Opinión

A ver si dejamos de colgarnos

Lea la columna del periodista Julio Rivera-Saniel.

Mayo marca el fin de un nuevo año escolar. Y en el caso del sistema público de enseñanza, pone punto final a un proceso lectivo deficiente para toda una generación de alumnos que han llegado a las escuelas en medio de la crisis económica, los recortes presupuestarios, los cierres de planteles, la unificación de instalaciones, huracanes, columnas cortas, terremotos y una larga lista de etcéteras. ¿El resultado? Para la mayoría, un proceso lectivo plagado de problemas. Lagunas pobremente atendidas y, con ello, enormes rezagos que en la eventualidad incidirán en la calidad de los alumnos que llegará  a aspirar a títulos de educación superior y, más adelante, toda una generación de profesionales en diversos campos.

El Gobierno apostó a combatir esos rezagos con una formula bien intencionada pero, a la luz de los expertos con los que he conversado, deficiente. O cuando menos, insuficiente para atender la magnitud de los rezagos. En esencia, la apuesta fue a un refuerzo lectivo totalmente voluntario que ha dependido del interés del estudiante y sus padres o tutores. Entonces, ¿ahora qué? ¿La apuesta es a conformarnos y repetir el ciclo una vez más?  El lunes, el gobernador Pedro Pierluisi y el secretario de educación federal, Miguel Cardona, anunciaron el inicio de un proyecto para promover la descentralización del Departamento de Educación en un intento por agilizar la toma de decisiones administrativas y dar poder decisional a las comunidades escolares. Un comité ha sido creado para evaluar el “cómo” y determinar la receta para esa descentralización.

Pero si bien esos planes parecerían de entrada responder a un reclamo histórico para saltar la burocracia en Educación, conviene no olvidar las propuestas que maestros, personal administrativo y comunidades escolares han presentado durante años en un intento para lograr que la excelencia educativa en MAYÚSCULAS no sea una excepción sino la norma en nuestras escuelas públicas.

Uno de esos reclamos ha sido la reducción de los grupos por salón. Parece unánime la recomendación de expertos educadores para que los grupos de alumnos no excedan los 20-25 alumnos por aula. Evitar grupos grandes permite un proceso educativo individualizado ideal para escenarios donde los rezagos son la norma. Como el nuestro. Sin embargo, a pesar de lo ideal de un escenario escolar como ese y de que los números de alumnos se han reducido por el declive poblacional, es común escuchar las quejas de las comunidades escolares sobre grupos excesivamente grandes.

Por otra parte, convendría mirar qué es lo que ha provocado el éxito de las escuelas especializadas. Las mismas que consistentemente logran que sus alumnos figuren en los listados de mejor aprovechamiento académico. Escuelas que forman parte del sistema público pero operan a renglón de excepción. Su éxito es demostrativo de que la excelencia es una posibilidad más que real en el sistema público. Pero, por la razón que sea, hemos decidido conformarnos con que sean la excepción y no la norma. Convendría evaluar qué se hace en esas escuelas. ¿El reclutamiento de los maestros es distinto? ¿La filosofía educativa también lo es? Si la respuesta es sí, ¿Por qué no conviene entonces extender esos modelos al resto del sistema?

A lo anterior, ¿Qué tal si dejamos de mirar solo hacia el norte en busca de referencias de excelencia? A pesar de nuestra relación con los Estados Unidos y de que ese es un referente casi exclusivo para nuestra clase política y administradores, los rankings globales no colocan el sistema estadounidense en el tope de los mejores sistemas educativos del mundo. Pero si la cosa es mirar “al norte” , ¿Qué tal si miramos aún más arriba? A Canadá, por ejemplo. Un país que recurrentemente es considerado como uno de los que mejor sistema educativo posee. Allí aunque existen regulaciones desde el gobierno central, cada una de sus 13 provincias administra su propio sistema de acuerdo a las características de cada zona. Otro de esos ejemplos reconocidos globalmente es el caso de Finlandia donde los maestros son considerados profesionales prioritarios y se les compensa de la misma manera. Esto, claro está, llega de la mano de un proceso de preparación y reclutamiento altamente riguroso. Lo mismo ocurre con Singapur, otro de esos países que lidera los rankings mundiales. Su apuesta es a maestros altamente preparados y adecuadamente compensados. Cargas lectivas que promueven el pensamiento crítico y no la “botella”. O China que ha apostado a una reducción en el peso de las tareas que se asignan al hogar y que también cuenta con un sistema educativo favorablemente evaluado por la comunidad global.

Si en realidad nos preocupa el futuro del proceso educativo, ello exige un esfuerzo real para repensar lo que hemos hecho. Lo que funcionó, pero ya no. Lo que ya no nos resulta. E incluso lo que nunca nos ha resultado pero no que no hemos querido admitir en voz alta. Seguir haciendo lo mismo nos dejara en el mismo lugar. Dejemos eso como tarea. Basta de conformarnos con el fracaso.

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