Opinión

La naturaleza humana que nos define

Lee aquí la columna del vicepresidente del Proyecto Dignidad.

Juan Manuel Frontera + Columnista

Me sorprende sobremanera la facilidad pasmosa con las que las personas que se dicen pensantes e inteligentes echan a un lado la discusión de los asuntos relacionados a la ideología de género y la transexualidad. Los despachan, en la mejor de las ocasiones, diciendo que eso no es un problema aquí, que estamos importando guerras culturales innecesariamente, que son asuntos secundarios, obsesiones moralistas de los fundamentalistas, culminando en ataques ad hominem de fóbicos y prejuiciados.

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Lo que esos seudo intelectuales no entienden, es que todo este debate en esencia trata sobre la conceptualización misma de lo que es el ser humano. Los defensores de la ideología de género argumentan que el sexo biológico en sí mismo es una construcción social y que el género, como término, se refiere a una realidad psicológica que es el núcleo real de la identidad de una persona. Esto constituye una reingeniería fundamental de lo que significa ser persona e implica el traslado de autoridad para definirlo desde el mundo externo hacia la psicología interna. Para entender, comparemos dos situaciones hipotéticas.

Es 1970, una paciente visita a su médico y le expresa que es una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre. El médico le responde que esto claramente es un problema, un problema de la mente, y que cualquier tratamiento sería con el propósito de alinear las convicciones psicológicas del paciente con la naturaleza sexual de su cuerpo. Hoy en día, es muy probable que el médico responda que esto sigue siendo un problema, pero ahora se vería como un problema del cuerpo, no de la mente.

Así nos enfrentamos a una imposición cultural en el que la psicología interna se convierte en el factor decisivo en la identidad personal. Ahí se constituye el individualismo expresivo. Este individuo está constituido por un conjunto de sentimientos internos y su valor depende de cómo puede actuar en público de manera consistente con esos sentimientos.

Debido a que, para este individuo expresivo, la felicidad personal, definida en como una sensación interna de bienestar arraigada en la autenticidad, es el imperativo principal de la vida, las demás personas, e incluso las instituciones, deben existir para servir a este fin. Así, las relaciones y las autoridades externas existen para servir a la felicidad individual interna: incluso el cuerpo puede ser visto como una presencia problemática que impide que el individuo sea verdaderamente feliz y realizado. Por eso pueden llegar a mutilarlo para alcanzar felicidad.

Esta es una de las principales razones por las cuales los debates sobre las leyes que rodean la ideología de género son tan acalorados, pues la decisión de excluir a una persona trans del deporte, por ejemplo, se percibe como basada, no en la fisiología o realidad biológica, sino en la política de identidad. La persona siente que no se les está reconociendo como personas de valor. Por eso a tantos les resulta incómodo definir lo que significa ser una mujer o negar que alguien con el cuerpo de una mujer pueda ser un hombre. Se nos hace difícil confrontar al otro con la realidad.

Debemos entender de una vez y por todas que la cuestión transgénero es solo un síntoma de un problema mucho más profundo. El problema de fondo es el colapso de la naturaleza humana como la hemos concebido hasta hoy.

Si la pregunta “¿Qué es una mujer?” resulta tan difícil de responder para tantas personas hoy en día, es porque la pregunta “¿Qué es ser un ser humano?” también se ha vuelto imposible de responder. Cuando se eliminan todos los marcadores externos de una identidad estable, incluso aquellos proporcionados por la constitución física y sexual de nuestros propios cuerpos, la pregunta de quiénes somos exactamente como individuos se vuelve imposible de responder. Hacia ese abismo vamos caminando, pero nadie quiere verlo. Después de todo, eso nos es un problema en Puerto Rico.

Abramos los ojos. Si no existe tal cosa como la naturaleza humana, no puede haber un propósito común o un bien común. Cualquier afirmación en ese sentido se interpretaría como un juego de poder manipulador, un intento de un grupo de controlar a otro. Ni los derechos humanos, ni las responsabilidades humanas, tendrían un estatus natural. La noción de sociedad constituida únicamente por relaciones contractuales se reforzaría y sería filosóficamente irresistible. En términos prácticos, se desplazaría el poder absoluto hacia el Estado o hacia grandes corporaciones como las únicas instituciones capaces de imponer criterios y algún tipo de orden social. Contra eso es que luchamos, para que permanezca la idea de que la dignidad del ser humano, y su naturaleza, no me la otorgo yo, ni me la otorga el otro ni el Estado, esa dignidad nos trasciende y nos define.

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