Opinión

Es tiempo de quitar la paja de nuestro ojo para ver rectamente

Lee aquí la columna del vicepresidente del Proyecto Dignidad.

Juan Manuel Frontera + Columnista

¿Cómo hacer sentido de un acto irracional? Me quedo mirando la pantalla del televisor a las imágenes de un lugar que por mi profesión he visitado decenas de veces y no puedo creerlas. Saltan a mi mente tantos pensamientos, pero el que se mantiene constante es esa incógnita, ¿Qué pudo haber llevado a un ser humano a matar a dos personas por un conflicto vecinal?

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En mi cabeza no encuentro respuestas. Así como no encuentro respuestas a cómo un padre es capaz de violar o agredir sexualmente a una hija. O cómo alguien es capaz de asesinar a otro por su color de piel, sus ideas políticas o religiosas, su manera de pensar, ser o actuar. El que yo no encuentre respuestas que expliquen dichas conductas— no para justificarlas, sino para entender la verdadera naturaleza de la violencia que nos habita— no quiere decir que nos sean extrañas a nuestro diario vivir. No le han sido extrañas a ningún ser humano en ningún momento de la historia de la humanidad. Esa es la realidad. Es más, lo que debe sorprendernos es que aún estos actos de violencia nos sorprendan.

La violencia es una constante en la vida de los seres humanos. Si algo es innegable, y es evidenciado por la historia, es que todo ser humano es capaz de llevar a cabo un acto de violencia cruel y deleznable. Ninguno de nosotros estamos exentos de esa posibilidad. Solo pregúnteles a aquellas sociedades que han experimentado una guerra civil, en donde familias, hermanos, amigos se matan unos a otros y han sido capaces de los actos más crueles de tortura.

La violencia puede darse por un arrebato de ira o puede ser el fruto de largas horas de pensamiento, sufrimiento, sentimientos de exclusión, incomprensión, persecución, incapacidad de resolver problemas, desigualdad social infranqueable y varios otros factores, que nunca la justificarán, pero debemos tenerlos presentes y atenderlos.

Vivimos en un mundo extremadamente violento, por un lado, y por otro vivimos en un mundo donde los seres humanos aún en medio de las mismas circunstancias y viviendo bajo las mismas deficiencias sociales, somo capaces de llevar a cabo acciones de empatía, sacrificio y amor por otros que pueden catalogarse como heroicos.

Con rapidez podemos comenzar a hablar de leyes, políticas públicas, restricciones de armas, restricciones de libertad, mano dura, justicia restaurativa, discrimenes, intolerancias, odio, la desintegración de la familia y de las instituciones de seguridad y justicia. Todos asuntos importantísimos que atender. Ahora bien, ¿qué podemos cada uno de nosotros comenzar a hacer hoy? Es necesario añadir a nuestras vidas un grado sustancial de empatía y de auto evaluación personal de la violencia que nos habita.

Todos somos rápidos en brindar soluciones, en mirar a los demás, en señalar al otro. Pero, ¿cuánta violencia denotan nuestras acciones, nuestros discursos, nuestras expresiones en las redes sociales, en nuestras relaciones familiares, de trabajo, comunitarias? Cuanto exaltamos al troll que piensa como yo, y ´trolea´ al que está contra mí. Si lleváramos con nosotros una grabadora interna en nuestras mentes que grabara nuestros pensamientos, y nuestras expresiones, desde las más íntimas a las públicas, ¿estaríamos dispuestos a que se publicaran?

Nada de lo anterior justifica los eventos de violencia que nuestro pueblo experimenta a diario, pero me parece que una sociedad en donde seamos más capaces e intencionales de vivir en empatía y tratar a los demás con la dignidad que todo ser humano merece, no importando sus carencias, sus dificultades, sus incapacidades y su completa incompatibilidad con uno, puede hacer de nuestra convivencia una mejor, y darnos la capacidad de partir de ahí a trabajar para atender los asuntos comunitarios y sociales que requieren de nuestra atención inmediata.

Lo que sucedió ayer en el tribunal de Caguas debe ser motivo de una profunda reflexión para todos los que estamos involucrados en el quehacer público en Puerto Rico. Lo que enfrentan nuestras familias y comunidades diariamente en su intento de sobrellevar las fallas de nuestras instituciones, y de nuestras faltas de empatía hacia el prójimo, requiere de un cambio en nuestras formas de atender lo que es verdaderamente importante. Es tiempo de quitar la paja de nuestro ojo para que podamos ver rectamente.

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