El escenario político cambió. Esa es una afirmación incuestionable. Atrás quedaron los años de la hegemonía absoluta de los partidos Popular Democrático y Nuevo Progresista que se han intercambiado el poder por la totalidad de nuestra historia reciente. Sin embargo, aunque el liderato de esos partidos afirma de cara al público que entre sus seguidores todo marcha en orden, por lo bajo resulta inevitable reconocer la realidad: pierden tracción.
Aunque de ordinario, gracias a esa inercia que nos ha llevado al “quítate tú que voy yo”, ha sido relativamente fácil anticipar los resultados electorales. Esta vez gana uno azul y luego uno rojo. Pero este ciclo tiene en esta etapa un claro elemento de incertidumbre.
En primer lugar, los gobernantes recientes han enfrentado el reto de la ausencia de respaldo mayoritario. Ninguno de los gobernantes recientes ha vencido con el 50% o más del voto general. Ricardo Rosselló ganó con cerca del 44 % y Pedro Pierluisi lo hizo con poco más de 30%. En ambos casos, el mensaje del elector ha sido claro. La mayoría de los votantes ha escogido en la papeleta a cualquiera alternativa menos la que ha resultado ganadora. Como consecuencia, quien gana en términos porcentuales realmente perdioo en el balance de votos. Aunque es evidente que las reglas electorales establecen que para ganar no tiene que haber mayorías del 50 más 1.
Ahora, la erosión de las bases electorales de los partidos hegemónicos parece haber tocado fondo. No se trata de un acontecimiento súbito. En los pasados ciclos electorales movimientos y candidaturas independientes o partidos jóvenes como Rogelio Figueroa de Puertorriqueños por Puerto Rico, Alexandra Lúgaro, Manuel Cidre y otros fueron preparando el terreno para el tablero electoral en el que han puesto sus fichas Proyecto Dignidad, Movimiento Victoria Ciudadana y otros. Todos han ganado capital político en la misma proporción que el PPD y el PNP han perdido seguidores. Y la tendencia parece imparable. El lunes comenzó con la noticia de la desafiliación del alcalde de San Sebastián, Javier Jiménez, quien con toda probabilidad se muda a Proyecto Dignidad. Su caso es un ejemplo del perfil del votante que antes gravitaba al PNP pero ya cada vez menos. Un votante conservador asociado a las posturas propias del Partido Republicano en el ámbito estadounidense, que ya no encuentra espacio para sus posturas dentro del PNP. No solo Dignidad ha capitalizado sino que otros ya anticipan el establecimiento de un partido estadista conservador del que la exsenadora novoprogresista Myriam Ramírez de Ferrer ya adelantó que se realizan esfuerzos de inscripcion. Así que si más votantes históricos siguen su marcha fuera de La Palma, entonces quien pagará la factura será el partido azul.
En el lado de La Pava la cosa no va muy lejos de lo antes descrito. El sector antes bautizado como las “plumitas liberales” que fue ninguneado y tratado como minoría dentro del partido de Muñoz, ha escapado de esas filas para moverse a espacios como el MUS hace unos años o el Movimiento Victoria Ciudadana, más recientemente. Una tendencia que parece continuar ganando terreno y que aleja a un sector que en el pasado era seducido por el PPD para garantizarse el triunfo ante el hecho de que la base electoral roja ha sido menos robusta que la de su contraparte azul.
Tanto la Palma como la Pava han espantado a esos sectores históricamente aliados en lugar de intentar retenerlos. Si esa erosión continúa y los partidos no frenan la fuga de electores, podríamos estar a las puertas de una elección en donde lo único claro será que nada está claro y que la sorpresa podría ser la orden del día. Y si a esa erosión añadimos la posibilidad de una alianza electoral entre Victoria Ciudadana y el PIP podríamos estar ante un sacudión importante en tablero de juego. Las fichas están sobre la mesa. A ver quién gana esta partida.