Opinión

La Deuda de EEUU y las consecuencias de un impago

Lee aquí la columna del abogado estadista.

Alejandro Figueroa + Columnista

El presidente Biden ha basado sus esperanzas de reelección en gran parte en presentarse como la antítesis de Donald Trump, y el proceder destemplado y errático del expresidente en un town hall meeting de CNN el miércoles pasado ilustró por qué ese argumento podría ser suficiente.

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Durante la transmisión, Trump defendió separar a los niños inmigrantes de sus familias en la frontera, no descartaría una prohibición federal del aborto, dijo que indultaría a una gran parte de las personas condenadas por atacar el Capitolio durante los disturbios del 6 de enero de 2021 y abogó por que Estados Unidos no pagara su deuda por primera vez en la historia.

Tan pronto culminó el programa televisado por CNN, desde la cuenta de la campaña de Biden tuitearon el siguiente mensaje que va al grano de la estrategia: “Es simple, amigos. ¿Quieres cuatro años más de eso?”

A a pesar de la gran impopularidad de esas posiciones de Trump con votantes fuera de su base incondicional, Biden es el titular en la contienda electoral que se aproxima y para ganar en el 2024, probablemente tenga que hacer más que simplemente ser el anti-Trump.

Como mínimo, el presidente tiene que convencer a los votantes de que es capaz de dirigir con eficacia la economía estadounidense, un tema en el que actualmente la mayoría le da “F”.

Eso significa evitar el incumplimiento de las obligaciones federales este verano, un evento que los economistas advierten que podría causar un caos económico y un tema en el que las conversaciones y potenciales negociaciones entre Biden y los republicanos del Congreso están actualmente estancadas.

Durante meses, a medida que el gobierno federal se ha acercado cada vez más a agotar su límite de crédito, la posición de la Casa Blanca ha sido que Biden no negociaría con los republicanos sobre el aumento de la cantidad que Washington puede pedir prestado legalmente. De hecho, los asesores del presidente argumentan que el Congreso tiene la obligación no negociable de autorizar suficientes préstamos para cubrir los gastos que ya ha convertido en ley.

El gobierno alcanzará su límite actual de $31 billones, quizás tan pronto como en junio, según ha advertido la secretaria del Tesoro, Janet Yellen. Sin un aumento, el Tesoro no podría cumplir con todas las obligaciones federales, poniendo en peligro los cheques de seguro social, los pagos de intereses de los bonos del gobierno y los salarios de los empleados del gobierno federal, incluyendo los miembros de las fuerzas armada, entre otras cosas.

Los republicanos, desde el presidente de la Cámara de Representantes Kevin McCarthy hacia abajo, han presentado el argumento opuesto: el Congreso se ha visto obligado a elevar el límite de la deuda porque el gobierno gasta demasiado; por lo tanto, un aumento en el límite debería estar vinculado a negociaciones para analizar de manera responsable, y reducir, el gasto.

La negativa de Biden a negociar tenía sentido político siempre que McCarthy no pudiera lograr que su caucus acordara un paquete presupuestario. Si la Cámara no lograba aprobarlo, el presidente de la Cámara tendría que rendirse o aceptar la culpa por un incumplimiento potencialmente catastrófico. Pero, a fines de abril, McCarthy tuvo éxito por un margen mínimo. El proyecto de ley que se aprobó, 217-215, no fue una legislación que gustara mucho a nadie, incluso de su lado, pero era el boleto necesario para darle entrada a la sala de las negociaciones sobre el límite de la deuda.

Así que, esta semana, sin admitir que lo estaba haciendo, Biden cambió de rumbo dando paso a las conversaciones con los republicanos. Ahora, tiene decisiones que tomar.

Hasta dónde llegar en las conversaciones es una decisión sumamente delicada. Cualquier acuerdo con McCarthy implicará recortes de gastos que enfadarán a la base de electores demócratas. Incluso la idea de las negociaciones no les sienta bien a muchos demócratas, que aceptaron el argumento anterior de la Casa Blanca de que el techo de la deuda no debería ser un tema de negociación ya que no lo ha sido en cuatrienios previos bajo presidencias tanto demócratas como republicanas.

Si Biden llegara a un acuerdo con McCarthy que este no pudiera vender a los republicanos de la Cámara, la Casa Blanca habría enojado a los demócratas y no habría ganado nada. Sin embargo, el no llegar a un acuerdo podría desencadenar un incumplimiento, un riesgo que Biden no quiere correr. El caos económico, sea quien sea el culpable, daría un serio golpe a las posibilidades de reelección del presidente.

La alternativa para Biden sería renunciar a las negociaciones y tratar de hacerlo solo, tal vez siguiendo el argumento legal de que el techo de la deuda viola el mandato de la Enmienda 14 de que “la validez de la deuda pública de los Estados Unidos, autorizada por la ley... no será cuestionada.”

Pero eso, no parece ser hacia donde se dirige. Reconociendo lo empinado que sería el camino para lograr una victoria en los tribunales con el argumento de la Enmienda 14 y el tiempo que esto tomaría, Biden parecería estar allanando el camino para que la negociación con los republicanos sea aceptada por sus correligionarios como un compromiso difícil pero necesario para evitar una catástrofe tanto económica como política evitando poner en juego las elecciones del 2024.

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