El presidente Joe Biden llegó al Capitolio el jueves por la noche enfrentándose a lo que posiblemente era la tarea más difícil que ha enfrentado en esta campaña electoral rumbo a la elección en noviembre: su discurso sobre el Estado de la Unión que representa una aparición de alto riesgo ante la teleudiencia nacional.
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En síntesis, su presentación fue efectiva propinando una serie de golpes a su adversario durante el transcurso de su discurso.
Su presentación, avivada por algo de humor al final, tenía como objetivo refutar una de las principales líneas de ataque de los republicanos en su contra: el esfuerzo por marcar al presidente de 81 años como frágil, débil, olvidadizo y apesadumbrado por los años.
Se trata de un ataque que han lorado ser efectivo entre muchos estadounidenses. Según las más recientes encuestas nacionales, más de 6 de cada 10 adultos estadounidenses, incluido aproximadamente un tercio de los demócratas, no confian en que Biden tuviera la capacidad mental para desempeñar eficazmente el cargo de presidente.
Ese hallazgo no es tan grave como podría parecer: el expresidente Trump tiene 77 años y la proporción de estadounidenses que carecen de confianza en su capacidad mental para servir es solo ligeramente menor: 57 %.
Aún así, las preocupaciones sobre la capacidad de Biden para lidiar con un mundo turbulento proporcionan una razón importante —quizás la razón principal— por la que está muy por debajo del expresidente en la mayoría de las encuestas.
El discurso, que obtuvo buenas calificaciones entre sus compañeros demócratas, demostró que el presidente y su equipo creen que la mejor manera de asegurar a los estadounidenses que es lo suficientemente fuerte para hacer el trabajo es atacar. El resultado fue un discurso sobre el Estado de la Unión profundamente político, especialmente en un principio y al final, repleto de más de una docena de referencias a “mi predecesor”, su oponente en la carrera presidencial, a quien no nombró pero criticó repetidamente.
Una versión anterior de Biden, que a menudo pedía colaboración entre ambos partidos y que se postuló en 2020 como conciliador bipartidista, podría haber considerado el tono excesivamente partidista. La versión actual ha decidido claramente que ese llamado a la colaboración es un lujo que ya no puede permitirse.
Pronunciar grandes discursos nunca ha sido el fuerte de Biden y, como suele hacer, descartó algunas líneas del discurso preparado por sus asesores. Pero claramente se propuso aprovechar al máximo la oportunidad que le brinda la mayor audiencia que probablemente tendrá al menos hasta la convención demócrata de este verano.
En la primera parte del mensaje, Biden comparó el momento actual, con la invasión rusa de Ucrania, con el que enfrentó el presidente Franklin D. Roosevelt al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Exigió que la Cámara de Representantes, controlada por los republicanos, aprobara un proyecto de ley aprobado por el Senado para brindar ayuda a Ucrania, dando al traste con la línea que hoy día divide al Partido Republicano.
Luego acusó a Trump de rendirle tributo y pleitesías al presidente ruso Vladimir Putin, una acusación que provocó abucheos dispersos por parte de algunos congresistas republicanos y le dio a Biden la primera de varias oportunidades para responder a los abucheos.
El contrataque de Biden tuvo un doble propósito: recordar a los votantes la deferencia de Trump hacia un adversario estadounidense y contrarrestar las acusaciones republicanas de debilidad al presentar el mismo ataque contra el expresidente.
“Mi mensaje al presidente Putin es claro”, declaró. “No nos rendiremos ante usted. No me rendiré”.
A partir de ahí, Biden lanzó una serie de ataques contra Trump y sus aliados que probablemente constituirán la pieza central de su campaña. Algunos en el Congreso y en grupos progresistas han presionado para que Biden adopte una forma más agresiva de populismo económico. El senador Bernie Sanders de Vermont y otros miembros de la izquierda del partido han argumentado que una campaña populista puede agitar a los votantes demócratas que hasta ahora han mostrado falta de entusiasmo por la reelección de Biden.
El discurso incluyó algunos pasajes que iban en esa dirección. Biden pidió tasas impositivas mínimas más altas para las grandes corporaciones y los estadounidenses más ricos, y se enfrentó a las compañías farmacéuticas, pidiendo al Congreso que permitiera al gobierno más autoridad para limitar los precios de algunos medicamentos.
Pero esos temas económicos no aparecieron hasta bien avanzado el discurso de una hora y diez minutos. En cambio, Biden dio prioridad a un conjunto diferente de asuntos, comenzando con la acusación de que Trump y sus aliados representan una amenaza para la democracia.
Y aunque Sanders y sus aliados han argumentado que Biden debería hablar más sobre el estrés económico que enfrentan muchos estadounidenses, el presidente claramente se ha puesto del lado de asesores que creen que su mejor enfoque para la ansiedad económica es tratar de mejorar el estado de ánimo del público enfatizando las buenas noticias sobre la situación. Condiciones económicas.
Biden citó niveles de desempleo casi récord; salarios que han aumentado más rápido que la inflación para la mayoría de los trabajadores durante el año pasado, especialmente aquellos en el tercio inferior de la escala de ingresos; una rápida caída de la inflación; y un crecimiento general que ha sido más fuerte que el de cualquiera de las otras economías desarrolladas importantes.
Esos temas, sin embargo, apuntan a ganarse a una porción muy pequeña del vasto electorado estadounidense. Unos 150 millones de personas votarán en las elecciones presidenciales de 2024, pero la mayor parte ya ha tomado una decisión.
El discurso de Biden, las visitas a estados indecisos que su campaña ya ha comenzado a realizar y las decenas de millones de dólares en publicidad que pronto comenzarán a inundar los medios de cada rincón de la nación apuntan a una franja estrecha de votantes que están en juego en unos pocos estados clave (principalmente Nevada, Arizona, Georgia, Wisconsin, Michigan y Pensilvania) que probablemente decidirán las elecciones.
Muchos de esos votantes son demócratas que no están seguros de si les importa lo suficiente la reelección de Biden como para votar en noviembre del 2024. Otros son centristas que tienen problemas con ambos partidos pero están abiertos a que uno de los candidatos les convenza.
Ningún discurso es suficiente para cambiar una campaña. Hasta dentro de semanas no se sabrá si este logró la tarea más realista de abrir el camino para que algunos votantes le dieran una nueva mirada. Pero, como mínimo, la vigorosa actuación de Biden dio a los demócratas algo de qué alegrarse después de semanas de ansiedad por encuestas en donde Biden no sale favorecido. Con la temporada primarista básicamente finalizada, el Presidente ha dejado claro los temas que pretende enfatizar y el camino que espera que lo lleve a la victoria. Si quiere lograr una remontada, este era el primer paso necesario para encaminarse en esa dirección.