Un día como hoy hace tres años el Gobierno decretó un toque de queda total por la pandemia del COVID. Aquel 15 de marzo del 2020 parecía la medida adecuada ante la propagación de una enfermedad que para todos era desconocida y temida. El virus estaba provocando muertes y sus consecuencias en el cuerpo humano eran insospechadas. Todos acogimos la idea de encerrarnos en nuestras casas 24/7, trabajar de manera “remota” y los niños comenzarían una nueva vida escolar vía online.
Hoy ya tenemos más conocimiento de la enfermedad y de los variados efectos permanentes que puede tener en nuestro cuerpo. Hemos asumido también -y quienes no lo hayan hecho deben hacerlo- que se trata de un virus con el que tenemos que vivir, como convivimos con tantos otros. Por lo tanto, hoy nos toca remediar los efectos negativos de esos 14 meses de encierro que fueron traumáticos y supusieron un cambio radical en nuestras vidas.
Comencemos por nuestra población más joven. Es imperativo trabajar con el rezago académico que significó el encierro por el COVID. Las universidades nos están advirtiendo hace rato que reciben estudiantes con serias deficiencias académicas. Los resultados de los exámenes diagnósticos que se otorgan en las escuelas a todos los niveles lo están demostrando y, más allá de los planes individuales y aislados de universidades, escuelas y colegios, no se percibe una política pública para manejar el tema. ¿Y por qué tiene que ser un plan de país? Porque esto tiene implicaciones serias sobre el intelecto de nuestra población y a largo plazo ello se convierte en un problema para manejar nuestros problemas colectivos, pues será esa generación -más temprano que tarde- la dominante tanto en el sector público como privado. Con ello, vendrán problemas económicos y un descenso de Puerto Rico en su standing global de competitividad si el asunto no se atiende con premura.
A nivel laboral, el trabajar remoto o participar de reuniones online llegó para quedarse. Esto supone economías para los patronos en muchísimos aspectos, pero un problema de productividad en otros renglones. Creo que al día de hoy no se ha logrado un balance entre lo presencial y lo remoto que permita una eficiencia óptima, a beneficio de patronos, empleados y de sus clientes, que en el caso del Gobierno es el pueblo.
En cuanto a la economía, el arrastre de los huracanes y los terremotos hizo que el encierro por la pandemia extendiera hasta el sol de hoy un sistema que se sostiene del dinero que fluye por nuestras calles de manera informal y de las ayudas económicas gubernamentales que van y vienen. El lockdown provocó el surgimiento de muchísimos negocios caseros y el crecimiento de los que ya existían, que siguen siendo el sustento de miles de familias, sin que necesariamente ese dinero llegue al Gobierno como llega el de los asalariados. A esto le sumamos el dinero del narcotráfico que sigue siendo a todas luces el pilar de nuestra economía, gústele a usted o no. Si no lo cree, vaya a un centro comercial, a una de estas tiendas de marcas caras, o a un concesionario de autos y vea el movimiento de transacciones por minuto, en cash.
Como ciudadanos, el encierro y la apatía forzada por el contacto físico con los demás, nos tiene todavía hoy con saludos fríos y tímidos, hasta con los más queridos. Aquellos tiempos de desinfectarlo todo o de quitarse la ropa en el garaje para entrar directo al baño fueron sin duda de gran impacto.
Hoy recordamos aquel día en el que el Gobierno mandó a encerrarnos so pena de arresto. De hecho, un informe del organismo Kilometro 0 reveló ayer que durante ese periodo especial entre 11 y 31 personas eran arrestadas por día, por violar el toque de queda, asumiéndose por el Estado un carácter penal y no salubrista del problema que vivíamos.
Aprendamos de las lecciones vividas en esa experiencia y urge remediar los problemas que seguimos arrastrando desde que se declaró el lockdown. ¿Alguien lo está haciendo? Me pregunto.
