La historia de los delitos electorales en Puerto Rico es amplia y alcanza características míticas. Los cuentos de vaciados de listas electorales para inscribir partidos, recoger endosos, agenciarse votos fraudulentamente, robo de maletines electorales, alteración de endosos y papeletas, ofrecer y recibir pagos, empleos o bienes a cambio de votos, amedrentar, forzar o intimidar a otros para que ejerzan su voto a favor o en contra de un partido, candidato o formula, los votos múltiples, son todos parte del acervo de una cultura política puertorriqueña y como son cuentos, todos conocemos uno. Llega al punto que, si de los cuentos fuera, en Puerto Rico se podría inscribir y tener la posibilidad al triunfo en algún escaño, el partido de los muertos. Y aquí, parafraseando a Don Pedro Calderón de la Barca podría aplicar aquello de que “la vida es cuento, y los cuentos, cuentos son”.
Lo triste es que, aunque los contamos como cuentos, como toda historia, no podemos negar que algún fundamento en la realidad tiene. Una realidad que es dura aceptarla, y por eso solemos minimizarla, convirtiendo los delitos electorales antes descritos, y a aquellos que los cometen, como personajes de la vida de los cuentos, a quienes les adscribimos, según del color y el bando para el cual trabajan, características de superhéroes y malhechores. Unos pintando sus actos como hazañas de guerra, y los contrarios como engendrados en las fosas más obscuras de algún war room electoral cercano a la milla de oro o del pentágono. Y se queda ahí, en mero cuento y olimpismo electoral.
Es momento de que se trascienda esa niñez electoral en Puerto Rico. Los delitos electorales no son delitos de tercera o cuarta. Son delitos que van a la médula de la legitimidad política en donde anclamos todo nuestro andamiaje gubernamental, incluyendo al Secretario de Justicia, la Oficina del Contralor, la Oficina del Inspector General, el Superintendente de la Policía, el nombramiento de fiscales y jueces. Esto es, todo nuestro andamiaje de justica en Puerto Rico, entre otros. La legitimidad en el ejercicio del poder político es central para que nuestro sistema de gobierno tenga la autoridad y la capacidad de actuar con firmeza en el ejercicio de sus funciones.
La Comisión Estatal de Elecciones, a través de sus componentes, comenzando con su presidencia, debe tener el poder y la autoridad para generar investigaciones y someter informes puntuales y precisos para que las autoridades competentes sometan los cargos, sin necesidad de querella previa, cuando los hechos saltan e impactan el rostro. En esos procesos, todos los Comisionados Electorales, y partidos políticos deben tener un deber de fiducia para con la integridad del proceso electoral, y que se procesen los delitos electorales dispuestos en la propia ley electoral.
Por otra parte, se debería considerar otorgarle recursos y capacidad jurídica a la figura del Contralor Electoral para que sea quien radique cargos y lleve a los tribunales los casos de delito electoral, ampliando su jurisdicción más allá de la fiscalización del financiamiento de campañas políticas.
Lo que hoy surge a la luz pública con las alegaciones de falsificación de firmas, utilización indebida de información personal electoral y otros en el proceso de recogido de endosos en las primarias y dentro de las candidaturas independientes, no es algo irrelevante o de poca importancia. A su vez, refleja solo la punta del iceberg, que sale a la luz con la intensidad que estamos viendo, lamentablemente, solo porque hay conveniencia política de actores con poder dentro del sistema. Pero no importa las motivaciones por las cuales estos procesos salen a la luz, hay que aprovechar cuando así pasa, para señalarlos y tratarlos con la seriedad que amerita.
No podemos seguir con el cuento, la mistificación y las justificaciones de aquello que la conciencia y el deber nos dicta que debemos atajar con fuerza e intencionalidad. Vale la pena hacerlo, pues como Segismundo nos recuerda en la Vida es Sueño, Mas, sea verdad o sueño, obrar bien es lo que importa. Si fuere verdad, por serlo; si no, por ganar amigos para cuando despertemos.