Opinión

Retomar el curso moderado

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Alejandro Figueroa + Columnista

La decisión del presidente Joe Biden de cerrar la frontera a la mayoría de los inmigrantes que buscan asilo envió una señal importante sobre lo que él y sus principales asesores consideran su mayor problema en la carrera presidencial. Y no es oposición de la izquierda.

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Ese es un punto crítico porque gran parte de la cobertura de noticias presta una atención desproporcionada a los progresistas que atacan a Biden.

Hay que recordar que cuando Biden se postuló para la nominación demócrata en el 2020, era el candidato moderado que se enfrentaba a varios candidatos a su izquierda, incluidos entre estos los senadores Elizabeth Warren de Massachusetts y Bernie Sanders de Vermont. Así que es natural que la gente piense en el ala más liberal del partido como el centro de su oposición.

Además, Biden ha perdido terreno entre los jóvenes, especialmente entre los votantes negros y latinos. Mucha gente piensa incorrectamente que esos grupos son mayoritariamente de izquierda. De hecho, la mayoría de los votantes negros y latinos se identifican como moderados.

Los defensores de la izquierda participan en acciones de alta visibilidad que atraen la atención: manifestaciones universitarias por la guerra de Israel contra Hamas en Gaza, por ejemplo, o activistas climáticos que protestan por la aprobación de Biden de algunos proyectos de combustibles fósiles. Los activistas tienen fuertes incentivos para decir que si Biden aceptara sus problemas, su situación, especialmente con los votantes más jóvenes, mejoraría. Las noticias a menudo repiten esas afirmaciones sin mucho escepticismo.

Sin embargo, encuesta tras encuesta ha demostrado que Biden se ha aferrado al apoyo de la gran mayoría de los votantes que se identifican como liberales o muy liberales. Es entre los que se identifican como moderados que ha sufrido serios descensos, y la orden de inmigración proporciona más evidencia de que el presidente está dispuesto a arriesgarse a una disidencia significativa dentro de su partido para atraer de nuevo a esos votantes.

La inmigración proporciona un ejemplo perfecto de lo que los politólogos llaman la naturaleza termostática de la opinión pública, una forma elegante de decir que el público a menudo reacciona contra los excesos de cualquier partido que ocupe la Casa Blanca. Durante los años de Donald Trump, el público rechazó enérgicamente sus políticas restrictivas de inmigración. La separación de niños de sus familias en la frontera por parte de Trump fue una de las acciones que más le afectaron políticamente durante su presidencia. La reacción contra Trump llevó a un aumento en el apoyo a los inmigrantes legales e ilegales.

Ese aumento en el sentimiento pro-inmigrante influyó fuertemente en la carrera primaria demócrata en 2020. Los llamados a “abolir el ICE” o despenalizar la frontera eran comunes.

Biden nunca abrazó esos eslóganes, pero los reclamos en cuanto al tema de la inmigración ayudaron a dar forma al primer año de su administración, en el que revocó varias de las órdenes de inmigración de Trump, y los funcionarios de la administración enfatizaron los esfuerzos para abordar lo que denominaron las “causas fundamentales” de la migración, especialmente desde Centroamérica.

Esas medidas en materia de inmigración fueron parte del esfuerzo en gran medida exitoso de Biden para mantener la unidad en las filas demócratas forjando acuerdos políticos con Bernie Sanders y otros líderes de la izquierda del partido. Sin embargo, a medida que los cruces fronterizos se dispararon a niveles récord, la opinión pública comenzó a retroceder rápidamente.

Hoy, la proporción de adultos estadounidenses que están a favor de permitir que los inmigrantes indocumentados permanezcan en Estados Unidos se ha reducido drásticamente. Los votantes republicanos e independientes se han desplazado sobre todo hacia la derecha en estos asuntos— los temas de inmigración son una prioridad mucho mayor para los votantes republicanos que para otros. Incluso entre los demócratas, la opinión se ha movido.

La percepción de caos en la frontera ha lacerado la opinión pública sobre el desempeño de Biden. La crisis fronteriza se ha convertido en un elemento primordial del esfuerzo de Trump por persuadir a los votantes de que él, y no Biden, es el candidato de la estabilidad.

El plan de Biden tiene como objetivo el asilo, el derecho legal adoptado después de la Segunda Guerra Mundial para proteger a las personas que huyen de la persecución.

En teoría, el proceso es sencillo: una persona que huye de su país de origen puede llegar a la frontera de Estados Unidos, presentarse ante un oficial fronterizo, declarar que teme ser perseguido en su país y se le otorga derecho a una vista. Si su solicitud de asilo se considera creíble, pueden permanecer legalmente en los Estados Unidos. De lo contrario, pueden ser deportados.

En la práctica, el abuso del sistema es patente. Según cifras oficiales publicadas, en el 2006, los tribunales de inmigración tenían una carga de trabajo pendiente de aproximadamente 170,000 casos de asilo. Para el año pasado, ese número había aumentado a casi 2.5 millones. El número de casos se duplicó con creces durante los cuatro años de Trump en el cargo y se ha duplicado nuevamente en lo que va del mandato de Biden. El Servicio de Inmigración de Estados Unidos tiene ahora una acumulación de más de un millón de casos de asilo. La espera para una audiencia dura años.

El año pasado, Biden se separó de la izquierda al respaldar un proyecto de ley de inmigración bipartidista en el Senado que habría restringido significativamente los derechos de asilo. Biden lo apoyó a pesar de la apasionada oposición de los defensores de los inmigrantes. Además de limitar las solicitudes de asilo, el proyecto de ley del Senado habría agregado millones de dólares para contratar más oficiales de la patrulla fronteriza, jueces de inmigración y oficiales para administrar las vistas en un esfuerzo por resolver el retraso y crear un sistema en el que las solicitudes de asilo pudieran adjudicarse rápidamente. El proyecto de ley, sin embargo, finalmente fracasó después de que Trump les dijera a los republicanos que se opusieran.

La Orden Ejecutiva que Biden emitió recientemente copió algunas de las disposiciones de ese proyecto de ley, pero sin los recursos financieros adicionales, que solo pueden ser proporcionados por el Congreso. El objetivo de la misma, según Biden, es cerrar las nuevas entradas hasta que el “número de personas que intentan ingresar legalmente se reduzca a un nivel que nuestro sistema pueda manejar de manera efectiva”.

La orden de Biden enfrenta desafíos legales de la ACLU y otros grupos de defensa de los inmigrantes. Si sobrevive al escrutinio de los tribunales, es posible que no tenga el impacto que Biden espera. E incluso si lo hace, algunos estrategas demócratas se muestran escépticos de que muchos votantes le den crédito a Biden.

Pero, como mínimo, la medida le da a la administración algo que puede incluir como parte de su carta de presentación ante el electorado de cara a la elección de noviembre —un plan de acción para lidiar con un problema que ocupa un lugar destacado en la agenda de muchos votantes, especialmente en importantes estados indecisos como Arizona y Nevada.

El mejor escenario para el presidente es que la orden le de a su campaña una oportunidad para desviar el debate hacia qué plan prefieren los votantes: el de Biden o el de Trump.

El plan de Trump, que ha promocionado en repetidas ocasiones, se centra en un esfuerzo masivo para deportar a los más de 10 millones de inmigrantes que actualmente se encuentran en Estados Unidos sin autorización legal. Esa idea ha ganado terreno entre los republicanos: más de 6 de cada 10, según una reciente encuesta. Sin embargo, entre el público en general, la idea de Trump recibe es rechazada enfáticamente por una proporción de 6 a 4. Cuanto más pueda Biden cambiar el debate sobre la inmigración para centrarse en la comparación del Plan Trump vs Plan Biden, mejor le irá. Si funciona, echarse en contra a los defensores de la izquierda habrá sido un pequeño precio a pagar.

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