Los otros días, me comentaba una colega periodista mexicana —debo decir con admiración— sobre lo rápido que se alborotó el avispero de la diáspora puertorriqueña en los Estados Unidos (y de la familia en la Isla del Encanto), con el insulto, la ofensa y la burla del dizque comediante en el cierre de campaña del expresidente Donald Trump y los republicanos en Nueva York.
Es que se metieron con todos nosotros, nos mentaron la madre —Patria, nos escarbaron las llagas. Es que no nos conocen (ni les interesa). Es que no saben que somos capaces de echar a un lado los colores de los partidos políticos cuando se trata de extenderle la mano al vecino, cuando estamos todos (acá y allá) de rodillas ante desgracias que nos han revolcado el alma, y se han llevado a tantos... como lo hizo el huracán María.
Es que no se imaginan que los puertorriqueños que tuvimos que emigrar por trabajo no tenemos miedo a abrir la boca ante injusticias porque ‘nacemos ciudadanos’ (de segunda o de tercera) pero no como para que nos amenacen con deportarnos (…por ahora).
Es que llevamos por dentro el olor a salitre de las olas que rompen en El Morro, la cascada que baja por La Coca en El Yunque, el coquí que no se quita, las quenepas de Ponce con el ron de Bayamón, el aguacero de Mayagüez, Las Salinas de Cabo Rojo… el cariño que recibe y abraza el alma cuando compartimos un café con la abuela, con los amigos, el grito que nos sale de “¡Puñeta!” cuando nos crecemos como atletas, como reinas.
Es que no pueden internalizar lo que se lleva y se hereda en el ADN, incluyendo la invasión, lo que ha dolido ver arrancar y despellejar nuestras tierras, el coraje de darte cuenta de que te quieren hacer sentir like you don’t belong por tu acento.
Y que tampoco entienden que la política y la participación electoral en la isla es más alta —y promete seguir subiendo con la Generación Z— que la de los estadounidenses en sus elecciones, como para que la política (y el voto) hayan sido descritos como el deporte nacional de los boricuas.
Y, mejor aún, es que no pueden imaginarse que cuando un puertorriqueño se activa: lucha, resiste, y no se detiene hasta que llega y aplasta. El que la diáspora y todos en la isla (menos los que quisieron montarse en la ola para ganar adeptos, como si fuéramos pendejos) hayan reaccionado con indignación y fuerza, nos ha vuelto a poner en los mapas locales, nacionales, internacionales. Y en los mapas electorales de los swing states como la Florida y Pensilvania.
Y los boricuas saben lo que es el voto castigo, pa’ que tú lo sepas.