Opinión

Alejandro Figueroa: Callejón sin salida para el Partido Republicano

Lee aquí la columna del abogado estadista.

Alejandro Figueroa | Columnista

Dos años después de que una manada desenfrenada de turbas republicanas atacara el Capitolio de la nación, buscando violentamente bloquear los resultados de una elección presidencial, solo una minoría de los republicanos está dispuesta a decir que el 6 de enero de 2021 fue un día trágico para los Estados Unidos de América.

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Ese hallazgo de una nueva encuesta de The Economist/YouGov destaca cuán profundamente el partidismo todavía influye en las opiniones sobre el 6 de enero. También contribuye en gran medida a explicar la incapacidad de los miembros republicanos de la Cámara para elegir a quien habrá de ser el líder cameral, lo que desembocó en un tranque de varios días requiriendo 15 votaciones para seleccionar al representante McCarthy, algo que no ocurría en décadas.

¿Cuál es la conexión?

Tanto el 6 de enero como la lucha por la presidencia cameral muestran la voluntad de un gran segmento de los republicanos (tanto votantes como funcionarios electos) de dar al traste con normas que han sido respetadas por décadas en aras de lograr aquello que no pueden conseguir de manera democrática. Solo uno de esos dos eventos involucró violencia, pero ambos resaltan el impulso y mollero del ala extremista del Partido Republicano, lo cual ha desalentado a una buena cantidad de votantes y jugó un papel importante en las derrotas electorales de varios candidatos republicanos en las elecciones de mitad de término.

En la encuesta de The Economist/YouGov se preguntó a los estadounidenses su opinión sobre varios días en la historia de Estados Unidos, presentando solo la fecha sin explicación ni descripción adicional. En general, poco más de la mitad de los estadounidenses dijeron que ven el 6 de enero de 2021 como un día malo (22 %) o trágico (32 %) para Estados Unidos. Pocos lo ven como un buen o un gran día, solo 1 de cada 10 lo dijo, pero más de un tercio dijo que no lo veía ni bien ni mal (22 %) o que no estaba seguro (15 %).

Esas opiniones variaron enormemente según el partido.

Entre los demócratas, más de dos tercios describieron el 6 de enero como un día malo o trágico. Por el contrario, entre los republicanos, casi la mitad dijo que el día no fue ni bueno ni malo (33 %) o que no estaba seguro (13 %).

Como podemos ver, si bien la aprobación de los extremistas que atacaron el Capitolio no es la opinión mayoritaria entre los republicanos, es la opinión de una minoría significativa.

Se puede ver una división similar entre los miembros republicanos de la Cámara. En el tranque de la semana pasada sobre la elección del líder de la mayoría, los que se niegan a aceptar los resultados de las elecciones del 2020 fueron los principales opositores de la candidatura del representante Kevin McCarthy para convertirse en líder cameral.

Pero la mala costumbre de burlar las normas que rigen la democracia ha sido evidente en el Partido Republicano durante mucho más tiempo. A partir de 2010, una minoría creciente de republicanos comenzó a votar en contra de las medidas rutinarias de financiación del gobierno. Su objetivo era tratar de obligar a los demócratas a ceder a sus exigencias amenazando con cerrar el gobierno o forzar a que dejara de pagar la deuda.

A diferencia de los manifestantes del 6 de enero, sus acciones no violaron ninguna ley, pero quebrantaron normas de trámite legislativo, respetadas por décadas, que habían impedido que las minorías legislativas previas impusieran su voluntad sobre la de la mayoría.

A pesar de la ira de una buena parte del liderato republicano, la fuerza de la extrema derecha dentro del Partido Republicano ha seguido creciendo.

En la lucha actual, los aliados de McCarthy han acusado a sus oponentes de actuar por un deseo de engrandecimiento personal más que por diferencias políticas. Eso es cierto en cuanto a algunos de los republicanos de extrema derecha que parecen ver a la Cámara menos como un cuerpo legislativo que como una plataforma conveniente desde la cual lanzar una carrera televisiva.

Pero la televisión y la recaudación de fondos brindan solo una parte de la explicación del ascenso de la extrema derecha en la política republicana. La causa más grande es simple: en distritos profundamente conservadores, las tácticas del House Freedom Caucus y sus aliados coinciden con los deseos de los votantes republicanos, especialmente aquellos que participan en las primarias del partido, quienes dicen que quieren ver un cambio fundamental en la dirección de la nación.

“Los tiempos exigen un alejamiento radical del statu quo, no una continuación de los fracasos republicanos pasados y actuales”, escribieron nueve de los principales opositores de McCarthy en una carta el día de Año Nuevo. Ven correctamente que McCarthy, un sabio de la estrategia de campaña que da su brazo a torcer y no tiene fuertes convicciones ideológicas, no comparte su fervor.

Irónicamente, cada concesión que McCarthy ha hecho a sus oponentes solo ha profundizado la percepción de él como demasiado débil para liderar.

Lo que los votantes de derecha y sus representantes han exigido es volver a la década de 1950, si no antes, una era en la que el gobierno era más pequeño, la red de seguridad social más débil y las jerarquías raciales y de género tradicionales mucho más sólidas.

Eso no se puede lograr por medios democráticos: una gran mayoría del país rechaza esa agenda. Y ante esa realidad es que recurrieron a tácticas antidemocráticas para tratar de avanzar hacia su objetivo. McCarthy y otras figuras republicanas (uno no puede realmente llamarlos líderes) han tratado de complacer a esa facción meramente para mantener su control del poder.

Pero su coqueteo con las prácticas antidemocráticas ha perjudicado claramente al Partido Republicano, especialmente con los votantes indecisos que deciden las elecciones reñidas. Eso ha llevado al Partido Republicano a su callejón sin salida actual: sin la extrema derecha, perderían su mayoría actual. Con ello, pueden perder su legitimidad ante una generación de votantes. Independientemente de como terminó la votación para escoger el próximo líder cameral, ese es un dilema que los republicanos parecen incapaces de resolver.

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