Otro año más y la atención de todos -se quiera o no- ha estado dominada en mayor o menor medida por el concurso de Miss Universe. A pesar del alto interés que genera por estas latitudes, los detractores de estos concursos -y a aquellos a los que en realidad les tienen sin cuidado- pueden caer en subestimar su alcance. Frívolos o no, relevantes o no, estos concursos despiertan aun hoy el interés de grandes cantidades de público. Como prueba los índices de audiencia. Aquí en Puerto Rico la ceremonia de selección de la representante nacional se convierte cada año en uno de los eventos televisivos más vistos. Ese interés convierte esa plataforma en una irremediablemente relevante. Y poderosa.
Los concursos -como sucede con eventos amplio alcance en la cultura popular- nos ayudan a crear percepciones. A formar -o destruir arquetipos. Y eso no es cosa pequeña. En este caso, a formar ante la gran audiencia la idea de la belleza femenina y sus valores asociados.
Precisamente por ello, durante años ha existido un reclamo cada vez mayor de que estas plataformas sean utilizadas para derribar esos arquetipos que han definido lo bello con características muy específicas. La que es “bella” es alta. También delgada. Preferiblemente de tez blanca y cabello liso. Pero esa idea de belleza, no solo es limitante sino excluyente de la idea de la universalidad. El “universo” representado en ese desfile de naciones que envían sus delegadas es variado pero no siempre presentado en esa Miss que todos queremos.
Por lo mismo, siempre me ha chocado la idea de que la universalidad excluya como norma “bellezas “que no encajan en la idea que sobre lo bello hay en esta parte del mundo.
A nivel local, la organización ha comenzado a dar cambios en la dirección de la inclusión y lo mismo ha sucedido con la organización internacional. Se ha comenzado a abrazar un discurso que respeta la belleza como un valor anclado en la diversidad, que respeta el cuerpo sin alteraciones y cultiva el intelecto. Ejemplo de ello, el contraste entre el manejo del aumento de peso de la saliente Miss Universo Harnaaz Sandhu y, digamos, el trato humillante que se le dio a Alicia Machado por parte de la organización entonces liderada por Donald Trump en 1996. Ambas reinas ganaron pensó durante su reinado. Sandhu fue respaldada por la organización (Al menos de cara al público). Machado fue humillada al punto de que, según ella misma ha explicado, se le hizo una emboscada en un gimnasio de la ciudad de Nueva York a donde Trump le citó con la excusa de que iniciaría rutinas de ejercicios con un entrenador personal pero en realidad se trató de un “photo oportunity” deshumanizante en el que se le obligó a saltar a la cuica frente a decenas de fotógrafos para atender su “problema de sobre peso”. Como confesaría posteriormente Machado, le dijo a Trump que no quería hacerlo a lo que el eventualmente presidente estadounidense le respondió “no me importa, te pago para esto y lo vas a hacer”. A el trato público dispendado a Machado se une el trato a puertas cerradas. Según ella revelarse eventualmente, el Trump le llamaba en privado “Miss Piggy”o “Miss Servicio Doméstico”.
Claramente esos estilos han quedado en el pasado. Sin embargo, para llegar a la verdadera universalidad es importante que no solo la organización busque promover un valor más amplio de lo que es “bello” en la selección de participantes. También es preciso escoger jurados que sean consecuentes con el mensaje y, en la eventualidad, , que el gran público, el gran consumidor de estos eventos anuales, comience a aceptar los cambios. A comprender que lo “bello “es un valor subjetivo que varía de lugar en lugar. Que elementos como el peso, el color de la piel, el tipo de cabello o la estatura son características tan variadas como los países que concursan. Que permitirlo hará posible que mujeres, niñas y jóvenes en todo el mundo se vean adecuada y saludablemente representadas desde una plataforma tan poderosa. Que lo que son pueda verse representado con dignidad. Alcanzarlo será la mayor ganancia.