El domingo Benito Antonio Martínez Ocasio hizo historia. Le guste a usted o no.
Bad Bunny, como ha bautizado a su persona artística, se alzó con el premio MTV Video Music Award como “Mejor Artista del Año” y ese acontecimiento no representa un paso pequeño. En cualquier caso, es una victoria histórica. Su nombre se suma ahora a los de figuras como Whitney Houston, Madonna, Janet Jackson o Eminem, por mencionar algunos. Todos ganaron el premio que antes era dividido en las categorías “Masculino” y “Femenino” pero que ahora no acepta limitaciones de género y ese logro es para quienes le siguen, un triunfo tan monumental como esperado. Para otros tantos es incomprensible por varias razones. Algunos porque la música del natural de Vega Alta no es “merecedora” del reconocimiento que ha obtenido. Otros porque aunque Benito es de estas latitudes, aun fallan en comprender el arraigo del conejo y su marca. Su movimiento de alcance global. Bad Bunny es, señores, un VIP. En Mayúsculas. Y eso tiene muy poco que ver con que a usted o a mi nos guste o no su música. Tiene muy poco que ver con opiniones sobre su arte y mucho que ver con hechos. Lo remito a datos en los que su opinión y la mía importan muy poco.
A sus 28 años, Bunny logró conseguir que su más reciente producción “Un verano sin ti” alcanzara el tope de la lista Billboard 200. Una posición codiciada que reconoce como muy pocas otras el éxito comercial en Estados Unidos, la indudable meca de la industria discográfica global. Su número 1 evitó que una artista aclamada por la crítica, Lizzo, pudiera llegar a la cima en su semana debut. Otro de esos logros monumentales es el que reseñábamos hace unas líneas. Ha logrado alzarse con el premio al Mejor Artista en los MTV Video Music Awards y al hacerlo se ha convertido en el primer artista no anglo en conseguirlo. Añada lo siguiente. En abril de este año 2021 se confirmaba que la gira “EL Último Tour del Mundo” batía el récord antes establecido por la gira conjunta de Beyonce y Jay-Z y se convertía en la gira más exitosa del mundo post pandemia.
“La demanda para este tour ha roto múltiples récords con uno de los periodos más activos en la historia del Ticketmaster”, se le citó diciendo a Mark Yovich, el presidente de esa compañía. Un año y un disco más tarde, sigue rompiendo récords no solo en streaming (esta nueva metodología que define el éxito comercial y en alguna medida sustituye a las ventas como valor primario de la década de 1990) sino en ventas de boletos, lo que ha colocado a la disquera local Rimas como la de mayores ingresos globales por encima de gigantes veteranos del mundo del espectáculo.
Todo lo anterior retando las normas del “cross over” que siempre impuso a figuras no angloparlantes el requisito de “traducirse” y adaptar su trabajo musical al inglés y a los moldes comerciales del norte. Benito ha conquistado ese mercado (y el resto del mundo) con una identidad musical caribeña y en español. No han sido necesarios sencillos doblados al inglés o ruedas de prensa en el idioma de Shakespeare. El hombre ha dejado que quien quiera jugar su juego debe seguir sus reglas. Solo basta con ver sus entrevistas en los principales medios de Estados Unidos en los que obliga a los anfitriones a seguirle la conversación en español o, en el mejor de los casos, en un inglés con tanto acento como el de cualquiera de nosotros.
Pero a pesar de estos logros astronómicos, pienso que localmente aún hay quienes no comprenden el alcance de su éxito comercial. Tampoco parecen comprender que ese éxito tiene poco que ver con ser o no su fanático o consumir o no su música. Millones lo hacen ya y por eso él es - ya- la estrella con el mayor éxito comercial del planeta. Un dato que no está sujeto a opiniones porque está anclado en los hechos que importan para ese tipo de afirmación.
Si es moral o no -de buen gusto o no- es una conversación distinta y tan subjetiva como podrán serlo los sujetos de esa conversación. Desde luego, esas opiniones no condicionan para nada el alcance de su éxito actual. Bad Bunny es una estrella global. Un VIP. Gústele a quien le guste. Es, de paso, la más relevante estrella global de este momento histórico. Para reconocerlo no tiene que gustarnos su música o memorizarnos sus canciones. Su poderío global es real y nada se consigue cuestionándolo. Quizá convendría más estudiar los “por qués”. Tampoco debemos caer en el juego de culpar ese poderío por la irreverencia, la aceptación a la diversidad y la sexualidad del otro y sus opiniones sobre la clase política que imperan entre los más jóvenes. Me parece que la cosa opera a la inversa. Con toda probabilidad Bad Bunny –lo que es y lo que le importa en toda su amplitud-es una representación de gran parte de esa generación que le idolatra desde San Juan a la China. Y los que le siguen no son unos pocos.