Opinión

“¡Me quemo!” Y otros gritos de auxilio en tiempos de ebullición

Lea la columna del periodista Julio Rivera-Saniel.

El nuevo semestre ha traído nuevos retos. Nuevos porque no hablo de los de siempre. Ya sabe. De escuelas sin pintar, falta de maestros o problemas de planta física. Esa lista se repite cada inicio de año  escolar, de la misma forma que la discusión pública, las denuncias y la elaboración de planes que nunca traen una solución definitiva. En este caso, sin embargo, me refiero a un problema que se nos había anticipado pero que –como ya va siendo costumbre- nos comienza a explotar en la cara porque, para variar, no hicimos nada para adelantarnos a la crisis: el calor. Sobre todo en las escuelas.

Para muchos podría parecer una tontería. Una “changuería” de esta “generación de cristal”, como algunos le llaman de manera despectiva. Eso he visto escribir a más de uno en las redes sociales como argumentos para restar importancia al asunto. Algún usuario en las redes sociales me comentaba que en sus tiempos –probablemente, los mismos que los míos- nadie se quejaba del calor. Con toda probabilidad es cierto. El problema es que aquellos tiempos no son estos. En aquellos se nos hablaba del efecto del calentamiento global y la necesidad de establecer políticas que permitieran a los países industrializados frenar las emisiones de contaminantes y prácticas que abonaban a ese problema de “futuro”. Pero el futuro llegó y como no se hizo lo recomendado, también llegó el calentamiento global. Según la ONU, el asunto es ahora más que aquello. De la era del “Calentamiento Global” el planeta ha entrado en lo que han bautizado como la “Era de la Ebullición Global”. El planeta hierve y no será cosa pasajera. Los científicos –que siempre nos advierten aunque más de uno desde una soberbia ignorante anclada en el absoluto desconocimiento les tache de locos- ya nos han dicho que estos calores han llegado para quedarse. De hecho, el pronóstico adelanta que este verano que nos ha parecido un infierno será el más fresco de la próxima década.

Y en ese contexto se ha dado el inicio del semestre escolar con escuelas que no han sido preparadas para enfrentar el nuevo escenario. Los planteles escolares más viejos no son el grueso del problema. Muchas de las escuelas más recientes han probado ser, en términos de diseño, un engendro inadecuado para estas latitudes. Espacios con techos bajos, ventanales que proveen poca ventilación y solo utilizables cuando se encienden los acondicionadores de aire. Lo mismo ocurre, por ejemplo, en la Universidad de Puerto Rico. Allí el contraste es elocuente. Eche un ojo a las estructuras clásicas perfectamente adecuadas a nuestras temperaturas. En cambio, los edificios más modernos, que comenzaron su construcción para la década de 1990, se tornan en verdaderas trampas de calor si se dañan los acondicionadores de aire. Lo anterior denota una clara falta de planificación ante un escenario recurrentemente advertido. Pero además, grita “acción” al Gobierno, no solo para idear un plan a aplicarse a escuelas, centros educativos y oficinas gubernamentales, sino al resto de nuestra vida como país. Parece que hay que comenzar a repensarlo todo, aunque nos parezca exagerado. Y eso debe comenzar con la manera en que construimos (eso aplica a nuestras casas, a veces hermosas pero pensadas para otras latitudes. Con cocheras cerradas, ventanales estrechos y techosbajos), pero también con la manera en que construimos nuestros espacios comunes. Ya los científicos han recomendado la habilitación de espacios para refrescarse en áreas públicas. También repensar asuntos cotidianos como los uniformes escolares o, incluso los de servidores públicos como los policías que patrullan a pleno sol con vestimentas en colores oscuros y absolutamente cubiertos de pies a cabeza. Un verdadero absurdo para estas latitudes. Todo eso habrá que repensarlo a la luz del sentido común y una estética consistente con nuestra ubicación geográfica.

De la misma forma, según la discusión de expertos a nivel global, habrá que repensar nuestros espacios urbanos reduciendo las llamadas “islas de calor” o esos espacios densamente poblados llenos de asfalto que caracterizan las grandes ciudades. En Europa, por ejemplo, se habla ya de reducir la huella de asfalto y aumentar espacios verdes que ayuden a bajar las temperaturas en zonas urbanas. Por allá también se ha iniciado el establecimiento de los llamados “Refugios Climáticos” o espacios como bibliotecas, escuelas y parques que, sin perder su función primaria, abren al público en momentos de calor extremo para que los ciudadanos puedan refrescarse en espacios adecuadamente climatizados. Tome el caso de Barcelona donde se ha construido una red de 227 espacios de este tipo donde la gente puede pasar a refrescarse. En Bilbao, otra ciudad española, ya se han habilitado 130 de estos espacios. Localmente, esa discusión ni siquiera ha comenzado.

Convendría que el Gobierno empiece a prestar atención a los expertos. También a encaminar las recomendaciones del Comité Asesor de Cambio Climático que ha sugerido incluso legislación para atender los retos de la manera en que el planeta cambia, pero esas medidas aún no han sido consideradas en la Legislatura. ¿Será que por una vez seremos proactivos en lugar de reactivos?

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