Nacer; alumbrar a la vida. El parto marca el inicio de la experiencia humana. Sin embargo, y a pesar de otros avances en el tema del género, aún falta mucho para llegar a la participación plena e informada de la mujer en ese proceso tan íntimo y fundamental del que son protagonistas ella y su cría. El control sobre el alumbramiento ha llegado al extremo expuesto en una decisión reciente del Tribunal Supremo, en un caso en el que el obstetra indujo un parto 4 semanas antes del término para poder irse de vacaciones, provocando la muerte de la criatura. Son prácticas frecuentes la limitación al movimiento de la parturienta, obligándola a permanecer acostada; el incumplimiento con la Ley de Acompañamiento en el Parto y la ejecución de cesáreas sin justificación médica, entre otras.
Tan lejos de lo natural está en ciertas instituciones el proceso del inicio de una vida, que ha tenido que acuñarse el término “parto humanizado” para identificar una forma de parir digna, segura, que reconozca la injerencia de la mujer sobre su parto. No parimos porque nos aqueja una condición patológica.
Parimos porque somos humanas. Y de esa celebración de la humanidad del parto aspiramos a una revisión serena y sensible de los protocolos de parto; al desistimiento de los antagonismos hacia las mujeres que pedimos dignidad y competencia a proveedores de servicios de salud y a que el Estado haga su parte proveyendo cursos de acción ante prácticas impropias, reconociendo el papel de doulas y parteras y respetando la autonomía de la mujer. Es lo humano.