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Plan Nacional de Lectura de Puerto Rico: ¿una utopía al alcance?

Reportaje realizado para el Centro de Innovaciones Educativas y Culturales. Especial en Metro.

La novela distópica Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, cuenta la historia de una sociedad imaginaria en la que los libros están prohibidos y destinados a ser quemados porque sus líderes entendían que eran causa de discordia y sufrimiento. El relato, publicado en el año 1953, se constituyó en una alegoría sobre la censura y el avasallamiento del pensamiento crítico en la víspera de la explosión de la sociedad de consumo.

En el “Postfacio” de una de las ediciones del libro, del año 1993, Bradbury afirmó que en la sociedad contemporánea no haría falta quemar libros, si el mundo comenzaba “a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe”.

Habrá quien piense que la manifestación del escritor estadounidense es una exageración. Sin embargo, lo que pocos dudan es que en el siglo XXI vivimos en una gran paradoja: se lee más que nunca (libros, periódicos, contenidos digitales o mensajes de texto, por ejemplo), pero nuestra capacidad de análisis, la comprensión lectora que echan de menos los maestros, está en entredicho. La saturación de contenidos y la incapacidad para entenderlos han convertido a muchos ciudadanos en “ignorantes bien informados”, como afirma el intelectual español Daniel Innerarity en su libro del año 2011 La democracia del conocimiento. Por una sociedad inteligente. Este autor argumenta que el mundo se ha tornado líquido, cambiante y sorprendente; y que nunca habíamos tenido tanta información a la mano, nunca tanto conocimiento sobre el estado del mundo y, al mismo tiempo, nunca había sido tan frágil y confusa la comprensión de los relatos sobre lo que ocurre.

De modo que promover la lectura y el “saber leer”, es decir, interpretar y entender un escrito o una imagen en su contexto, es uno de los grandes desafíos de nuestra época. Vivimos un período marcado por la dictadura de los algoritmos, las noticias falsas y las interacciones en las redes sociales donde, más que como lectores, actuamos como “archilectores”. Este concepto, propuesto por el teórico catalán Román Gubern en su obra La metamorfosis de la lectura (2010), se refiere a los “usuarios” de estos tiempos digitales, que leen, reaccionan y dan continuidad a un texto, a partir de sus valoraciones o aportaciones.

Leer bien tiene que ver, además, con el desarrollo del pensamiento crítico, la construcción de la ciudadanía, el enriquecimiento de la conversación pública y el fortalecimiento de la democracia en la sociedad contemporánea. No es poca cosa.

Por tal razón a través de los años muchos países han impulsado planes nacionales de lectura. El objetivo ha sido articular un esfuerzo multisectorial, sostenido y apoyado por los estados. En Puerto Rico, sin embargo, esto es aún un sueño.

Antecedentes de un proyecto inconcluso

La última vez que se habló en concreto de la posibilidad de desarrollar algo parecido a un Plan Nacional de Lectura en nuestro país fue en el verano del 2016, cuando las representantes Luisa “Piti” Gándara Menéndez y Brenda López de Arrarás presentaron el Proyecto de la Cámara # 2996 para adoptar la Ley del Plan Nacional de Lectura de Puerto Rico como “estrategia de impacto social” y para “promover la formación integral de la población”, según indica el documento del proyecto. La meta fundamental era que el Gobierno estableciera una política pública en la que la promoción de la lectura fuese una de las principales puntas de lanza de los esfuerzos contra la desigualdad social.

Además, mediante esta ley se establecerían los contenidos del Plan Nacional de Lectura; se crearía el Comité Asesor del Gobernador para su establecimiento; se dispondrían las funciones de ese Comité Asesor; se precisarían las responsabilidades de las entidades públicas y, muy importante, se identificarían los recursos económicos para su puesta en marcha. La Exposición de Motivos del anteproyecto mostraba unos fundamentos filosóficos incuestionables, relacionados con la importancia de la educación para la transformación social y con el convencimiento de que la lectura y la educación son pilares fundamentales para enfrentar los desafíos de la globalización, la competencia en el ámbito profesional y la sociedad digital. Además, se amparaba en los postulados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que ha señalado que la lectura y la competencia lectora son indicadores del desarrollo humano.

Lamentablemente, el Proyecto de la Cámara # 2996 para crear la Ley del Plan Nacional de Lectura de Puerto Rico aparenta haber sido solo una anécdota. La medida, presentada al filo del cierre de las actividades del Capitolio en el período estival del año 2016 y en la temporada previa de la campaña partidista, no fue discutida en vistas públicas. Tampoco fue retomada posteriormente por otros legisladores o gobernantes, lo que refleja la falta de seguimiento a iniciativas que por su pertinencia y valor deberían trascender el tribalismo partidista.

Ocurrió, por ejemplo, con Lee y Sueña, un programa que se desarrolló entre los años 2005 y 2008, dirigido a fomentar la lectura desde la cuna. Como parte de esa iniciativa se distribuyeron libros cuidadosamente seleccionados, se creó un grupo de promotores de lectura que adiestraron a padres y cuidadores, y se crearon cincuenta (50) Rincones de Lectura alrededor de toda la Isla.

Quienes fueron testigos de lo que sucedió en los Rincones de Lectura valoran muy positivamente la diversidad y el dinamismo de las actividades que allí ocurrían: lecturas dramatizadas, maratones de lecturas y teatro de títeres, entre otras. Los Rincones de Lectura estaban en las bibliotecas escolares, en un espacio diseñado para esos fines. Espacios con colores vistosos, muebles, sillones y libros eran parte de la puesta en escena, que buscaba provocar e incitar a la lectura, entendida como una experiencia divertida y enriquecedora.

Como parte de Lee y Sueña y del Rincón de Lectura, proyectos gestados en la Oficina de la Primera Dama (Gándara Menéndez ejercía esa labor durante el período), también hubo una intensa campaña de divulgación pública sobre el valor de la lectura para niños y adultos. Según los estudiosos del tema entrevistados para este escrito, fueron programas bien pensados, un interesante referente y punto de partida para un Plan Nacional de Lectura en Puerto Rico.

“El hecho de que esas iniciativas se quedaran en nada es una tragedia. Eran proyectos excelentes. Esos programas estaban diseñados para hacer a los niños lectores de por vida; además, se educaba a los padres. Pero la política partidista los mató. No se les dio continuidad. Es bien frustrante que con tanto talento y con tanta gente preparada e interesada en trabajar en esto el Gobierno no muestre ningún interés”, opina la doctora Hilda Quintana, autora del libro Didáctica de la comprensión lectora (2010) y quien durante varios años publicó, junto a la también profesora Matilde García-Arroyo, una serie de columnas sobre el valor de la lectura en el diario El Vocero.

Durante los pasados años se han desarrollado otros esfuerzos públicos, impulsados desde la Universidad de Puerto Rico (por ejemplo, el Maratón de la Lectura del Centro para el Estudio de la Lectura, la Escritura y la Literatura Infantil, CELELI, adscrito a la Facultad de Educación del Recinto de Río Piedras), el Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP), la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española (ACAPLE) y el Festival de la Palabra. Además, varias entidades privadas, como bibliotecas, editoriales y organizaciones con base comunitaria, han llevado a cabo maratones de lectura, premios literarios, encuentros con autores, y congresos de la lengua y la literatura.

Las organizaciones no gubernamentales han tenido un rol importantísimo en la agenda lectora, originando y sosteniendo proyectos. El ingenio, la voluntad y el compromiso de entidades como el Instituto Puertorriqueño de Literatura Infantil o el Programa Internacional de Acercamiento a la Literatura Infantil (PIALI), por mencionar dos casos emblemáticos, son muestras de estas aportaciones. “El Instituto Puertorriqueño de Literatura Infantil, que no contaba con el Gobierno, tuvo muchos frutos. Ahí se unieron distintos sectores; por ejemplo, la Biblioteca Carnegie, las universidades, las casas editoriales, los escritores, los ilustradores, las librerías y los representantes de las escuelas. Hicimos encuentros, semanas de la lectura, obras de teatro, certámenes de escritura para niños y actividades con escritores. Además, se produjo una bibliografía de la literatura infantil puertorriqueña”, explica la escritora y maestra Georgina Lázaro, quien formó parte del Instituto, un esfuerzo que se desarrolló en el sur de Puerto Rico durante la década del noventa.

Por su parte, el Programa Internacional de Acercamiento a la Literatura Infantil (PIALI), entidad fundada en México en el año 1985, ha organizado en nuestro país actividades para promover la lectura y la escritura, en las que intervienen estudiantes, maestros, bibliotecarios, padres y mediadores. PIALI, que tiene representación en Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, República Dominicana, Puerto Rico, Panamá, Venezuela, Chile, Bolivia y Paraguay, llevó a cabo su congreso del año 1993 en Ponce. Jesuan Texidor Santiago, consultor educativo que cuenta con un doctorado en Gerencia Educativa de la Universidad Católica de Ponce, es el delegado de la sección de Puerto Rico del programa. Desde niño ha participado en certámenes de literatura infantil auspiciados por PIALI, conociendo de primera mano el valor y el potencial de sus proyectos para cultivar en los niños el amor por la palabra.

La palabra como objeto del deseo y práctica democrática

Promover las prácticas letradas en la sociedad contemporánea ha sido un reto complejo para los maestros y los gestores culturales. Como explica Daniel Cassany en su libro En_línea. Leer y escribir en la red, publicado en el año 2012, antes de internet los estudiantes encontraban en la escuela todo lo que no tenían en sus casas (libros, enciclopedias o diccionarios). Los maestros les enseñaban a usarlos y “el aprendizaje de la lectura y la escritura tenía sentido e interés”.

Sin embargo, nos dice Cassany, hoy la mayoría de los alumnos tienen acceso a las herramientas digitales (teléfonos celulares, tabletas o computadoras), y muchos de los maestros y escuelas se quedaron atrás en la integración o manejo de esta tecnología, por lo que “este podría ser el motivo del desinterés por los libros, la lectura y la escritura”. De todos modos, los estudios sobre el tema sugieren que hoy día puede ser engañoso pretender establecer una frontera entre el mundo digital y el mundo analógico. Por el contrario, en la actualidad ambos se complementan, lo que ofrece oportunidades interesantes al momento de promover las prácticas letradas y para entender las que ocurren en el marco del tiempo libre de los estudiantes, con familiares o amigos, y más allá de una directriz de un maestro. Comprender los usos y las gratificaciones de los alumnos es un primer paso para convertir las prácticas letradas en objeto del deseo.

En la sociedad digital saber leer y escribir es un acto democrático. Con la entrada al siglo XXI y el tránsito a la sociedad de la información y el conocimiento, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) estableció que los libros y el acto de leer constituyen los pilares de la educación y la difusión del conocimiento, de la democratización de la cultura, y de la superación individual y colectiva de los seres humanos. Es decir, que las prácticas letradas son fundamentales para el desarrollo de los pueblos. La declaración de principios de la UNESCO inspiró el desarrollo de exitosos planes de lectura en países iberoamericanos, siendo los casos de Chile, Argentina, México, Colombia y España algunos de los más señalados por los expertos sobre el tema que consultamos.

José Manuel de Amo, colaborador del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC), organismo auspiciado por la UNESCO, y director de investigación de la Fundación José Manuel Lara, entidad española que tiene el objetivo de promover la cultura, la educación y la lectura, ha estado relacionado con el desarrollo de varios planes de lectura en Iberoamérica y tiene muy claro cuáles deben ser los pasos iniciales para su establecimiento. “Lo primero que tiene que pasar es que el gobierno del país establezca la lectura como un derecho social para todos sus habitantes y que se vea como una práctica que puede acortar las brechas sociales”, sostiene.

De Amo, que es profesor de Lengua y Literatura en la Universidad de Almería (España), destaca que el apoyo del Estado es esencial para que un plan de lectura sea exitoso. Ese respaldo tiene que ver, por ejemplo, con el desarrollo de políticas públicas que impulsen su ejecución y que a la vez promuevan un compromiso de los sectores relacionados (por ejemplo, las entidades gubernamentales, las instituciones educativas, las editoriales, las universidades, los organismos culturales y la empresa privada).

Según el investigador, los ejes del plan mexicano, conocido como Estrategia Nacional de Lectura, podrían ser un referente para Puerto Rico. Allí hubo un pacto por la lectura, se creó un marco normativo gubernamental, se establecieron campañas de comunicación para dar prestigio a la lectura y se crearon sistemas de evaluación.

“Los planes de lectura que se han puesto en marcha en México, Argentina, Chile o República Dominicana son un referente porque se apoyaron en una política pública con un enfoque multisectorial. Primero crearon comisiones representativas de los distintos sectores (por ejemplo, el de los editores y los bibliotecarios). A partir de esas mesas de trabajo, que laboraron por cerca de año y medio, pudieron definir unos enfoques. Obviamente, para poder impulsar el Plan Nacional de Lectura en esos países contaron con el apoyo económico del Estado, que también creó legislación para, por ejemplo, incentivar la producción de libros”, cuenta Texidor Santiago, de PIALI.

El Plan Nacional de Fomento de la Lectura de Chile, denominado con el sugestivo nombre de Lee, Chile, Lee, es otro caso interesante. Ese plan, del año 2010, logró, contrario a esfuerzos previos, unir a las entidades que habían trabajado antes para promover la lectura: Ministerio de Educación; Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos; y el Consejo de la Cultura y las Artes. Luego de muchas sesiones y mesas de trabajo con objetivos claramente definidos, los participantes definieron cuatro líneas estratégicas que funcionan en conjunto para motivar a los chilenos a leer: acceso (a material bibliográfico, sean textos impresos o digitales), formación (de los mediadores de la lectura, sean maestros, bibliotecarios u otros), desarrollo (investigación sobre las prácticas letradas en el país) y difusión (para darle importancia a la lectura en la sociedad). Más allá de los logros obtenidos por este plan, los chilenos reconocen que uno de los principales desafíos lo es la comprensión lectora, un reto que, sin duda, también tendríamos en Puerto Rico.

“Nuestros alumnos tienen problemas de comprensión lectora. Es decir, para entender e interpretar lo que leen. Por otro lado, la mayoría de nuestros maestros no están preparados para enseñar comprensión lectora. Pensamos que leer es lo que se hace en la escuela elemental. Y que una vez los estudiantes dominan la mecánica de la lectura lo demás viene por añadidura”, apunta Hilda Quintana, una experta en el tema.

¿Por qué Puerto Rico no ha podido impulsar un Plan Nacional de Lectura que ponga las prácticas letradas en primer lugar y que reconozca la importancia que tiene para un país el que sus ciudadanos las dominen? Los conocedores de este tema consultados llegan a conclusiones similares: se debe a la falta de continuidad de proyectos del Gobierno, como Lee y Sueña (el de mayor alcance de los últimos años); al peso de los criterios partidistas en la agenda educativa y cultural y a los cambios que suelen ocurrir luego de las elecciones; a la incapacidad de los distintos sectores para ponerse de acuerdo más allá de las diferencias de enfoque y de criterio; y a las dificultades para lograr que un plan de lectura sea parte de una política pública.

Asimismo, las figuras vinculadas a la promoción de la lectura entrevistadas estiman que el éxito de un Plan Nacional de Lectura de Puerto Rico tendrá que contar con la apuesta clara de una política pública que promueva una visión multisectorial. Es decir, que entienda que existe un ecosistema que tendría que ser convocado e integrado (el Departamento de Educación, el Instituto de Cultura Puertorriqueña, el sistema privado de enseñanza, las librerías, las editoriales, los escritores, los gestores culturales, los municipios y las universidades, entre otros) y que se asigne un presupuesto para su realización.

La Dra. Beverly Morro, secretaria auxiliar de Servicios Académicos del Departamento de Educación (DE), asegura que ve con buenos ojos la posibilidad de crear un Plan Nacional de Lectura. “Yo quisiera que no sea solo un plan para promover la lectura del Departamento de Educación, sino que sea un plan integral para todo Puerto Rico. Que aprender a leer y a comprender mejor se convierta en una tendencia. Y para eso debe ser un esfuerzo multisectorial, público y privado”. Apuntó, además, que ha estado trabajando en el borrador de un plan para el desarrollo de la lectura de los estudiantes del DE, que quieren que sea un esfuerzo compartido con las comunidades y otras agencias del Gobierno y que, “sin duda alguna”, quiere que eso ocurra antes del año 2024. Sostiene que recursos económicos del Departamento de Educación pueden ser destinados a ese fin.

La Biblioteca y el Archivo Nacional, unidades adscritas al Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP), también podrían sumarse a un Plan Nacional de Lectura, según manifiesta Hilda Ayala, directora de ambas entidades. “Sería bien importante que ese plan nacional incluya a las bibliotecas. Por otro lado, el ICP tiene su editorial, que muy bien podría integrarse en ese plan nacional. Además, tenemos los ICP Comics, sobre personajes históricos y otras expresiones de nuestra cultura”, opina. La funcionaria informó que actualmente están trabajando en un inventario de las bibliotecas del País y que (hasta el momento de la entrevista) habían registrado setenta (70), sin contar los espacios multiusos que cumplen funciones similares.

El desarrollo de un Plan Nacional de Lectura de Puerto Rico supondrá, por qué negarlo, un esfuerzo monumental. Requerirá mucho compromiso, creatividad, rigor y recursos económicos. Sin embargo, no sería la primera vez que se logra una revolución cultural de esa envergadura en el País. La maravillosa experiencia de la producción de la División de Educación a la Comunidad (DIVEDCO) del Departamento de Instrucción Pública durante la década del cuarenta, con creadores como Rafael Tufiño, Lorenzo Homar, René Marqués, Pedro Juan Soto y Jack Delano, nos demuestra que no es necesariamente una quimera.

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