Los recientes resultados electorales en Puerto Rico y Estados Unidos tienen un denominador común: el impacto de la polarización en la forma en que votan los ciudadanos. Más que responder a un análisis profundo de los candidatos y sus propuestas, los resultados parecen responder a razones emocionales, a menudo alimentados por el rechazo hacia el partido o figura opuesta. Este fenómeno plantea la necesidad de que analicemos el estado de nuestras democracias y el papel del electorado y de los jugadores políticos en ella.
En Puerto Rico, la creciente fragmentación política y el desgaste de los partidos tradicionales han intensificado las tensiones entre las fuerzas emergentes y los actores históricos. Los votantes, en muchos casos, se ven atrapados en un dilema: apoyar al partido o figura que consideran “el mal menor” o utilizar su voto como una protesta directa contra lo que consideran el ‘establishment’. Esto no solo reduce el espacio para la evaluación crítica de las propuestas, sino que también fomenta un clima político reactivo y hostil, más orientado a evitar un resultado indeseado que a construir un futuro compartido. Es un voto de revancha más que de convencimiento.
En Estados Unidos, la división ideológica entre demócratas y republicanos ha escalado a niveles casi irreconciliables. Las elecciones de medio término, así como las presidenciales, a menudo giran en torno a detener al “otro lado” más que a un análisis constructivo de cómo resolver problemas nacionales complejos. Esta dinámica polarizante crea un ciclo donde las narrativas extremas y la desinformación moldean la percepción de los votantes, dejando en segundo plano debates fundamentales sobre políticas públicas y el carácter de los aspirantes.
En ambos escenarios, el costo de esta polarización es alto. La política de reacción no solo limita la calidad del debate público, sino que también perpetúa la desconexión entre los ciudadanos y quienes los gobiernan. La narrativa que rodea a los candidatos gira más sobre su capacidad de “detener” al adversario que sobre sus méritos, planes o principios.
Romper este ciclo requiere un esfuerzo conjunto y genuino de líderes, medios de comunicación y electores. Es necesario promover espacios de diálogo constructivo y exigir campañas basadas en propuestas y no en ataques. Solo así podremos recuperar un proceso electoral que refleje verdaderamente las prioridades y aspiraciones de nuestra gente.