Las vistas de transición son todo un evento. Después de todo, en un mismo espacio y ante los ojos del país que puede seguir los trabajos a través de Internet y la televisora pública, los gobiernos entrantes “sacan” pecho mientras los salientes intentan vender ante los ciudadanos un panorama de eficiencia que a veces choca contra la realidad que viven los ciudadanos.
En este caso, no ha habido excepción a la norma. Pero aún, a pesar de que en el grueso se trata de personas que militan en el mismo partido político, las diferencias producto de los rencores primaristas son evidentes. Pero eso es harina de otro costal.
Traigo este preludio porque es el escenario en el que se desarrollaron los eventos de la pasada semana en los que ha resultado más evidente que nunca que las voces del Estado en su actual encarnación tienen muy pocos deseos de que los responsables por el asesinato de Ivette Joan Meléndez Vega paguen por lo ocurrido. Y no. No hablo de Hermes Ávila. Ya faltaría que no hubiera regresado a la cárcel a pesar de haber admitido los hechos en los que le arrebató la vida a la mujer. Hablo de la responsabilidad que evidentemente tienen los responsables de haber liberado al asesino.
La secretaria de la gobernación, Noelia García Bardales, y el secretario de Justicia, Domingo Emanuelli, parecen ser de la opinión de que el encarcelamiento del hombre supone el cierre de capitulo. Pero nada más lejos de la realidad. Y eso, señores, lo sabe cualquiera que tenga dos dedos de frente. Emanuelli insistía ante mis preguntas que ya había habido procesamiento criminal, en referencia al regreso a la cárcel de Ávila. Un regreso necesario, pero obvio a la luz de las faltas del Estado a la hora de mantenerlo tras las rejas. “El único responsable es” Hermes Ávila, me lanzaba la funcionaria cuando insistí en el hecho de que no ha habido consecuencias adicionales. Esa afirmación no solo es falsa si no insensible.
Hermes Ávila no actuó solo y, por tanto, sola no debe ser su responsabilidad. Claro que Ávila mató a la mujer. Eso no está en discusión. El problema es que para hacerlo Ávila logró carta blanca del Estado llamado a hacerle pagar por sus faltas, mantenerlo lejos de la libre comunidad y librar a esta ultima de los peligros de tenerlo en la calle.
Sí, Ávila fingió condiciones médicas. El problema es que no solo salió por ser un hombre astuto. Salió porque el Estado se dejó coger de tontejo.
Según la información revelada en vistas públicas y el comisionado por el propio Corrección el Departamento d delegó en funcionarios de jerarquía media y, en última instancia, en la compañía privatizadora Physician Correctional la responsabilidad de evaluar el expediente médico del hombre y confirmar o descartar que tenía lo que decía tener.
Pero ninguno lo hizo. De acuerdo a los datos manejados y las admisiones de los médicos en vista pública, ninguno entendió necesario revisar al asesino en persona antes de concluir que un diagnóstico médico para fines ocupacionales realizado por el Fondo del Seguro del Estado en la primera mitad de la década de 2000 era cierto. Ninguno.
Ni la compañía ni el Departamento parecen haber seguido la ley invocada. Tampoco garantizaron las visitas de seguimiento ordenadas para confirmar que el hombre tenía lo que decía tener. Los médicos, anclados en lo que pareció ser el uso y la costumbre o la basura que arrasa a burocracia, defendieron las faltas evidentes y, de paso, las justificaron. ¿El resultado? Hermes se quedó solito con la culpa sin que ninguna voz activa del Gobierno mostrara el sentido de urgencia o la indignación básica con las escandalosas circunstancias que rodean ese caso.
¿Del otro lado? Los familiares de la mujer. Esos que siguen a la espera de que alguien valide su pérdida. Que el Estado haga admisión de culpa y deje de darle vueltas a la noria en la búsqueda de excusas. No hay ganas. Y si las tienen, las disimulan muy bien detrás de su discurso público. Como si aquel hubiera encontrado solo las llaves de su celda.
¿No harán nada más? Así pasarán a la historia. Pero las excusas se las quedan. Nadie está dispuesto a creerlas. Absolutamente nadie.