No se consiguen. Durante poco más de una semana el país se detuvo al saber que no había huevos. Y si se consiguen, se paga un mundo por tenerlos. Se trata de un producto de consumo generalizado y antes éramos capaces de auto abastecernos en casi un 100%. El propio Departamento de Agricultura ha admitido que éramos capaces de generar casi el 100% del consumo local de huevos de mesa, pero la importación de huevos extranjeros término asfixiando a los productores locales.
Ahora, con apenas un 20% de producción de huevos y la escasez del producto importado, el peso de no ser autosustentables se siente. Hemos puesto todos los huevos en una canasta. Literal y figurativamente. Y eso nos va a pasar factura sin que nadie haga algo por cambiar el rumbo de la eventual escasez de la que seremos víctimas.
Ya el Programa Mundial de Alimentos ha lanzado una advertencia en las pasadas semanas. “Nos enfrentamos a una crisis alimentaria mundial sin precedentes y todos los signos sugieren que aún no hemos visto lo peor” ha advertido el director ejecutivo de esa entidad vinculada a la Organización de Naciones Unidas, David Beasley. Según el funcionario, el 2023 podría ser el año de una crisis alimentaria similar a la vivida durante la Segunda Guerra Mundial. Han sido varios los factores que nos colocan en este punto crítico, según los expertos. La pandemia del COVID-19 es uno de esos factores que ha afectado las cadenas de distribución de alimentos. El cambio climático, problemas de seguridad protagonizados por los incipientes conflictos bélicos en Europa y la crisis económica global son los motores principales de una crisis que aún no ha llegado a su punto pico. Tal es el pronóstico que se anticipa que ante la actual indiferencia, el 2023 verá entre 13 y 20 millones de personas más con hambre.
Pero aquí nos pensamos inmunes a la crisis, a pesar de tener en nuestra contra más de un factor. En primer lugar, la falta de productividad. Localmente a penas se cultiva el 20% (quizá menos) del total de los productos que se consumen en la canasta básica. El dato no es nuevo. Tampoco la indiferencia oficial. Y ese, señores, es precisamente el problema. Durante décadas grupos de expertos y políticos electos usualmente desde grupos en minorías electorales han advertido la necesidad de no solo discutir sino iniciar y dar forma a un plan de seguridad alimentaria. Pero el Gobierno (los Gobiernos) no ha hecho nada para dar forma a un plan. Y si lo han elaborado, es evidente que han fallado en la ejecución. La agricultura local se ha reducido a una actividad casi artesanal. Un esfuerzo muchas veces impulsado por jóvenes desde iniciativas sustentables pero para nada respaldadas por el estado. Y el resultado es que nada resulta.
A la indiferencia del Estado es preciso añadir la de los ciudadanos. Tal vez distraídos por la larga lista de presiones a las que se enfrentan a diario, no han estado siguiendo de cerca (muchos menos demandando de manera activa) un plan para comenzar a poner solución a la crisis. Y lo peor es que esa realidad no parece cercana al cambio. En consecuencia, el 2023 se perfila sombrío. Ya hemos comenzado a ver los efectos de la escasez que se avecina. La ha visto usted cuando busca en el supermercado ese producto que siempre ha conseguido, pero ahora no encuentra. Lo ve en el aumento constante en el precio de los alimentos. Cuando el dinero con el que antes hacia una compra básica ahora no resulta suficiente. Mientras la crisis llega, nadie a cargo parece preocupado por las consecuencias. Quizá la apuesta histórica a dejar que la crisis llegue. Solo que esta vez meternos en Lalalandia esperando que la crisis desaparezca podría no funcionar. Dios nos coja confesados.