Opinión

Bloqueadores de pubertad, tratamientos hormonales y la disforia de género

Lee aquí la columna del vicepresidente del Proyecto Dignidad.

Juan Manuel Frontera + Columnista

La presentación por parte de la Representante de Proyecto Dignidad en la Cámara, Lisie Burgos Muñiz, del Proyecto de la Cámara 1889 ha reanudado la discusión pública en Puerto Rico sobre los tratamientos a menores de edad con disforia de género y sus consecuencias.

PUBLICIDAD

La realidad es que a través de Europa y los Estados Unidos los sistemas de salud están adoptando medidas para frenar, revertir y/o reevaluar las políticas públicas implementadas para proveer acceso a tratamientos médicos a menores de edad que experimentan disforia de género. Investigaciones realizadas por diversas instituciones de salud en Inglaterra, Finlandia, Suecia, Francia y Noruega señalan la naturaleza experimental de estos procedimientos, especialmente sus efectos a largo plazo, sin demostrar mejoras en el bienestar psicológico de los menores que se someten a ellas de manera tal que los beneficios obtenidos superen los riesgos.

Algunas de estas instituciones de gran renombre han comenzado a respaldar la psicoterapia como el tratamiento preferido para los menores con disforia de género, reconsiderando por completo las intervenciones médicas mediante tratamientos de bloqueadores de pubertad y hormonas del sexo opuesto. Esto es así pues cada vez es más evidente que el uso de bloqueadores de pubertad y hormonas del sexo opuesto para producir una transición en menores de edad no es seguro, ni reversible. Estudios sistemáticos han concluido que no hay evidencia suficiente como para determinar que las intervenciones hormonales para la disforia de género en menores sean seguras.

Por otra parte, aún cuando el detener el tratamiento con bloqueadores permite que se reanude el proceso de la pubertad, esto no garantiza que se elimina cualquier impacto que la interrupción del desarrollo natural del crecimiento del menor sea totalmente reversible. Hasta el momento no hay evidencia que indique que el desarrollo del menor continuará como si la intervención médica nunca hubiera ocurrido. Más bien, la evidencia indica que detener el inicio natural de la pubertad de un niño sano trae consigo posibles daños sustanciales y riesgos como la esterilización, pérdida de capacidad de amamantar, pérdida de funcionalidad sexual y placer, interferencia con el desarrollo neurológico y cognitivo, reducción de la densidad ósea y otros.

A su vez, comenzar estos tratamientos sin haber dado la oportunidad de recibir tratamiento psicoterapéutico prolongado durante la niñez y adolescencia puede afectar la capacidad del profesional de la salud de poder descartar otras fuentes que sean las causantes de la disforia de género en el menor. Esto es así pues los menores diagnosticados con disforia de género tienden a enfrentar otros problemas de salud mental, como el trastorno del espectro autista (TEA). Una revisión sistemática de 22 estudios encontró que los niños y adolescentes remitidos a clínicas por disforia de género también son diagnosticados con TEA en un rango del 6 al 26 por ciento. Por otro lado, otro estudio encontró que los niños diagnosticados con TEA son siete veces más propensos a tener una varianza de género informada por los padres.

Además, entre los adolescentes con disforia de género, las evaluaciones clínicas revelan tasas elevadas no solo de depresión, sino también de trastornos de ansiedad, dificultades de comportamiento disruptivo, trastorno por déficit de atención e hiperactividad, trastorno del espectro autista y trastornos de personalidad, especialmente el trastorno límite de la personalidad (TLP).

Debido a los síntomas superpuestos entre algunos diagnósticos (por ejemplo, el TLP) y la disforia de género, muchos niños y adolescentes pueden ser diagnosticados incorrectamente con disforia de género cuando ese no es el problema real. Recientemente, numerosos organismos internacionales han documentado el aumento alarmante en los diagnósticos de disforia de género entre adolescentes y jóvenes durante los últimos 10-15 años:

  • El NHS de Inglaterra informó un aumento de 40 % en las referencias al Servicio de Desarrollo de Identidad de Género del país entre 2008 y 2018.
  • La Junta de Salud y Bienestar de Suecia informó que, entre 2008 y 2018, el número de diagnósticos de disforia de género fue 15 veces mayor entre las niñas de 13 a 17 años.
  • La Junta de Investigación en Salud de Noruega señaló que las referencias a su servicio de tratamiento nacional aumentaron en un factor de ocho (2007-2018), en su mayoría de niñas.

Por consiguiente, estas estadísticas demuestran la necesidad de considerar, no tan solo factores médicos, sino sociológicos, y quizás financieros, que contribuyen a los aumentos en los diagnósticos. Muchos se adelantan a descartar el proyecto de ley propuesto por la representante Burgos y hasta ridiculizarlo. Lo cierto es que este asunto está siendo discutido y analizado con detenimiento en todo el mundo. De hecho, las sociedades que en un inicio permitieron que sus sistemas de salud fuesen guiados por la ideología de género más que por la ciencia, hoy están reevaluando y dando marcha atrás, implementando políticas más restrictivas en protección de los menores.

Más columnas de Juan Manuel Frontera

Tags

Lo Último