El mundo anda convulso. Incertidumbre en Groenlandia, indignación en Panamá; y un escenario que se debate entre los aplausos y el miedo en los Estados Unidos. Donald Trump ha llegado a Casa Blanca.
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Y, como no debe sorprender, nadie ha quedado inmóvil ante el anuncio de sus políticas domésticas e internacionales. Eso sí: esta partida siempre dejó las cartas sobre la mesa. O lo que es lo mismo: para la mayor parte de las iniciativas anunciadas ya se había adelantado un plan de acción en la contienda electoral. Aun así resulta interesante como mucho de quienes votaron por el hoy presidente parece sorprendidos por lo que ha ordenado en sus primeros días.
Dicho lo anterior, aunque se trate para muchos de una guerra avisada, la duda de muchos es si habrá bajas o no. Localmente dos iniciativas van levantando bandera. La primera de ellas, la advertencia de que considera deshacerse de la Agencia Federal de Manejo de Emergencia, FEMA.
“La FEMA ha sido una gran decepción”, ha dicho Trump. Le parece que “Es muy burocrática. Y es muy lenta”. Aun cuando algunas de esas premisas son ciertas en los hechos (la lentitud y burocracia de FEMA son míticas sobre todo tras el paso del huracán María) la verdad es que sus intenciones deben preocupan localmente, sobre todo ante la precaria situación económica de la isla.
“Me gustaría ver que los estados se hagan cargo de los desastres”, dijo el presidente pareciendo adelantar que la responsabilidad del manejo de las emergencias recaería en los estados y territorios. Y ahí es que está el detalle. Si bien la lentitud de FEMA es un hecho prácticamente irrefutable, no está claro cómo Puerto Rico enfrentará los cambios.
En la actualidad, con miles de millones asignados bajo un esquema de reembolsos, la isla ha enfrentado problemas accediendo al dinero porque no tiene dinero para gastar y que luego se le reembolse. Fortaleza y la clase política local deberán dejar claro si favorecen este posible cambio de modelo y cómo impactará la isla ante un posible escenario de desastre.
Pero mientras esto cuaja (o no) las políticas migratorias ya nos tocan a la puerta. El fin de semana decenas de ciudadanos dominicanos (y algunos puertorriqueños) fueron intervenidos por personal migratorio. Aunque se dijo que se trataba de intervenciones motivadas por el deseo de dar con criminales con récord, hasta el lunes en la noche quedaba claro que las intervenciones no tuvieron ese criterio en el grueso de los casos públicos y que hasta puertorriqueños que ante los ojos de los agentes podrían parecer inmigrantes, fueron detenidos.
Queda clarísimo cada jurisdicción establece sus propias leyes migratorias. También que violentarlas trae consecuencias. Pero va más de un caso, los problemas son mucho más complicados de lo que exhiben las leyes regulatorias en su texto.
Basta con ver los efectos de estas intervenciones en ciudades del sur de Estados Unidos o incluso en negocios enclavados en el corazón de la comunidad dominicana en la isla. El miedo ha traído parálisis del sector económico. Negocios cerrados porque empleados (potencialmente residiendo en la isla sin sus papeles en orden) se han ausentado por temor a deportaciones. En Estados Unidos, las grandes cadenas televisivas y redes sociales nos han presentado imágenes de campos de cultivo abandonados con los frutos listos para ser recogidos, porque los trabajadores se han ausentado durante días con el mismo temor.
Entonces, ¿qué toca? ¿Es este el cuadro de acción adecuado para intervenir con el tema migratorio en momentos en que escasea la mano de obra y más de un sector económico depende de mano de obra informal para subsistir?
No sé, pero me huele que si los efectos en la economía son como se anticipa, será el propio sector económico el que pondrá el grito en el cielo para impugnar estas políticas. Después de todo, es un reto a voces que sectores de la construcción y la agricultura salen adelante gracias a mano de obra ilegal ante la ausencia de empleados diestros con estatus migratorios definidos.
Que la cosa puede que aguante, pero quién sabe por cuánto tiempo.
Va ser difícil para la clase política local jugar el juego de un día si y el otro no