capitalismo. Y cómo se sustenta sobre la cero valoración del tiempo de los trabajadores. Intentaba que fuese estrictamente político, y ahí precisamente comencé a vivir una serie de eventos personales que me hicieron cambiar completamente el punto de vista de las cosas. Para mí era imprescindible ingerir todo aquello a través de las ilustraciones. Hasta que tuve una reunión con mi editora y me dijo: “acá está pasando algo. No estás tú en el libro”. Y en ese momento me habían pasado un montón de cosas. Así que le dije: “Creo que necesito parar y replantearme qué comunicar. Estoy tan perdida conmigo, que no sé qué dibujar. Tengo el vaso lleno hasta arriba y no sé digerir las cosas”.
Entonces llegó el COVID-19 y fue un momento para frenar y pensar. Mi cuerpo, igual, me estaba avisando que debía desahogarme y es consecuencia de haberle hecho caso.
P: Luego de tu separación, a través de Lola exploras cómo puedes tener una relación y que esta termine sin un ápice de romance. ¿Qué querías mostrar?
–Yo quería explorar, a pesar de lo que digan las series y otros productos culturales, es que no se termine el amor u haya otro drama por romper con alguien. Y a veces termina porque una voz le dice “tienes que ir por ahí y la persona te tiene que acompañar en ese proceso”. Y también es un motivo de ruptura válido. Quiero replantearme todo, pensé. Y así, empecé a dibujar cuando me apetecía, y frenar fue acorde con la pandemia. Ahí pude pensar y me di cuenta de que necesitaba ese espacio para dejar de correr y tener ese ímpetu de estar haciendo cosas. También, por mis problemas de salud, tuve que hacerle caso al cuerpo. Y por eso el libro también ha surgido de esta manera.
P: ¿Qué encontraste en soledad?
–Esta es una palabra que ha generado nuevos colores con todo el mundo durante estos años de pandemia y creo que desde el feminismo siempre se había entendido como esa “habitación propia”, un espacio para pensar, pero en esta pandemia hemos visto aristas suyas que no eran tan bonitas y que podía sufrir muchísimo. Que luego son útiles y les puedes dar la vuelta, a su vez.
Ahora bien, la soledad es la palabra que podría definir globalmente la pandemia. Y esta, con el aislamiento, genera una de las sensaciones más vulnerables que un ser humano puede experimentar. Un ser vivo, de hecho, porque si aíslas a un perrito se deprime. Entonces es explorar esa dicotomía: qué tan buena/mala puede ser esa soledad. Y dejamos esto al discernimiento de la lectora.
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P: ¿Qué fue lo más desafiante de esta experiencia transformadora?
–A nivel personal ha sido darme cuenta de lo inmensamente cansada que estaba de cumplir con este papel de complacencia, de hacer felices a los demás por encima de todo, con mi manera de moverme, hablar, etc. Y darme cuenta de que todo ello ha sido para sobrevivir, no porque lo disfrutara. Y esos aprendizajes han llegado a calar capas profundas, a punto de que no era consciente de mi propio agotamiento y cuando pude recuperarme, a la vuelta, también me di cuenta de cuándo puedo frenar a tiempo porque me estoy sobrecargando. Y es un aprendizaje constante.
¿Cómo surgió esa conciencia ambiental?
–Hay un impasse entre el tercer y cuarto libro, donde yo me siento muy mal por estrés y miles de cosas. A fallarme el cuerpo e ir de un médico a otro, a pagar medicinas. Y me dije: “A mí me pasa esto y puedo pagármelo, de algún modo, así sea apretándome el cinturón. Pero no puedes tener un desarrollo intelectual si no solucionas esto y menos si no puedes pagártelo”. Ya tenía ese concepto interiorizado, pero acá llegó a flote. En ese periodo también comencé a leer de más personajes del feminismo, como Yayo Guerrero, ecofeminista, y habla muy bien de esto. De cómo afecta a distintas capas de profundidad el hecho de no tener recursos, la estructura de la economía, etc. Y estos videos me acompañaron mientras dibujaba y es como irle quitando capas a una cebolla: empiezo a hablar de empoderamiento femenino, amor propio, de que no debería doler la menstruación y es un problema médico y te das cuenta que hay un sistema económico que controla todo y que para muchas mujeres es inaccesible, por lo que no podrán nunca salir de ciertas situaciones. Y jamás podrán hablar. Y esto me hace cuestionarlo todo desde hace tres años.
P: Ahora bien, ¿qué es para ti la libertad?
–Es uno de los conceptos densos de este libro, porque de mi manera de entender al mundo no hay libertad sin entender al otro. Siempre respetando los derechos humanos, porque si se nos va la cabeza, no podamos hacer daño. Pero el límite está ahí, pero no concibo la libertad sin debatir con la gente de mi alrededor todo lo que nos rodea, nuestros privilegios, suertes, posiciones. Hemos hecho un esfuerzo, pero no tanto como una mujer de un barrio marginal de donde vivimos, por ejemplo. Entonces cuestionamos lo que nos ha hecho como somos. Todo eso no es casualidad, es dado por herencias históricas, económicas y una serie de factores que deberíamos tener más presentes cuando desarrollamos un discurso.