Los que no han pasado por la experiencia de cáncer o los que han perdido a un amado a causa de esta enfermedad, quizá no entiendan esto de “mi mejor versión”. “¿Cómo puede una persona con un diagnóstico de cáncer ser la mejor versión de sí misma?”, se preguntarán con escepticismo. No se les puede juzgar por eso; después de todo, cuando escuchamos que alguien recibió el diagnóstico las primeras imágenes que llegan a la mente son realmente devastadoras y nosotros, como pacientes, no estamos exentos de eso.
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Recuerdo cuando mi doctor; mi doctor de toda la vida, mi doctor que ya era parte de mi familia, me dio la noticia. Supongo que él también trataba de organizarse mental y emocionalmente, de buscar la forma menos dolorosa de decirlo. Habló y habló y le dio vueltas y cuando se le acabaron las palabras le pregunté “¿me estás diciendo que tengo cáncer?”. Los lagrimones de sus ojos azules me dieron la respuesta y antes de darme cuenta estaba yo en medio de la película de mi vida. Lo escuchaba a lo lejos, la cabeza me daba vueltas, era como estar dentro de un remolino de pensamientos y de imágenes, y no poder agarrar ninguno para detenerme. No sé cuánto tiempo pasó; para mí que una eternidad, pero no creo que hayan sido más de 15 minutos. Me detuvo el silencio. No me cabía una lágrima más en la cara.
Un diagnóstico de cáncer es muy pesado para llevarlo en soledad. Necesitaba aligerar un poco la carga y compartir la noticia con mi familia y amigos, pero no quería preocuparlos, así que me decidí por los más cercanos. Los inmediatos, los que siempre están. Sé que también tuvieron su propio remolino. Es la sorpresa inicial y es normal sentirse así en ese momento. Si estás pasando esta etapa inicial, pronto descubrirás lo que ya sabemos aquellos que hemos estado en esta situación: el camino se irá a abriendo ante ti. Confuso, complicado, incierto, tenebroso… pero es precisamente en ese camino donde va ocurriendo la metamorfosis, el cambio sin que te des cuenta. Es en ese caminar donde vamos descubriendo nuestras fortalezas, nuestros miedos, complejos, nuestra red de apoyo, donde ponemos a prueba nuestras creencias previas y desarrollado otras, donde vamos distinguiendo lo que es trivial y de lo que es valioso, verdaderamente valioso, ¡estar vivo! Empezamos a soltar cargas que hemos arrastrado por años y es en ese momento cuando nos damos cuenta de cuán pesadas eran… y empezamos a sentirnos más livianos. Sí, livianos. Otra paradoja, ¿cómo se puede sentirse uno más liviano en medio de un diagnóstico de cáncer? Sentirte liviano es el resultado de dejar atrás lo que ahora resulta que no era importante (porque acabas de comprender que lo importante es estar vivo) y enforcarte en esas capacidades que siempre tuviste; solo estaban esperando el momento preciso para emerger. El resultado es transformación; cambio. Metamorfosis. Tu “yo” previo al cáncer forma parte del pasado y ahora, luchando ante la adversidad está tu nuevo “tú” haciendo cosas que jamás creíste posibles.
Como psicóloga, aquí hay dos elementos que quisiera resaltar. Algunos pacientes prefieren llevar la enfermedad en silencio. Cuando sus familiares se enteran en el último momento, la respuesta que reciben del paciente es que no los querían preocupar o que no deseaban ser una carga. Lo que he visto en la práctica clínica es que el familiar sobreviviente suele tener un duelo complicado. Se siente traicionado, engañado, enojado, culpable. Guardar silencio no parece ser la mejor opción para nadie. Si es una carga o no, no es un asunto que deba determinar el paciente.
El otro elemento es que escribo desde mi rol de superviviente. Habrá quien pueda creer que el proceso fue más fácil porque estoy aquí disfrutando con mi familia. sin embargo, yo también experimenté el miedo y pasé por el proceso de transformación para llegar a ser mi mejor versión, que dicho sea de paso, no es estática; se renueva cada día. He despedido por cáncer a personas muy, muy amadas que aun con ese destino, aprendieron a vivir cada día al máximo, muchas veces “como nunca antes”. He escuchado testimonios de que “el cáncer me salvó la vida”, incluso de personas que sabían que no sobrevivirían. ¿Cómo ocurre eso?
La psicología indica que estar potencialmente frente a la muerte nos recuerda que la existencia no puede posponerse; que todavía hay tiempo para vivir. Ante la posibilidad de la muerte, comenzamos a experimentar la vida como la posibilidad de las posibilidades y comprendemos que la muerte es la imposibilidad de dichas posibilidades. Entendemos entonces que, mientras vivamos, tenemos la posibilidad de alterar la propia vida hasta el último momento. Así es que nos va transformando la enfermedad.
Desde la psicoterapia existencial se plantea que la realidad de la muerte es vital y sumamente importante porque (1) la consciencia de esta puede actuar como “situación límite” y causar un cambio radical en la perspectiva de la vida y (2) porque la muerte es una fuente primaria de angustia. La consciencia de la muerte nos aleja de las preocupaciones triviales y comunica a la vida una profundidad una agudeza y una perspectiva enteramente diferentes.
El día que me dijeron que tenía cáncer yo tenía una lista de asuntos pendientes. Estaba perfectamente estructurada; saldría del doctor como a las 10:00 a.m. y tenía la ruta de todos los pendientes de tal manera que llegaría al trabajo a las 12:30. Después de la noticia, llamé y no fui al trabajo y la lista de los asuntos pendientes perdió toda importancia. No sé a dónde fue a parar, pero la recuerdo completa. Todo lo que estaba allí escrito había perdido importancia. Lo importante desde ese momento empezar a dar los pasos por un camino desconocido, inicialmente con más preguntas que respuestas, con mucho ir y venir y volver, mucho papeleo, estudios, citas, muchas esperas. Pero el camino se hace andando. Y caminando fue que el camino se abrió frente a mí. Me fui fortaleciendo, descubriendo. Ya tenía más respuestas que preguntas, ya entendía mejor lo que me pasaba y eso me daba tranquilidad, me atrevía a preguntar, ya me conocían cuando llegaba, ya no era un número de expediente. Ya no era yo; era otra yo. Más valiente, fuerte, decidida. Amo más la vida porque sé lo frágil que es. Atesoro el momento presente porque es lo que tengo. Aprecio más el tiempo que vivo porque sé que es limitado. Cuando respiro, siento mi respiración porque es lo que me conecta con la vida: hoy, aquí, ahora.
Sigo teniendo preocupaciones, pero las organizo en orden de importancia y voy por ellas una a la vez. Mañana será otro día. Reconozco lo que está en mi control y lo que no. A lo que está en mi control le busco soluciones, trato de no desesperarme, y atiendo cómo me enfrento a aquello que no está en mi control. Enfermarme de cáncer fue lo mejor que me pasó porque me conocí como nunca antes. Descubrí el sentido de mi vida.
El sentido de vida se ha considerado como un factor importante para las personas y para el afrontamiento de situaciones estresantes, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte tal como señalan diversos autores. Soy testimonio de eso. Después de esta segunda oportunidad me he atrevido a hacer cosas que en mi vida previa eran impensables. A manera de ejemplo, me atreví a estudiar psicología, algo que quería hacer desde la escuela superior, pero mi otra yo pensaba que no tenía esa capacidad. Después de cáncer, solté ese miedo y ¡me hice psicóloga! y ha resultado en una hermosa bendición porque he podido dar acompañamiento a personas en situaciones de cáncer, a sus familiares, a sus sobrevivientes, doy charlas y promuevo la prevención.
Cuando estaba enferma, decía, yo, una persona espiritual, no religiosa: “voy a estar como Dios quiera que esté. Si Dios quiere que viva eso está bien y si debo morir, también estaré bien porque Él sabe lo que hace y si eso está bien con él, pues conmigo también”. Dicho esto, aclaro que no falté a ninguna de mis citas.
Por último, reconocemos que el camino hacia la transformación, a ser esa “mejor versión de mí”, no es igual para todos los pacientes ni para todas las familias, pues hay demasiadas variables que influyen en la experiencia. A todos les dejo aquí mi mejor versión y los invito a que independientemente del resultado, sean la mejor versión que puedan ser. Busquen apoyo en el árbol de la vida, de su vida. Fluyan con el proceso; pues “si de cualquier forma va a ser doloroso”, haz que duela menos fluyendo con él en lugar de resistirlo. Si queda toda una vida, un mes o una semana: vívela siendo tu mejor versión: ama intensamente, ríe a carcajadas, sueña en grande y vive cada día, como si no hubiera mañana. Y si un día de toca estar en cama o te toca partir, sabrás que has vivido como nunca antes.
Una nota más. Cuando el destino es transicionar, esa etapa final puede ser muy dolorosa para todos los involucrados. Ese dolor no borra lo vivido. Entonces, desde la tanatología, nos corresponde hacer el acto de desprendimiento más fuerte y desafiante de la vida: dejar ir con amor. Dejar ir para detener el sufrimiento. Tal vez el milagro que deseábamos no se produjo como lo pedimos, pero hay un milagro en aprender a vivir plena e intensamente.
¡Los abrazo fuerte!