Bad Bunny los conoce

Lea la columna del periodista Julio Rivera Saniel

Metro Puerto Rico
Julio Rivera Saniel Metro Puerto Rico

Bad Bunny vuelve a estar en boca de todos. Esta vez no por su participación en la contienda electoral o el endoso a un candidato, sino porque ha apalabrado los miedos y añoranzas de su generación en un disco.

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Lo bautizó “Debí tomar más fotos” y hasta el lunes ocupaba el #1 en las listas musicales de 25 países. Lo consigue sin dejar de hablar de los placeres del cuerpo y la fiesta, temas siempre presentes en la música urbana. Pero esta vez la fiesta es “en casa” y los invitados forman parte de la discusión que ocupa a él y a toda una generación de puertorriqueños.

“Ojalá que los míos nunca se muden”, suelta en el tema que da nombre a su producción. Le teme, como sus contemporáneos, a la amenaza constante de la fuga; a la necesidad de agarrar un boleto de avión como válvula de escape necesaria, aunque dolorosa para miles de personas que han pasado de vivir a sobrevivir en el país.

Benito, como toda su generación, no busca “tener que irse”. Tiene los recursos económicos para no tener que hacerlo, vivir en opulencia y desentenderse de los dolores de cabeza ajenos. Pero no es el caso.

No pertenezco a esa generación, pero me he tomado el tiempo de intentar conocerla. Jóvenes que han logrado a acceder a educación universitaria. Muchos de ellos a postgrados. Pero aun teniéndolos, se enfrentan a un mercado laboral en el que no tienen espacio y les condena a trabajar desde “el mínimo”.

Para ellos, la promesa de educación como herramienta que garantizaba la movilidad social ya no logra cumplirse. Los que consiguen quedarse quedan condenados a la necesidad permanente de vivir en alquiler porque el mercado de vivienda les ha dejado fuera. Una joven que no alcanzaba los treinta y con quien coincidí en medio de un proyecto en el sector de la publicidad, me lo dejaba claro.

Ella tenía maestría y empleo. Igualmente su compañero con quien convivía y planificaba boda. Buscaban propiedad para comprar, pero no conseguían. A pesar de sus salarios combinados quedaban –y así sería permanentemente- fuera del mercado de vivienda, a menos que decidieran mudarse al Este o el Sur y muy lejos de sus empleos y vida social. “Lo fuerte es que mi papá, sin estudios universitarios, logró comprarse una buena casa y criar a sus hijos. Yo tengo maestría y no he podido”, me decía con pesar.

No dejamos que lo hagan, pero queremos que se queden. Queremos que tengan hijos, de ser posible muchos. Que salven al país de las estadísticas de un envejecimiento poblacional acelerado. Queremos que no se vayan; que se queden para pagar la deuda y cuidar de nuestros viejos. Pero no les cumplimos. Priorizamos el capital extranjero sobre las oportunidades para el empresarismo local; hacemos difícil para los nuestros lo que para quienes vienen de otras latitudes hacemos sencillo. Se tolera la ineficiencia y la corrupción. “No quería irse pa’ Orlando pero el corrupto lo echó”, explica en “Lo que le pasó a Hawaii”, uno de sus nuevos temas.

Quien se toma el tiempo de conversar con estos jóvenes descubre que sus preocupaciones nacen de un deseo genuino de poder hacer vida en su país; de echar raíces en su casa. Que esos deseos no son por fuerza el equivalente a una fórmula de estatus específica. Desde jóvenes claramente independentistas hasta favorecedores de la anexión, todos comparten ese profundo afán por permanecer en casa; defender lo que son y retener lo que por derecho de nacimiento les pertenece. Se ríen de los que, perteneciendo a generaciones distintas, les observan y tachan de comunistas al confundir el amor por su tierra con cuentos de la Guerra Fría. Como si el amor por el país y su defensa fueran valores exclusivos del independentismo. Benito los entiende porque es uno de ellos.

Probablemente por eso el arraigo de este joven entre sus pares y el entusiasmo por su nueva propuesta. Verse apalabrado es poderoso y brinda esperanza. Ahora toca que se les escuche. Sobre todo, que lo hagan quienes encaminan políticas públicas. Porque para quedarse no son suficientes las ganas. Para hacerlo deben crearse las condiciones. Empleos bien remunerados, estabilidad energética, acceso a salud y vivienda propia. ¿Será mucho pedir? A fin de cuentas, la viabilidad del país como lo conocemos es la que está en juego.

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