Casi ocho décadas después del Holocausto y cuatro años después de que un ataque a una sinagoga en Pittsburgh cobrara la vida de 11 personas mientras rezaban, no debería ser difícil rechazar a un líder político que se asocia abiertamente con los antisemitas.
Sin embargo, para los líderes republicanos, la era Trump se ha desarrollado como una larga serie de principios comprometidos. La última semana ha puesto de manifiesto el número de víctimas que sigue cobrando la ola Trumpistas de quebrantamiento de principios.
Con el regreso al trabajo del Congreso, algunos líderes republicanos han estado comentando públicamente sobre la decisión del expresidente Trump de cenar en Mar-a-Lago con Ye, el rapero anteriormente conocido como Kanye West, y Nick Fuentes, un cibernauta que se especializa en racismo, misoginia y antisemitismo.
Algunos han sido francos. Especialmente en el Senado, los republicanos han mostrado una mayor disposición a criticar a Trump. Esa es una señal de cómo las derrotas de los candidatos respaldados por Trump en las elecciones de mitad de término han reducido el apoyo por parte de los senadores republicanos.
Reducido, sin embargo, no significa que haya desaparecido en su totalidad. Para medir la influencia restante de Trump, basta con observar el silencio de varios de sus posibles rivales para la nominación presidencial de 2024 o algunos de los líderes republicanos de la Cámara, especialmente el representante republicano Kevin McCarthy, de Bakersfield, mientras intentan distanciarse de los invitados a la cena sin criticar al anfitrión.
Un breve repaso sobre el evento en cuestión, para aquellos que no estén al tanto: El 22 de noviembre, Ye, quien recientemente perdió gran parte de sus negocio de patrocinio luego de prometer en Twitter que le gustaría matar a unos cuantos judíos, llegó a Mar-a-Lago en un automóvil con Karen Giorno, quien trabajó en la campaña de Trump en 2016 como su directora estatal para Florida. Con ellos estaba Fuentes, un joven de 24 años que ha acumulado seguidores en Internet con negaciones del Holocausto y declaraciones como “los Fundadores nunca tuvieron la intención de que Estados Unidos fuera un campamento de refugiados para personas no blancas” o “No veo a los judíos como europeos, y no los veo como parte de la civilización occidental, particularmente porque no son cristianos”.
Aparentemente, el grupo pasó por seguridad y luego se sentó a cenar en el patio de Mar-a-Lago con el expresidente.
Cuando otros invitados de Mar-a-Lago comenzaron a correr la voz sobre la reunión, personas cercanas a Trump inicialmente negaron que Fuentes estuviera presente en la cena. Después de que esa simulación se derrumbó, Trump reconoció que había conocido a Fuentes, pero insistió en varias declaraciones en su sitio de redes sociales, Truth Social, que no sabía quién era. Cabe destacar que, ahora que lo sabe, no ha emitido crítica alguna sobre Fuentes o Ye.
Para algunos partidarios de Trump, la cena marcó un punto de inflexión.
Los líderes republicanos que ya habían roto con Trump se dieron a la tarea de lanzar ataques contra el expresidente.
El líder de la minoría del Senado, Mitch McConnell, de Kentucky, por ejemplo, ha sido blanco de repetidos ataques de Trump, incluida una burla racista en octubre contra la esposa de McConnell, Elaine Chao, quien se desempeñó en su administración como secretaria de Transporte. El martes, McConnell le devolvió la ofensa a Trump. “No hay lugar en el Partido Republicano para el antisemitismo o la supremacía blanca. Y cualquiera que se reúna con personas que defienden ese punto de vista, en mi opinión, es muy poco probable que alguna vez sea elegido presidente de los Estados Unidos”, adviritió McConnell.
McConnell tiene poco que perder: las elecciones intermedias han terminado, excepto por la segunda vuelta del Senado de Georgia, e independientemente de cómo vaya esa elección, los republicanos del Senado seguirán siendo la minoría. Esa es en gran parte responsabilidad de Trump dadas las pérdidas acumuladas por los candidatos que respaldó en carreras clave. Además de eso, McConnell no se presentará a la reelección hasta 2026, cuando tenga 84 años.
Sin embargo, aquellos con más riesgo mostraron mucha más reticencia. McCarthy, por ejemplo, aún no ha alineado los 218 votos en la Cámara que necesita para ganar la elección como presidente de la Cámara. Ha estado cortejando urgentemente a los republicanos de derecha, al menos cinco de los cuales han prometido votar en su contra. Eso lo ha llevado a abrazar figuras en el borde extremo del partido, como la representante Marjorie Taylor Greene, de Georgia, y lo ha mantenido a la merced del expresidente.
Muchos de los posibles rivales de Trump por la nominación han sido igualmente circunspectos, con la notable excepción del exvicepresidente Mike Pence, quien le dijo a un entrevistador de la cadena conservadora NewsNation que “el presidente Trump se equivocó al darle a un nacionalista blanco, un antisemita y un individuo que niega el Holocausto un asiento en la mesa, y creo que debería disculparse por ello”.
El principal rival de Trump, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, por el contrario, ha mantenido un estricto silencio sobre el tema a pesar de las reiteradas solicitudes de reacción por parte de los medios noticiosos.
Esta es la realidad que une las lenguas de McCarthy, DeSantis y similares: aproximadamente 3 de cada 10 votantes republicanos todavía se identifican como “más partidarios de Donald Trump” que del Partido Republicano. Eso es significativamente menor que en 2020, cuando la mayoría de los republicanos se identificaron más como partidarios de Trump que del partido, según una encuesta de NBC News, que ha rastreado esa pregunta. Recientemente, en agosto, 4 de cada 10 republicanos dijeron que eran más partidarios de Trump. Pero si bien la lealtad al expresidente ha disminuido, 3 de cada 10 sigue siendo un bloque formidable, especialmente en una era en la que las elecciones suelen tener márgenes de menos de 2 puntos porcentuales en estados clave.
Pero junto a esa realidad se encuentra otra que las recientes elecciones de medio término dejaron en claro: los republicanos perdieron entre los votantes independientes, algo que casi nunca le sucede al partido fuera del poder en una contienda de medio término. Y los candidatos republicanos respaldados por Trump habitualmente obtuvieron menos votos que los que no respaldó.
El expresidente se ha convertido en un lastre electoral para su partido, y cuanto más se escabullen de los enfrentamientos directos con él, peor se vuelve ese lastre.
Hace seis años, después de que Trump ganó la nominación republicana, los líderes del partido, con algunas excepciones, decidieron que pasarían por alto sus declaraciones intolerantes, flagrantes falsedades y mala conducta personal para mantener la unidad en las filas del partido. Reanudaron ese acuerdo después del ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, cerrando filas para salvar a Trump de una condena por cargos de juicio político y excluyendo a críticos abiertos como la representante Liz Cheney, de Wyoming.
Ahora, como siempre sucede con este tipo de gangas, la factura está por vencer. Esta semana ha mostrado a los republicanos lo costoso que puede ser cargar con la cuenta.