Opinión

La Biblia y la política: una respuesta a Báez Galib

Lee aquí la columna del vicepresidente del Proyecto Dignidad.

Temprano en mi vida aprendí a valorar la buena lectura, el conocimiento de la historia, el debate de ideas, la honestidad en los argumentos, y otorgarle al adversario el respeto de tratar de exponer de la mejor manera posible sus argumentos antes de diferir de ellos públicamente. Eso no me lo enseñó la academia, me lo enseñaron en mi Iglesia.

Mi formación cristiana me enseñó a retener lo bueno y desechar lo malo. A atesorar y a reconocer con mucho respeto que toda verdad proviene de Dios, sin importar quien la pronuncia, y que los seres humanos somos capaces de grandes luces y gigantescas obscuridades, incluyéndome a mí, y los que creen como yo. Por eso, hasta hoy, tengo un profundo respeto por mis profesores durante todos mis estudios, y por mis compañeros de universidad, sin importar las diferencias de pensamiento.

Precisamente fue en la universidad, donde enfrenté con más vehemencia la falta de discusión y aceptación a la diversidad de pensamiento. En donde cualquier vestigio de ideas que no eran consideradas como “progresistas” que pudiesen chocar con el post modernismo o feminismo, o con la izquierda nacional clásica, se despachaba por el profesorado con desdén. Aquello que simplemente oliera a fundamento occidental clásico, era catalogado como falso moralismo, meta narrativas imperialistas opresivas provenientes de un judeocristianismo anquilosado lleno de temores hacia la otredad.

Se ocultaba la influencia cristiana en las cartas de derechos, la abolición de la esclavitud y la estructura legal de nuestro ordenamiento jurídico, incluyendo nuestra constitución y la de Estados Unidos de América. En donde la gran muralla de la separación entre iglesia y estado se trasladaba de las cartas de Thomas Jefferson a las letras directas de la primera enmienda de la constitución federal, y por ende nuestra carta de derechos. No importaba su contexto histórico, pues para muchos de ellos la hermenéutica se circunscribe a que las palabras en el texto constitucional están sujetas a ser interpretadas dinámicamente para alcanzar la justicia impregnada en la visión de mundo del juez que escribe la opinión.

Fuera del ámbito universitario, hay muchas personas que, sin haberlas conocido personalmente, he disfrutado de leerlos y escucharlos por años. Dentro del espectro político moderno, Eudaldo Báez Galib es uno de ellos, sin importar que cada vez que toca el tema de la influencia del cristianismo dentro de la política, sus prejuicios son evidentes y sus argumentos suelen ser, a mi juicio, poco persuasivos, pues son dados a preferir el uso del eslogan por encima de la argumentación. Algo muy poco representativo de sus columnas sobre otros temas, aunque cuando toca el tema del estatus en ocasiones sufre de lo mismo.

En su última columna publicada en un rotativo local, ¿Biblia o Constitución? Una riesgosa controversia para 2024 en Puerto Rico, Báez Galib reconoce las emociones y sentimientos que le causaron sus luchas con el advenimiento del Partido Acción Cristiana (PAC, por sus siglas en Inglés) y su defensa férrea del partido popular en contra de la Iglesia católica y sus obispos. Para atacar el conservadurismo actual aquí en la Isla, partiendo del prejuicio anterior, los compara, sin hacer un intento de causalidad histórica o reconocimiento del espectro político contemporáneo mundial, con el “trumpismo”. Sin que falte las referencias altamente inflamatorias y ad hominem de asemejar el advenimiento de un conservadurismo local reciente en Puerto Rico, con Adolf Hitler, Benito Mussolini y Francisco Franco. Finalmente, conecta solapadamente a los conservadores de hoy, de aquí y de allá, con los asesinos de Martín Luther King, llamándolo blanquísimo.

Solo hay que leer al reverendo Martín Luther King con honestidad intelectual en su totalidad, para saber que aún Báez Galib lo consideraría hoy un peligro, pues la Biblia fue la fuente de su activismo político. De hecho, la propia cita del Dr. King que Báez Galib usa en su columna, derrota su titular, pues, ¿cómo se puede ser la conciencia del estado, sin hablarle directamente e influenciar su política pública? Los excesos siempre hay que velarlos, pero a veces los prejuicios impiden ver los defectos más cercanos. Báez Galib celebra la remoción de los obispos católicos que fomentaron el PAC, pero no critica, ni hace introspección, de las influencias que la dirección de esa misma Iglesia ha tenido en los últimos 50 años en favor del partido en el que milita. Ni de la participación de ministros evangélicos dentro de la fundación del partido popular y su junta de gobierno por muchos años.

Aparentemente, para Báez Galib, la única Biblia que hay que velar es la que a él no le gusta cómo la interpretan. La que es interpretada como él entiende, esa es bienvenida y a esa se le pueden abrir las puertas de la política.

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