Por Adrianita y el sueño olímpico

Lea la columna del periodista Julio Rivera-Saniel

Metro Puerto Rico
Julio Rivera Saniel Metro Puerto Rico

Es una de esas cosas que tiene poco espacio de comparación. Ayer en la tarde nuestra tenismesista Adriana Díaz se imponía a la estadounidense Amy Wang después de un partido complicado y lleno de emociones. Adriana mantiene así vivo el sueño de la medalla olímpica y, con ello, carga sobre sus hombros lo que indudablemente es un peso doble. El del deseo individual de brillar en el podio del evento deportivo más importante del planeta y, no menos importante, el de traer a casa -a los suyos- la alegría de la victoria.

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Con toda seguridad la segunda es la más pesada de las cargas. Indudablemente Adriana se sabe querida; pero también observada. Es exigente consigo misma, pero conoce el alto nivel de escrutinio que sigue a los atletas que portan nuestra bandera. Está segura de que se le ama pero también, con toda probabilidad, ha visto los efectos que desata entre la fanaticada no alcanzar las expectativas, sobre todo cuando son altas. Así hemos sido. Desbordados en medio de la efervescencia del triunfo, pero en ocasiones iracundos e insensibles ante la derrota. Al punto de las más desalmadas críticas.

Conviene por eso detenernos por un momento y recordar varias cosas. Debo hacerme eco de lo escrito por la amiga y colega Natalia Meléndez hace unos días: nuestros equipos y atletas no son solo nuestros en la victoria. No he leído palabras más sabias en medio de esta jornada olímpica. Sobre todo, porque esconden un gran recordatorio sobre la necesidad de ser consistente con aquello de portar los colores patrios. Y esa afirmación se hace más pertinente aun cuando recordamos las condiciones en las que muchos de nuestros deportistas se enfrentan al enorme reto de defender los colores patrios en el escenario internacional.

En todos los casos, se trata de un enorme ejercicio de disciplina, pero también de un enorme sacrificio. En muchos casos, las limitaciones económicas colocan a nuestros atletas al borde de la escasez, con compensaciones cercanas –según allegados- a los $1,500 mensuales. Ingresos que a más de uno le obligan a entrenar y trabajar. Dejar el cuero en la cancha o el terreno de juego y, más tarde, enfrentarse a jornadas laborales que complementen sus limitados ingresos. En otros tantos casos, el escenario anterior llega acompañado de condiciones que limitan su entrenamiento. Canchas y terrenos que distan mucho del estado óptimo, el reto del financiamiento de entrenamientos del nivel deseado, entre muchas otras piedras en el camino. Y sauna si, en muchos casos descansado en sus extraordinarias fortalezas y aptitudes físicas, alcanzan un espacio en el escenario de la representación internacional.

En muchos de los casos, todo lo anterior debe movernos a canalizar las decepciones en el terreno de juego al Estado. Si queremos representaciones estelares, la ecuación no solo requiere atletas de alto nivel sino que estos cuenten con una infraestructura acorde con sus talentos y metas. Limitarles el presupuesto pero, aun así, pretender representaciones absolutamente estelares en todas las disciplinas es, en muchos casos, un enorme ejercicio de fe y con ello, una carga demasiado pesada para nuestros atletas. Ojalá podamos ponerlos en condiciones de competir, siempre, en igualdad de condiciones a la hora de exigirles regalarnos el sueño olímpico.

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