Puerto Rico está sometido a un círculo vicioso en lo que concierne al consumo de alimentos. Luego del paso del huracán Fiona, hemos regresado al escenario de importación del 90 % de los alimentos que consumimos. Antes del huracán, era 83 %, muy alto de todas maneras. Es decir, somos un país que se alimenta con alimentos ajenos. Hasta el plato criollo “arroz, habichuelas y carne” es importado.
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Esta situación se debe a la relación colonial con Estados Unidos. La dependencia en importación de alimentos se consolidó desde los inicios del régimen colonial, hace más de 120 años, y continúa hasta el día de hoy. Nuestros terrenos agrícolas no se utilizan para la producción de alimentos como consecuencia de que Estados Unidos nos convirtió en uno de sus mercados más importantes en este hemisferio. Por consiguiente, a pesar de que tenemos un Colegio de Ciencias Agrícolas que tiene 111 años de fundado, y de que podemos producir en nuestras tierras la inmensa mayoría de los alimentos que consumimos, las tierras en nuestro país se han utilizado para sembrar cemento, para desarrollos comerciales e industriales, para viviendas ubicadas en zonas inundables y para carreteras.
Como consecuencia de la pandemia, de la guerra en Ucrania y del acelerado cambio climático, las cadenas de producción y distribución de alimentos se han afectado sustancialmente. No solo se trata de una drástica disminución en la producción de granos, cereales, frutas y vegetales que se utilizan para alimentar a una gran proporción de la población mundial, sino que la consecuente escasez aumenta drásticamente los precios en los mercados mundiales. Países importadores de alimentos, como Puerto Rico, son meros espectadores en ese escenario y se ven obligados a pagar los altos precios por bienes básicos, particularmente alimentos.
La obvia consecuencia de lo que he descrito sucintamente es que tenemos menos mercancías disponibles en los supermercados y colmados, a precios mucho más altos y con peor calidad, porque se trata de productos perecederos.
La única manera de salir de ese círculo vicioso es teniendo control, como país soberano, de la política agrícola, y sobre la política de usos de terrenos. No hay otra manera de comenzar a establecer nuestras prioridades para un aspecto fundamental de nuestra vida colectiva, que es la producción de alimentos para nuestra población y para exportar el excedente de lo que produzcamos.