Opinión

El socialismo y la pobreza

Lee aquí la columna del abogado estadista

Alejandro Figueroa + Columnista

Ocupo este espacio en el día de hoy para contar la historia de Ángel, un niño de 6 años que vivía con su mamá y hermano Juan, en un pueblo alejado de la ciudad, que tenía condiciones de extrema pobreza. Todos los días se veía obligado a recorrer largas distancias para llegar a su escuela.

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Juan, el mayor de los hermanos, que estudiaba Ciencias Políticas en la universidad pública y trataba de sacar adelante a su pequeña familia trabajando, le dice un día:

-Muy pronto llegaré al gobierno y acabaré con la pobreza.

Con los ojos iluminados de esperanza, Ángel preguntó:

– ¿Lo dices en serio?

-Lo prometo- le respondió Juan.

Tiempo después, el niño cumplió 11 años. Su humilde pueblo ya no era lo que fue antes. Ahora gozaban de los servicios básicos, una escuela nueva, una bonita casa, y Juan lo visitaba en una lujosa guagua negra con cristales oscuros, muy a menudo, gracias a su nuevo trabajo.

– ¿Vamos de viaje a la capital? – le dijo cierto día Juan.

Junto a su mamá, subieron a su auto y se dirigieron rumbo al aeropuerto. Visitarían la capital después de mucho tiempo y conocerían a los compañeros de trabajo de su hermano Juan.

Pero cuando llegaron a la capital, la sonrisa de Ángel se desvaneció. Observaba casas en pésimo estado, edificios derruidos, calles llenas de basura y escombros, y filas enormes de personas buscando comida.

Llegaron a un lujoso edificio en el centro de la ciudad, distinto a todos los demás, donde estaban muchos políticos elegantes conversando, rodeados de banderas del país.

Durante el gran banquete, el joven Juan estaba a punto de decir unas palabras, cuando Ángel, muerto de curiosidad, lo interrumpió en voz alta:

-Hermano… me dijiste que acabarías con la pobreza… pero veo que toda la ciudad está demacrada y llena de personas buscando comida. ¿Es que acaso me mentiste?

Inmediatamente se produjo un silencio escalofriante y todas las miradas giraron hacia el niño. Juan, sin embargo, sonrió y se acercó susurrándole.

-No te mentí, hermanito…

De su bolsillo, sacó su billetera mientras le dijo:

-Acabé con la pobreza, ¡con nuestra pobreza! Es exactamente lo que prometí.

Finalmente, entre el grupo de políticos reunidos un hombre exclamó:

-Felicidades al diputado Juan, primer candidato del Partido Independentista en escalar a los escaños más altos de nuestro gobierno socialista ¡Hasta la victoria siempre!

En campañas políticas y los consabidos discursos pomposos a los que nos tienen acostumbrados, los políticos socialistas del Partido Independentista prometen terminar con la ‘desigualdad’, prometen de todo, hasta una Patria Nueva. Con golpes en el pecho juran ‘luchar incansablemente contra la pobreza’. Sin embargo, este pequeño relato, inspirado en lo que muy bien podría darse en PR, basándonos en las experiencias en países hermanos, nos revela lo que realmente se esconde tras esas palabras y nos invita a reflexionar sobre la confianza que, muchas veces sin saberlo, depositan los votantes en políticos de izquierda tras escuchar esas vacías frases de esperanza.

Cuando prometen obedecer al pueblo, ¿a quién o quiénes se refieren exactamente? ¿Con qué ‘pobreza’ buscan terminar?

En respuesta a dicha pregunta seguramente reafirman su compromiso de terminar con la pobreza del pueblo entero; pero a renglón seguido alegan que otros no les permiten cumplir con sus promesas. Y esto, en realidad, es una falacia tremendamente dantesca, peligrosa y perversa que, además, la van repitiendo cual mantra para justificar acciones planificadas que conllevan al fracaso.

Cabe destacar que, uno de los argumentos favoritos de todo socialista es trasladar la culpa de los males a un tercero que lo cataloga como enemigo de la nación y de sus ciudadanos, que no lo deja hacer, que lo sabotea, que lo aísla y que lo oprime. Da la casualidad que ese adversario externo suele ser un país que, por lo general, es próspero, pujante y con índices de libertad y progreso colectivo y grupal que más bien deben servir como referente.

Para añadirle más atenuantes a la situación, los socialistas satanizan la palabra “capitalismo”. Se suele escuchar frases como “El imperio yankee nos tiene bloqueados, nos quiere pisar con su bota del capitalismo salvaje”, ya que muchos hablan de este modelo con odio y resentimiento, sin darse cuenta que su vida está llena de beneficios que este mismo sistema le ha proporcionado directa o indirectamente.

Por otra parte, vale mencionar que, mientras culpan a terceros, los que gobiernan bajo el socialismo típicamente saquean a su país mientras distraen al pueblo con supuestas políticas dirigidas a erradicar la pobreza. Cuando lo analizamos con detenimiento, nos damos cuenta de que los que ocupan estas cúpulas se benefician a costa de robarle a la empresa privada, a los empresarios, grandes y pequeños, creando más miseria, destruyendo el sector productivo; en conclusión, secuestrando la economía y haciendo de ella un gran negocio a favor de ellos, de sus intereses particulares, de sus familiares y testaferros.

Los experimentos de Cuba, Nicaragua, Venezuela, entre otros, han demostrado, sin que quepa lugar a duda, que el socialismo es un cáncer en estado terminal; además de que anula a los ciudadanos como individuos, destruye a la mayoría favoreciendo a una minúscula minoría que ocupa y se aferra al poder. En Puerto Rico, por primera vez en la historia moderna, corremos el riesgo de que nuestro pueblo caiga en la trampa al escuchar los cantos de sirena de la Alianza socialista que dirige Juan Dalmau. Todavía estamos a tiempo, pero todo aquel que valore las libertades que hoy día disfrutamos viene obligado a dar la voz de alerta antes de que se haga demasiado tarde.

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