En nuestro país suceden cosas que son difíciles de entender a menos que se analicen desde la perspectiva de nuestra realidad colonial. Luego de 124 años de subordinación política y económica por parte de Estados Unidos, son variados los ejemplos de las consecuencias de esa historia de sumisión e imposición.
El mejor ejemplo lo hemos sufrido por los pasados cinco años con la Junta de Control Fiscal, impuesta por el gobierno de Estados Unidos, y que determina el presupuesto del país, mutila la Universidad, e incluso aprueba los fondos de emergencia, ignorando por completo la existencia de un gobierno elegido en Puerto Rico que, para colmo, se convierte en espectador y cómplice de los actos de la Junta.
PUBLICIDAD
Durante décadas los gobiernos del Partido Popular y del PNP administraron negligentemente la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), la quebraron, criminalizaron a sus empleados, y precarizaron su administración para justificar su privatización.
Con la entrega de la AEE, prometieron villas y castillas y vendieron a Luma como la gran “varita mágica” que transformaría nuestro sistema eléctrico y sin aumentar la tarifa. El tiempo -y no pasó mucho- dio la razón a quienes desde distintos sectores advertimos del engaño del contrato de Luma. Y, aunque quedan algunos que defienden el desastre de Luma, cada día es evidente ante nuestro pueblo, el marcado patrón de ineficiencia e incapacidad para atender la red eléctrica del país.
Es tan grande el disparate de la privatización que en medio de una emergencia como consecuencia del huracán Fiona, estuvimos impedidos de que miles de empleados públicos con experiencia, peritaje, conocimientos y disposición, pudieran ser parte de la recuperación energética, mientras los “colmillús” de Luma gastan dinero público importando empleados debido a su irresponsable, incompetente y mentirosa gestión.
La breve visita a Puerto Rico del Presidente de los Estados Unidos, con su montaje teatral, su discurso hueco de las promesas de siempre y el anuncio de la “sindicatura de energía”, son otros ejemplos más del absurdo colonial, y reafirma la necesidad y exigencia de un verdadero proceso de descolonización.