Opinión

Fundamentalismo y Mentira Política

Lee aquí la columna más reciente de la serie “Desde otro prisma”.

Samuel Figueroa Sifre
Samuel Figueroa Sifre

A pesar de la enseñanza bíblica de “no levantarás falsos testimonios” y de “no mentirás”, la mentira política, y su primo hermano, el “disparate” relacionado a la mentira política, se han normalizado en la narrativa fundamentalista religiosa que se transmite por televisión, en la radio y en los medios.

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La práctica narrativa del kindergarten “trumpiano” de mentir como norma, de mentir hasta la muerte, de mentir sin parar a cambio de obtener lo que se quiere políticamente, se ha filtrado a la narrativa fundamentalista de hoy. Introducir la mentira política como verdad es un arte clásico. Ha formado parte de las grandes historias de dominio, de control, de vigilancia y de poder de la humanidad. Este “kraken” discursivo, este monstruo leviatánico, tiene verdaderamente mil cabezas, y se conjugan todas con un solo propósito: mentir hasta distorsionar la verdad de tal manera que el discurso de la mentira política pase al espacio público como el discurso de la “verdad” política.

Este período eleccionario ha tocado la fibra de todos los fundamentalismos religiosos y políticos en Puerto Rico. El objetivo de ambos es el dominio del espacio público y lo quieren hacer —como herederos irredentos del orden colonial, al fin—, al estilo de los maestros fundamentalistas del norte metropolitano, esto es, “sin vergüenza”. Como diría la sabiduría jíbara: nos “quieren meter los mochos” de la falsedad política.

Los de menos tinte religioso utilizan los discursos momificados de la guerra fría para explicar su presente. Sin duda, esto es síntoma indeleble de que no tienen nada que decir y que, en el fondo, lo que quieren es vender un viejo titular que ya murió y que solo busca evitar enfrentar el presente y tener que debatir la tragedia del fracaso de su propio proyecto político.

Los de tinte más religioso, combinan no sólo la mentira política con el disparate, sino que también la visten del fino lino —o quizás rudo—, del vocerío religioso con que se teje el traje del emperador. En el fondo, se clarean sus vestimentas y podemos ver, con el disgusto de la claridad no solicitada, las representaciones auténticas de su no ser y de su “no decir”. Sin más, vocean en el mismo tono estridente, las mentiras políticas de los de tinte menos religioso. Pero es lo mismo.

¿A quien se le ocurre empatar, en breve lance de menos de 30 segundos, el socialismo con Canadá y a la vez con la llamada “ideología de género”? ¡Es Pánico! ¡Es Terror con apariencia de argumento religioso lo que la otra noche salía de la boca de líderes fundamentalistas a través de los medios propicios de un programa nocturno de debate político!

Decir que Canadá es socialista, y juntar la idea de que Canadá es socialista con el terror al socialismo, y a la vez con el disparate que describen como “ideología de género”, o con la idea de que en Puerto Rico hay limitaciones a la libertad religiosa, requiere una torcedura espiritual que solo se reprende llamando al demonio por su nombre. Hay que tener alguna profunda confusión de espíritu para que en menos de 30 segundos usted pueda enunciar en la misma oración estas ideas, como si fueran cuatro y una a la vez, un tipo de “santísima cuarteta” unitaria fundamentalista, y como si las mismas fueran verdades incuestionables. No hay dudas, de que la mentira política es terrible, arrogante y soberbia.

Ni Canadá es socialista, ni el socialismo es un asunto de ideología de género, ni en Puerto Rico hay restricciones a la libertad religiosa. Y la triste diatriba contra la llamada “ideología de género”, que ahora se enuncia desde el discurso fundamentalista junto a los otros miedos de moda en esta campaña eleccionaria, no es otra cosa que un discurso de terror desde ciertas masculinidades que se resisten a entender que los seres humanos nos encontramos en amor y no en discursos autoritarios sobre quién tiene el poder o la autoridad para determinar, controlar o vigilar el cuerpo de los demás.

El jueves ante pasado anterior desfiló sin tapujos el sinsentido en los medios del conocido programa de debate político. Así que no quedó más remedio que llamar al monstruo por su nombre: “Mentira”, proclamó uno de los panelistas en tono profético, y no se equivocó. “Mentira”, ese era su nombre. La verdad profética de esta declaración dejó atónitos —como si nadie se lo hubiera dicho de frente nunca y nunca lo hubieran escuchado—, a los imaginativos panelistas. Así, y en solo 30 segundos, quedaron al descubierto las espaldas de la mentira política declarada por fíat fundamentalista como verdad religiosa. Y saben qué…, ni nos impresionó, ni lo lograron.

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