Deambulamos como pueblo. Estudiantes hambrientos y sin techo. Políticos sin norte. Tribunales en demencia. Policía en desdicha. Maestros deprimidos. Niños sin sentido de valía e identidad propia. Mientras, la vida nos pasa por el lado y reina la apatía. La gente solo puede ver que los ricos se hacen más ricos, los religiosos más justos, los políticos más poderosos. A la justicia le ponen tropiezo en el camino. A la verdad se le suprime. Se le rinde culto a la muerte, la mentira, la humillación y la inmediatez. Todo es sacrificable ante el altar que garantiza la seguridad y el bienestar individual.
Confesemos algo. Hay poco que los políticos podemos hacer ante los graves problemas que enfrenta nuestra sociedad. A la esencia de este caos solo uno puede hablarle para que venga al orden. Solo uno. Uno que representó en este mundo todo lo que queremos evitar y todo lo que queremos alcanzar. Solo uno en quien se confunden nuestras heridas y nuestros anhelos. Solo uno que llevo en sí la maldad que despreciamos y vivió la belleza que añoramos. Hoy más que nunca la cruz sigue siendo la respuesta más relevante.
Pero hay algo que debe quedar claro, el mirar la cruz no tiene sentido si lo que evoca es pena, vergüenza, dolor, sufrimiento o ira por lo que le hicieron a Jesús. Mirar la cruz debe hacernos sentir dolor, sufrimiento e irá por nuestro pecado y maldad. Mirar la cruz refleja nuestra maldad y pecado. A su vez, apunta a la gracia y el perdón de Dios todo poderoso que estuvo dispuesto a que su hijo Jesus llevará sobre sus hombros esa maldad. Para que su justicia fuera satisfecha y su misericordia fuera ofrecida. La cruz puede verse ofensiva, sí. Es ofensiva y difícil de mirar. Lo es, porque nuestro pecado es ofensivo y difícil de mirar.
En la cruz, la mentira, el odio, la corrupción, la enfermedad y el pecado consumados quedan. La cruz provee el fruto de la sanidad nuestra. Allí, en el monte de la calavera, hay salvación, justicia, perdón, sanidad, esperanza, amor y vida eterna.
Por tanto, que en esta semana como pueblo abracemos la cruz con esperanza dejando que el efecto de su perdón inmerecido haga lo que ningún partido o político es capaz de lograr, esto es: que hablemos la verdad y desechemos la mentira. Actuemos con verticalidad y rechacemos el engaño. Extendamos misericordia y perdón, desechando la injusticia. Señalemos el pecado y comamos con los pecadores. Atesoremos el hacer el bien y rechacemos la maldad. Que nuestras vidas apunten a la cruz y seamos capaces de vivir su evangelio.
“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. …. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.”
Isaias 53 (RV 1960).
MÁS COLUMNAS DE JUAN MANUEL FRONTERA SUAU: