Con toda honestidad no logro comprender cómo el tema no consigue consenso. Me refiero al tema de la educación con perspectiva de género o, si el término le provoca reparos, la educación dirigida a derribar las barreras del machismo y la falta de equidad que aun establecen barreras para la mujer –y para el hombre- en la búsqueda de igualdad de derechos y responsabilidades sociales.
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Lo veíamos en el pasado debate a la gobernación que se emitió por Wapa Televisión. Al hablar del problema del crimen me parecía inevitable traer a la discusión el tema de las muertes de mujeres a manos de sus parejas hombres. Quince hasta la fecha. A don Javier Jiménez, a quien aprecio y respeto por nuestra interacción de años como entrevistador y entrevistado, la pregunta –y la relación entre ambos temas resultaba inexistente.
Con toda la intención eliminé de la construcción de la pregunta términos que podrían levantar bandera de rechazo (como género o feminicidios) porque pretendía que, lejos de los términos, la conversación girara en torno al contenido de la propuesta de política pública que tantos puertorriqueños rechazan más que en el contenido, en la forma. La respuesta me dio la razón. No nos escuchamos incluso cuando sacamos de la ecuación por solo unos minutos los términos antes descritos.
De inmediato comenzaron los “peros” y rechazo a la medida ignorando los conceptos sugeridos para la discusión. Entonces, se habló de elementos que no están presentes en la propuesta de política pública. Supervalorar a la mujer por encima del hombre, poner a hombres y mujeres a competir y otra suerte de ideas nada relacionadas a lo que contiene ninguna de las iniciativas locales sobre el tema. Puesto de manera más sencilla, mientras uno hablaba de chinas otro hablaba de botellas.
Si usted es de los que se opone a esta idea, le propongo por un minuto que piense con la cabeza fría y que antes de decir que la propuesta le desagrada, evalué su contenido sin prejuicios. Los detractores de este tipo de educación afirman que llega con intenciones de sexualizacion. De promover en lo menores de edad la “idea” de que deben ser homosexuales o promiscuos. O activos sexualmente. O, incluso, que se trata de una suerte de manual sobre como iniciarse en diferentes posiciones sexuales. Sin embargo, nadie que acude a estos argumentos h sido capaz de señalar en qué escuela, módulo o plan se incluyen o abordan estos tópicos. Nada de eso está o estuvo en las guías de promoción de la equidad en el entorno escolar. En cambio, una lectura con la cabeza fría le permitirá descubrir lo que estos modelos sí proponen.
1. Utilizar en el proceso educativo lenguaje que no invisibilice a las mujeres
2. Fomentar la participación y liderazgo de las mujeres
3. Incorporar materiales que evidencien las aportaciones históricas de las mujeres
4. Prevenir y combatir el abuso y el acoso
5. Ensenar a los niños que no son superiores a las niñas y que estas no son de su propiedad
Léalas. Ahora que lo ha hecho dígame a que de lo anterior se opone. ¿Algunas de esas intenciones le ofende o impulsan una agenda de sexualización de niños y niñas? ¿Alguna de esas intenciones le parece obscena, vulgar, erotizada o chabacana? ¿Impulsar esos pilares como política pública opera en contra de sus principios morales o religiosos, o por lo contrario los refuerza? Yo pensaría que la respuesta es la última. Que ninguno de esos puntos es mutuamente excluyente incluso con la crianza cristiana. Estoy seguro además que si le pregunto –como lo he hecho con allegados y familiares que dicen estar e n contra de la idea de la educación por la equidad- no se oponen a ninguna de ellas. A nivel personal he hecho el ejercicio de exponer a allegados que dicen estar en contra de esta política pública al texto de las recomendaciones y, en el pasado, al contenido de los módulos que a estos efectos fueron elaborados bajo el Departamento de Educación. Los repasamos entonces página por página y al final, los confrontados en ese ejercicio amistoso no pudieron señalar ni un solo asunto con el que pudieran estar en desacuerdo. Entonces, pregunté en todos los casos, “¿Por qué te opones?”.
Invariablemente, la respuesta inicial fue el silencio, en ocasiones acompañado por un “es que me dijeron” o “es que escuché”. Con todo lo anterior quiero dejar establecido que en ocasiones nos oponemos no por lo que conocemos sino por lo que otros nos hacen suponer. De igual forma, me parece claro que de una evaluación real de estas iniciativas debe ser posible establecer un terreno común. Impulsar políticas que nos ayuden a desarrollar una nueva generación de ciudadanos que rechacen cualquier manera de violencia y falta de equidad.
¿De verdad es tan difícil ponernos de acuerdo?