Moira Camila Garnica y otras mujeres trans migrantes han estado reuniéndose en su iglesia parroquial para orar por el papa Francisco, que sigue combatiendo una neumonía en un hospital de Roma, a aproximadamente una hora de la modesta localidad costera.
Muchas de ellas crecieron como católicas en Argentina, al igual que Francisco, y sus oraciones incluyen gratitud por su acercamiento — varias lo conocieron en persona —, así como esperanza de que la puerta que abrió hacia una comunidad doblemente marginada no se cierre en el futuro.
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“El mayor miedo es que nunca sabes cómo serán las cosas en el futuro, si él ya no lidera la Iglesia, podría retroceder”, dijo Garnica, de 47 años. “Esperamos que la Iglesia continúe con esta empatía, siga abierta a todos, continúe ayudando, porque a veces una persona puede dar un gran paso adelante y luego otros retroceden tres pasos”.
Garnica y otras mujeres latinoamericanas, la mayoría trabajadoras sexuales que llevan en Italia un par de décadas, se reunieron para la misa de la tarde a finales de febrero en la iglesia de la Bendita Virgen Inmaculada. Fue allí donde encontraron comida, medicinas y asistencia financiera básica cuando el estricto confinamiento por COVID-19 en Italia las dejó sin poder trabajar, aisladas y en la indigencia.
El sacerdote de la parroquia, el reverendo Andrea Conocchia, las invitó a escribir cartas a Francisco describiendo sus necesidades. La oficina del limosnero del Vaticano no solo proporcionó dinero, sino que llevó a unas pocas docenas de ellas al Vaticano para recibir vacunas. Años después, algunas fueron invitadas a un almuerzo para los pobres con el papa.
“En este periodo del COVID fue importante que el papa Francisco entró en el cerebro de las transexuales, entró en el cerebro de los seres humanos que somos nosotras y empezó a tratarnos como seres humanos que somos (...) yo pienso que es el punto en el cual puedo decir que la religión, o de repente el cristianismo, pues pudo abrazar a nosotras las trans”, dijo Carla Segovia.
La mujer de 48 años, de ascendencia indígena boliviana, dejó su Argentina natal cuando era estudiante universitaria durante una crisis financiera hace más de 20 años. Ha trabajado como prostituta desde que comenzó a pagar por sus cirugías de confirmación género en su juventud, y describe la violencia y discriminación que ha enfrentado como una dura prueba de “tu potencial para sobrevivir”.
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Ahora que Francisco está enfermo, dijo que quiere “transmitirle nuestra fuerza, lo mismo que él nos trajo en el difícil momento de la pandemia. Queremos inocularle esta fuerza que es tan crucial: el hecho de que necesitas luchar por tu vida”.
La transición de género es un tema controvertido en muchos países, incluido Estados Unidos, donde los obispos católicos la rechazan, y la inmigración también agita la política a ambos lados del Atlántico. Pero Francisco ha hecho de la inclusión una característica de su papado; específicamente, el Vaticano ha declarado que es permisible, bajo ciertas circunstancias, que las personas trans sean bautizadas como católicas y sirvan como padrinos.
Segovia y otras mujeres de su comunidad participaban en la Iglesia de niñas, pero más tarde sintieron que su identidad y trabajo las alejaban, hasta que llegaron al centro de distribución de alimentos de la parroquia de Torvaianica durante el confinamiento por la pandemia.
“Nosotros, los latinoamericanos, somos muy católicos, pero siendo trans, muchas puertas se cierran, y la gente se aleja de nosotros, y nosotras también nos alejamos”, dijo Garnica. “El boca a boca decía que esta iglesia te acogía, te ayudaba, y vine a pedir ayuda porque me sentía muy sola”.
También lo hizo Minerva, una peruana de 54 años que pidió que solo se usara su nombre profesional. Su voz temblaba de emoción mientras relataba cómo la experiencia cambió su vida en el pueblo.
“No teníamos trabajo, no teníamos plata para poder comprar nuestros alimentos. Una amiga (...) me dijo anda a la parroquia y toca y pregunta por don Andrea. Vine, toqué y como nunca él abrió sus brazos, junté un apoyo tan grande que hasta el día de hoy nos ayuda”, dijo Minerva.
“Nos ha abierto tantas, tantas puertas, que aunque aquí en al comienzo la gente no nos prestaban atención como hoy en día, ahora, cuando nos ven, nos saludan y todo”, añadió.
Para el reverendo Conocchia, ayudar a este grupo de mujeres está perfectamente alineado con el modelo de una Iglesia abierta que se extiende a los márgenes que Francisco ha promovido, así como con el famoso enfoque del papa de “quién soy yo para juzgar” en cuestiones LGBTQ+.
“Ponemos a los pobres de nuevo en el centro, ponemos a las personas de nuevo en el centro, y ese es el Evangelio”, dijo Conocchia. “Lo que me importa es una persona, la vida de una persona y su historia (...) una persona nunca es lo que hace”.
Dijo que la actitud más abierta del Vaticano, así como su bienvenida concreta a este grupo de mujeres, puede ayudar a abolir los prejuicios que tienen las personas religiosas, ya que es posible que los clientes de las mujeres incluyan a personas que asisten a misa, observó irónicamente.
Para las mujeres, que a menudo son rechazadas por sus propias familias, fue un momento de gracia que llegó directo al corazón.
“Una chica trans nunca habría imaginado en su vida que podría ver al papa recibirla, acogerla y ayudarla”, dijo Garnica. “Ya aquí la gente te maltrata por ser latinoamericana, imagina en América Latina y siendo trans... Pero gracias al padre Andrea, la gente entendió que también tenemos un corazón, que también podemos contribuir, que también necesitamos la Iglesia”.
Minerva fue catequista de primera comunión en su parroquia en Perú, hasta que según dijo la echaron por su identidad. En la sacristía de Torvaianica, bajo una imagen de Francisco, ensayaba una versión en español de “Amazing Grace” con la esperanza de unirse al coro local. Un verso, que le gusta cantar a la Virgen trata sobre salir de las sombras y entrar en la luz.
“Soy Iglesia... no soy parte de la Iglesia, porque cada uno de nosotros somos Iglesia”, dijo.