“Deberíamos estar pendientes de cosas más importantes”, lanzaba el lunes en tono molesto el gobernador Pedro Pierluisi al ser cuestionado sobre la inversión de $250 mil dólares en la compra de bultos que llevan el nombre de la secretaria de educación Yanira Raíces Vega.
El ejecutivo no dejó el asunto ahí, sino que añadió. “Lo importante es que le dieron el bulto a los niños. Es ganas de... El bulto es muy bueno”.
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“Muy bueno que le dieron el bulto a los niños”, dijo sobre el bulto que fue entregado los maestros. “Que se enfoquen en lo que tienen que enfocarse. Están buscando garatas siempre donde no deben buscarlas” concluyó. Declaraciones que no dejan espacio a la especulación sobre la lectura del gobernador sobre la controversia que la adquisición de los bultos en cuestión ha levantado. Y lo que se intuye parecería apuntar en la dirección de que el Gobernador no ha prestado atención a la discusión pública en los pasados días.
¿Qué a quien le importa? Pues a muchos. Solo basta con leer los comentarios en las redes sociales, escuchar los sondeos de opinión llevados a cabo por distintos medios de comunicación o las llamadas telefónicas recibidas en múltiples medios.
Si ello no fuera suficiente, escuche entonces al liderato magisterial o, incluso, los educadores entrevistados sobre el tema y que en algunos casos se rehusaron a recibir el obsequio. Para muchos de ellos, el gasto de $250 mil en dinero público es, como poco, falta de juicio. Una muestra de enajenación sobre lo que en realidad necesitan las comunidades escolares. ¿Cuánto y qué más pudo haberse hecho si se hubieran utilizado para otros propósitos los fondos invertidos en el recordatorio?
Mientras se gastaban $250 mil en un artículo de poca importancia, escuchamos como maestros y maestras en todo el país sacan dinero de su bolsillo para comprar materiales, pintar y acondicionar sus salones de clases. Mientras se gastaban $250 mil en bultos, educadores en distintas regiones educativas denunciaban que no se había presupuestado dinero para dar mantenimiento a generadores o cisternas que habrían permitido iniciar las clases sin problema después de la emergencia de la tormenta Ernesto.
Porque el gasto en los bultos de seguro no alcanzaría para cubrir todas las deficiencias que denuncian las comunidades escolares, pero la adquisición deja sobre la mesa un ejemplo más de la discusión de fondo. ¿Se usa adecuadamente el dinero asignado a la agencia? ¿Tiene adecuadamente establecidas sus prioridades? Porque muchas de las establecidas por las comunidades escolares no han sido atendidas a gusto de sus integrantes. Solo hablar de las denuncias de falta de personal de diverso tipo o las limitaciones históricas a los participantes del programa de Educación Especial que siguen siendo un hecho hoy y que, en lugar de ser resueltas aun con un presupuesto mayor, son “transadas” con multas diarias que cuestan miles. A esos les importa el dinero gastado en bultos.
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A ellos, pero también a la Oficina del Contralor para cuya directora el gasto es, cuando menos, una falta grave al sentido común. “¿Cuál es el fin público de ponerle el nombre de ella? Me parece una decisión muy desacertada de ella. Me parece que el sentido común se le fue” había sentenciado hace unos días la directora de la oficina, Yesmin Valdivieso. La funcionaria dejaba claro que ninguna ley fue violentada con la adquisición de los 24 mil bultos para los maestros, pero si la noción básica del “sentido común”.
A pesar de todo lo anterior, resulta incluso sorprendente como nadie vio venir las reacciones adversas a la decisión de adquirir los bultos. Y eso hace que todo preocupe aún más. Porque ante la ausencia de toda consideración, que falte el sentido común a la hora de decidir en qué se gasta el dinero de los contribuyentes levanta todas las alarmas. Despachar el asunto como una garata innecesaria y cuestionar el impacto que la decisión dejo en la opinión pública deja una dolorosa noción de enajenación. DE desconexión con los intereses de los ciudadanos a quienes, a fin de cuentas, se les responde desde el servicio público. Nunca es tarde para poner oído en tierra.