Hoy es día de dejar el debate político a un lado y elevar la mente y el corazón a una reflexión más profunda. Una reflexión que nos trasciende a todos. La vida agradecida que nos permite experimentar la verdadera paz. La falta de contentamiento, que en última instancia se traduce en una incapacidad de vivir agradecidos, se traduce en una vida llena de inconformidad y conflictos. Decía un gran estudioso que los orgullosos no tienen a Dios, los conflictivos no tienen vecinos, los desconfiados no tienen amigos y los descontentos no se tienen a sí mismos. La persona que es incapaz de ser agradecido, que vive en descontento, no se soporta a sí mismo.
Aquí, tengo que confesar que siempre ha sido para mí una lucha andar los caminos de la vida agradecida, en contentamiento, donde se me promete, no cualquier paz, sino una que sobrepasa mi entendimiento. Esa vida que nos exhorta a pensar y meditar en todo lo que es verdadero, digno, justo, puro, amable y honorable. Hoy en día aún más, donde desde el despertar hasta el anochecer estamos sujetos a un mover de información que está desmesuradamente inclinada hacia el descontento, la crítica, el ataque personalista, el insulto y la falta de honestidad.
Pero no es tan solo el discurrir de información negativa, sino la lucha a su vez con el deseo de no quedarnos donde estamos, sino impulsarnos hacia una vida más productiva, exitosa, que busca transformar el presente con una esperanza viva en un futuro más excelente. La lucha entre el vivir en contentamiento con lo que se tiene y el deseo de progreso es a veces una fuente de fricción entre el agradecimiento y la inconformidad. Esa vida de sabiduría, abundante, que vale la pena vivir, es una vida en la cual somos capaces de expresar agradecimiento en todo tiempo, pero que nos permite, desde esa paz que produce el contentamiento pleno, no conformarnos, sino ser continuamente transformados, extendiéndonos hacia la meta de una vida que añora alcanzar sueños y metas que nos trascienden.
Solo aquel que sabe vivir agradecido alcanza la paz personal necesaria que le permite actuar con la valentía y el conocimiento necesarios para impulsarse hacia un futuro de una vida más excelente. No hay ninguna contradicción en ello. Ese agradecimiento que nos permite vivir con sobriedad mental en escasez y en abundancia. El contentamiento que nos ayuda a vencer la tentación constante de vivir gobernados por la codicia. Una vida llena de codicia es una vida llena de descontento con uno mismo, y de ahí, con el otro. Por eso, la codicia es la semilla de la violencia, de la vida llena de conflictos, pues es una vida donde constantemente se anda en búsqueda de aquello que nunca se encuentra, y no se encuentra porque lo que se codicia no puede obtenerse en ese camino.
Hoy, día en el cual como sociedad separamos un tiempo para detenernos a celebrar, meditar y pensar en lo que es ser agradecidos, se nos hace una invitación que se torna irresistible. Una invitación imposible de ser rechazada. El profeta Isaías le sirve de portavoz: “A todos los sedientos, vengan a las aguas; y los que no tengan dinero, vengan, compren y coman. Vengan, compren vino y leche sin dinero y sin costo alguno. ¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, y su salario en lo que no sacia? Escúchenme atentamente, y coman lo que es bueno, y se deleitará su alma en la abundancia. Inclinen su oído y vengan a Mí, escuchen y vivirá su alma. (Isaías 55:1-3 NBLA).
Hoy, antes de sentarse a la mesa, sea solo o en familia, recuerde algo: no hay otra comida que traiga mayor agradecimiento que el pan de vida que se nos ofrece desde la mesa forjada por un madero. Desde ese madero, fluye gracia que reconcilia, que sacia, que llena el corazón y el alma. Es allí donde se experimenta la verdadera vida plena y agradecida. Esa vida que vence la codicia y la muerte. Esa vida se nos ofrece gratuitamente, aunque su costo fue inmensurable.