Soy de la generación de la UPR que, en medio de la vibrante vida estudiantil y con los sueños por las nubes sobre un mejor país, vi procesos políticos que pensaba serian definitorios. No era tan consciente de que generaciones anteriores habían vivido procesos similares, pero mi desconocimiento de los detalles del pasado, no tan lejano, me mantenía con una esperanza que parecía alcanzable. Sí, hablo de la segunda mitad de la década de los 90, aunque mi esposa mi relaje porque dice que es la época favorita mía al momento de referirme a momentos importantes. Lo creo así. Sin juzgar a favor o en contra, el Gobernador de entonces, Pedro Rosselló, estableció políticas públicas radicales, teniendo como único precedente la gobernación de Muñoz Marín. Repito, no estoy entrando en juicios valorativos sobre uno o el otro.
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Digo todo esto para recordar que aquellas nuevas políticas públicas provocaron movilizaciones sociales importantes. El comienzo de una ola de privatización con la entonces compañía Telefónica de Puerto Rico generó un movimiento grande de oposición que, aunque fracasó porque se consumó la venta de ese activo público, despertó un fervor nacionalista que hacía tiempo no se observaba en la isla. Luego vino el suceso de Vieques en el 1999 y se mantuvo lo que parecía ser la unificación de gran parte de los puertorriqueños. Al mismo tiempo, en Washington, el entonces gobernador estadista, mientras desafiaba al ejército más poderoso del mundo, adelantaba su causa ideológica como no se veía desde el 1989.
Soy de la generación que se insertó en la conversación pública con esas circunstancias socio políticas.
Hago este preámbulo para provocar otra reflexión sobre el cisma -todavía están por verse sus consecuencias- que enfrenta hoy la izquierda boricua tras salpicar aquí la cuestionada reelección del presidente venezolano Nicolás Maduro.
Y es que, como observador de los procesos sociales y políticos en Puerto Rico, he visto varios intentos para que se unan todos los sectores del independentismo. Además de las muestras temporeras de unificación que daban en medio de los sucesos antes mencionados, hubo un intento particular ocurrido después de la ola de desobediencia civil en Vieques que recuerdo vivamente. A aquel intento se le llamó la convergencia. Ese junte lo encabezaban dos pesos pesados de la izquierda puertorriqueña, Carlos Gallisá (entre otras cosas prestigioso abogado, ex líder del Partido Socialista, exlegislador e importante analista en la última etapa de su vida) y Rubén Berríos Martínez, aun presidente del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP). Parecía un esfuerzo que rendiría frutos. Recuerdo aquel junte en una tarima del Festival del periódico Claridad. Pero todo quedó disuelto al poco tiempo.
Otro intento de convergencia del independentismo ocurrió en el marco de las Elecciones Generales del 2020 tras la renuncia del gobernador Ricardo Rosselló, provocada precisamente por una movilización ciudadana matizada en gran parte por un orgullo nacional que se entendía que había sido insultado.
Ahora, en el 2024, estamos ante una “alianza” electoral que tiene como protagonistas a Juan Dalmau del PIP y Manuel Natal del Movimiento de Victoria Ciudadana (MVC). Pero, esa alianza ha dado señales de tambalearse en varias ocasiones, siendo la última esta semana con las declaraciones de Dalmau haciéndose eco de algunos de los reclamos de la derecha venezolana tras las elecciones presidenciales del domingo en ese país. El sector más radical de la izquierda ha visto en las expresiones de Dalmau como un oportunismo electoral. Y es que ese sector ve esta alianza como una oportunidad para adelantar una agenda ideológica o un mensaje, mientras el grupo moderado representado principalmente por el PIP quiere realmente obtener el poder político con el voto de la gente en las urnas.
En algún momento la izquierda puertorriqueña tendrá que aliarse de verdad si realmente quiere ser pertinente de cara al futuro y convertirse en una opción para las nuevas generaciones. Eso conllevará que muchos tengan que echar a un lado sus egos, sacrificar algunos de sus postulados, armonizar agendas y acordar puntos comunes profundos. Mientras las alianzas sean sobre temas livianos incidentales como ahora, de corte electoral, el junte será, como decía mi abuela, pegao con saliva, susceptible a morir por cualquier pretexto.
Juan Dalmau dijo lo que otros lideres de izquierda en el mundo han dicho, incluso la Internacional Socialista de la cual el PIP es miembro. Quizás le faltó a su expresión reiterar la simpatía histórica que ha tenido su partido con los principios del chavismo venezolano. Por lo demás, su declaración no parecía razón para que algunos amenazaran con el divorcio.
Dalmau tiene grandes retos, conseguir votos en el pueblo mientras tiene que navegar en un sector complicado que no luce maduro para aliarse. Ahora tendrá que recuperar algún terreno perdido y someterse al debate ochentoso de guerra fría que han reabierto, hábilmente y para escaparse de otros tantos issues, los azules y rojos. ¿Qué usted cree?