No somos el ombligo del mundo. Desde la perspectiva política y económica, Puerto Rico enfrenta los mismos retos que enfrenta Latinoamérica, Estados Unidos y otras partes del mundo. Claro está, Puerto Rico las enfrenta con un problema histórico colonial fundamental, lo que hace de nuestra situación una distinta, pero no única. La realidad que compartimos con muchos en el mundo, es que vivimos en un tiempo donde existe una frustración amplia, un cinismo profundo, y un desgaste del alma. ¿La causa? un extenso periodo de dificultad económica y una fragilidad financiera permanente. De hecho, en Puerto Rico tenemos una generación completa de jóvenes entre los 18-25 años que lo único que han sabido vivir es una crisis eterna.
Por consiguiente, no sorprende que para esta generación sea tentador el llamado a acabar con las oligarquías económicas y políticas que han hecho de la dificultad económica y la fragilidad financiera su modo de vida próspera. Sí, en Puerto Rico, como en otras partes del mundo, vivimos el efecto de instituciones políticas y económicas que subsisten de mantener el status quo, pues han desarrollado a través de ellas la extracción de su subsistencia. Lo más importante para esas élites económicas y políticas, no es la innovación o la transformación de las instituciones, sino la permanencia de estas en su estado actual que les permiten a esas élites seguir extrayendo su subsistencia sin que nadie las moleste. Esas élites tienen distintas caretas, y en ocasiones profesan con sus labios alegadas ideologías encontradas, pero sus acciones delatan su apego irrestricto a mantener lo que está. Hablan de cambio, de renovación, de coaliciones y hasta de revolución, pero son caras distintas de la misma moneda. Al final de todo, son élites y oligarquías que compiten entre sí por alcanzar el poder, pero no para innovar y crecer, sino para controlar las instituciones y seguir extrayendo de ellas.
Uno de los retos que enfrentamos, los que estamos en la búsqueda de cambios que rompan con esos hábitos de seguir extrayendo, para movernos al crecimiento y la innovación, es poder llevarle a nuestra generación joven el mensaje que el verdadero cambio no viene a través de entregarle el poder a caras lindas, con discursos de alegada avanzada e inclusividad, pero que en el fondo lo que buscan es mantener un gobierno omnipresente, plagado de clientelismo político para sus allegados ideológicos. Que nuestra juventud comprenda, que el fin de estos movimientos que buscan coaligarse es trepar a sus propias élites para poder seguir extrayendo de ellos. Solo hace falta mirar sus estructuras, y quienes la componen, para comprobar que se comportan como élites y oligarcas.
Ahora bien, lo anterior no es el mayor de los retos. El mayor reto es poder articularle a nuestra generación joven, una propuesta real y palpable de innovación y crecimiento de nuestras instituciones. Hacer entender que no hay que destruir el sistema, sino reencaminar nuestras estructuras para darles un giro hacia la verdadera apertura, inclusión e innovación. Ese giro tiene que tener como fundamento, que nuestras estructuras políticas y económicas estén permeadas de las siguientes características: (1) la propiedad privada; (2) un sistema legal imparcial y accesible; (3) seguridad personal; (4) que se provean los servicios públicos en igualdad de condiciones; (5) que exista el ambiente en donde se creen mercados donde las personas puedan contratar, crear, innovar e intercambiar bienes libremente; (6) acceso a educación de calidad; y (7) acceso a capital. Las sociedades en donde sus instituciones políticas y económicas tienen por fundamento lo anterior, son aquellas que permiten y fomentan la participación de la mayor cantidad de personas en actividades económicas, que hacen el mejor uso de sus talentos y habilidades y que les permiten a las personas vivir una libertad ordenada.
Hay que transformar nuestras instituciones, sí, pero no para destruirlas, sino para hacerlas verdaderamente inclusivas y diversas para que las personas se muevan en un ambiente donde puedan crecer. Ese es el gobierno eficiente. La diversidad y la inclusión en nuestras instituciones no se alcanza implementando medidas ideológicas identitarias, sino dándoles un giro real y palpable hacia la apertura, para que en Puerto Rico comencemos a dejar atrás ese lastre que impide el desarrollo económico real de nuestra gente, que no es otra cosa que el proverbial, quítate tu pa’ ponerme Yo.