Con la radicalización política a nivel nacional, se pudiera decir que los moderados han pasado de moda en la política estadounidense.
A la derecha, los republicanos conservadores desprecian al ala moderada de su partido llamándolos RINO (Republicans in name only). En la izquierda, los demócratas progresistas han pasado gran parte del último año y medio fustigando a los moderados de su partido, en particular a los senadores Joe Manchin de West Virginia y Kyrsten Sinema de Arizona, dado que estos entorpecieron la aprobación de algunos de los proyectos de ley prioritarios del partido y limitaron el alcance de algunos otros.
En ambos partidos, los activistas han impulsado la idea de que el camino hacia la victoria tanto en las elecciones de medio término como en las elecciones generales radica en movilizar a los electores del corazón del rollo (lo que en P.R. conocemos como la base del partido) y no en tratar de persuadir a los votantes indecisos, a menudo esquivos y/o desinteresados en las contiendas políticas.
Pero como pasa con todo, las modas cambian, y el momento de los moderados puede haber llegado nuevamente.
Como hemos comentado en columnas previas, las posibilidades de triunfo de los demócratas ha mejorado significativamente en los dos meses desde la decisión del Tribunal Supremo que anuló Roe vs. Wade. Varios factores están en juego en ese cambio de suerte: la disminución de los precios de la gasolina, el éxito de los demócratas en la aprobación de piezas legislativas claves para promover la agenda de la Administración Biden, así como el tema del aborto. Pero si los demócratas logran mantener la mayoría en el Senado, como ahora pronostican muchos analistas políticos, es probable que el fracaso de los republicanos sea una lección sobre los riesgos de alienar a los votantes moderados.
A juzgar por la composición del Congreso, una persona podría pensar que el centro ha desaparecido de la política estadounidense.
Y es que si tratáramos de presentar las ideologías de los miembros del Congreso en una gráfica obtenemos algo que se asemeja a dos picos a cada extremo con un valle profundo y desolado en el medio: un grupo a la izquierda que contiene a casi todos los demócratas electos y otro a la derecha que incluye a casi todos los republicanos. Incluso los pocos políticos atípicos de cada partido que se ubican entre los bonches a cada extremo ni tan siquiera se asemejan a sus contrapartes del partido opuesto. Específicamente, los republicanos más centristas, personas como las senadoras Lisa Murkowski de Alaska y Susan Collins de Maine, tienen antecedentes que los ubican a la derecha de Manchin, Sinema u otros demócratas centristas.
Ese no solía ser el caso y no hay que dar marcha atrás en las páginas de la historia congresional para darnos cuenta. Hace escasamente un par de elecciones, el Congreso incluía una gran cantidad de demócratas conservadores y algunos republicanos liberales cuyos registros de votación se intercalaban dependiendo del tema en cuestión y que en innumerables ocasiones sirvieron como puentes entre los partidos.
Lo curioso de todo esto es que, tal y como señalan la mayoría de las encuestas a nivel nacional, lo que alguna vez fue el caso entre los funcionarios electos sigue siendo la norma entre el público en general. En el mundo de los funcionarios electos, hay un desplazamiento hacia los extremos, y como consecuencia un espacio vacío en el centro que separa a los de izquierda de los de derecha. En el electorado, sin embargo, no hay tal fenómeno sino que el lugar más común donde se ubican los votantes es en el centro.
Alrededor de 4 de cada 10 estadounidenses se identifican como moderados, una proporción que ha sido bastante constante durante los últimos 30 años, según las encuestas anuales de Gallup. La parte que se identifica como conservadora es un poco más pequeña y ha disminuido un poco en los últimos años, y aproximadamente 1 de cada 4 se identifica como liberal, un número que ha aumentado recientemente.
Pero lo que mueve a esos votantes moderados ha sido tema de debate constante. Unos proponen que muchas personas que se definen a sí mismas como moderadas simplemente no prestan mucha atención a la política y tienen pocos o ningún punto de vista coherente sobre los problemas que aquejan a la nación y que se pretende que los políticos resuelvan. Otros dicen que el centro se compone en gran medida de personas que tienen multiplicidad de posiciones encontradas dependiendo del asunto en cuestión (liberales en cuanto algunos asuntos, conservadores en otros) que los hacen difíciles de conquistar políticamente.
En otras palabras, se plantea que gran parte de aquellos a quienes se clasifica como moderados simplemente no tienen idea de lo que está pasando, o tienen puntos de vista extremadamente idiosincrásicos que simplemente no encajan dentro del ideales que promueven uno u otro partido.
Sin embargo, el análisis que han realizado varios expertos en la política nacional demuestra que ninguna de estas visiones son aplicables a la mayoría de los moderados. Solo un pequeño grupo, alrededor del 6% de los estadounidenses, da respuestas en encuestas que parecen ser casi aleatorias. Un grupo más grande ha mantenido puntos de vista fuertemente conservadores sobre algunos temas y liberales sobre otros, pero este grupo solo comprende alrededor del 20% de la población. El resto, alrededor de las tres cuartas partes de los adultos de EE. UU., tienen puntos de vista que se pueden organizar de manera bastante consistente a lo largo de un espectro de izquierda a derecha. Y la mayoría de las personas se agrupan en el medio.
Dada esta realidad, es obvio que aunque los moderados no se involucran en la política tan intensamente como los votantes más partidistas, tienen una gran capacidad para influir en las elecciones. Si bien el discurso político se ha enfocado en la movilización de la base, hay data que evidencia que atender a la masa que se ubica en el centro del espectro es igual o más importante.