La semana que viene se ve en el Tribunal Supremo de Estados Unidos un nuevo caso en el que sectores que defienden los derechos de los homosexuales pretenden obligar a personas religiosas a actuar en contra de su fe. Estas situaciones, en ocasiones, pareciera que deja de ser una lucha de derechos para convertirse en una guerra de quién le tumba la pajita al otro.
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Este caso es el de Lorie Smith, una artista gráfico religiosa de Colorado que quiere ser obligada, en contra de su voluntad y por sus creencias religiosas, a realizar un trabajo gráfico para promover bodas de personas gays. El argumento de ella y sus defensores es que si finalmente la obligan a actuar en contra de su religión, entonces se expondría a cualquier persona a actuar en contra de su creencia.
En cambio, quienes quieren obligarla exponen que si la Corte falla a favor de ella, entonces exponen a las personas gays y a otras minorías a discrimen.
Yo entiendo los puntos de ambos bandos y puede haber inquietudes genuinas en ambas narrativas. Sin embargo, en el caso de los que quieren obligar a Smith a realizar trabajos en contra de su religión, creo que hay un elemento que no se está planteando. ¿La controversia es acerca de la orientación sexual del cliente o del mensaje que quieren obligar a realizar a un trabajador en contra de sus convicciones?
Smith ha planteado que no tiene problema en desarrollar trabajos gráficos para una persona gay que promueva, por ejemplo, ayuda a niños discapacitados. Sin embargo, realizar un trabajo para promover las bodas gays va contra su creencia religiosa. Ahí es claro que el conflicto de ella no es porque el cliente es gay, es con el mensaje que esa persona quiere obligarla a trabajar o ser partícipe por vía de su trabajo gráfico. Son dos cosas distintas.
Yo no tengo problema con que dos personas que se amen, sean del mismo sexo o no, firmen un contrato y se casen. De hecho, expresé públicamente que era una barbaridad que se le negara servicio médico, mediante seguros, a una persona que se case con otra del mismo sexo y que esta quiera incluirla en su plan como su esposo o esposa. Ese debate se dio en la isla hace unos años. Con lo que no estoy de acuerdo es con los extremos y las obsesiones enfermizas en ninguna parte, y si hay esas caracterizaciones en el sector religioso, también las hay en el sector gay, como lo hay en los políticos, los deportes y otros. Tan troglodita es el que, por religión, no quiere que un gay sea incluido en el seguro médico de su esposo o esposa del mismo sexo, como el que quiera obligar a una artista gráfico o un repostero a pensar como ellos quieren que piense y en contra de sus creencias.
Hace unos años se dio el caso del repostero Jack Phillips, a quien una pareja gay quería obligarlo a que les confeccionara un bizcocho para su boda. El les expresó que por su creencia religiosa no trabajaba bizcochos para bodas de parejas del mismo sexo. El caso llegó hasta el Supremo de EE.UU., donde él prevaleció. Ya había expresado que tampoco hacía bizcochos para Halloween ni divorcios porque su fe se lo impide. Incluso, igual podía hacer un bizcocho que le ordenara una persona gay para ocasiones que no fueran con mensajes en contra de su creencia religiosa. Entonces, siendo así, ¿el problema es con la persona por ser gay o el problema es con el mensaje? Es evidente que es con el mensaje. Si el asunto fuera que no quiere hacer cualquier tipo de trabajo solo porque el cliente es gay, pues ahí el punto de los que están en contra de Smith pudieran tener razón, pero no es el caso.
Phillips fue demandado nuevamente en el 2021 por negarse a hacer un bizcocho de celebración de transición para una persona transgénero. Siendo el caso anterior discutido y debatido en la nación por años, ¿por qué esa persona, que sabe la convicción religiosa del repostero, lo busca para que sea él quien le haga el bizcocho de transición de género habiendo otros miles de reposteros que pueden hacerlo? Por esto es que planteo que en ocasiones la intención trasciende el tema del derecho y cruza al de una guerrilla. ¿Imagina que alguien quiera obligar a un activista gay que tenga una casa editora a trabajarle su libro en contra de los matrimonio del mismo sexo? Pues es igual.
En Colorado, de donde son Phillips y Smith, hay una ley que obliga a toda persona que ofrezca un servicio a atender a las personas sin discrimen por su orientación sexual. Pero, de nuevo, una cosa es la orientación sexual y otra es el mensaje que quieren obligar a estos trabajadores a hacer en contra de sus convicciones religiosas.