Opinión

Déjà vu boricua

Lea la columna del sociólogo Emilio Pantojas

Metro Puerto Rico
Emilio Pantojas Metro Puerto Rico

Ya vivido, ya visto, es el significado de la expresión francesa “déjà vu”. Es la sensación de haber visto o experimentado un evento o situación antes, aunque no sea así. A menos de tres meses de la juramentación de la gobernadora parece que volvemos al carrusel de las experiencias vividas: Donantes nombrados a puestos de gabinete; amigos del alma con jugosos contratos; un amague de faraón fanfarroneando desde su trono senatorial; salarios exorbitantes dentro de un gobierno quebrado; viajes con gastos pagos a Washington para “cabildear” por la estadidad, sume y siga.

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Como en la película “Groundhog Day”, estamos condenados a vivir en un círculo vicioso que se repite cada cuatro años. Pero en esta versión boricua los mismos actores encarnan nuevos personajes que repiten sus acciones: mentir, malversar, sobornar, contratar familiares, amigos y donantes, lucrarse de fondos públicos, traficar influencias, coludir con contratistas, etcétera, etcétera, etcétera. Se trata de un círculo vicioso que no logramos romper.

Presenciamos un espectáculo interminable de investigaciones federales, referidos al PFEI (Panel del Fiscal Especial Independiente), acusaciones entre corruptos, vistas públicas interminables, investigaciones periodísticas, serias y prejuiciadas. Las únicas con resultados son las federales. Pero qué importa un exalcalde, exlegisladora o funcionaria o funcionaria más presa o preso en una institución federal para criminales de cuello blanco, es como una hospitalización. Salen y regresan como analistas, pequeños empresarios, o convertidos al evangelio de la prosperidad.

La lista de pecados de la kakistocracia que nos gobierna parece sacada del octavo círculo del infierno de Dante, Malebolge (“fosas malignas”), reservado para aquellos que cometieron fraude. Este círculo está dividido en diez fosas, cada una destinada a castigar una forma específica de engaño.

Primera fosa, rufianes y seductores. Obligados a caminar eternamente en filas separadas, azotados por demonios cornudos.

Segunda fosa, aduladores (“lambones”). Sumergidos en excrementos humanos, simbolizando la suciedad de sus palabras.

Tercera fosa, los simoníacos. Aquellos que compraron o vendieron cargos eclesiásticos, están enterrados boca abajo en agujeros, con llamas ardiendo en sus pies.

Cuarta fosa adivinos (analistas interesados y periodistas de entretenimiento). Condenados a tener la cabeza girada hacia atrás y obligados a caminar hacia atrás eternamente, simbolizando su fallido intento de pronosticar el futuro.

Quinta fosa, barateros. Funcionarios corruptos sumergidos en brea hirviente y vigilados por demonios que los atormentan.

Sexta fosa, hipócritas. Obligados a usar capas de plomo dorado cuyo peso los atormenta.

Séptima fosa, ladrones. Perseguidos por serpientes, y cuando son mordidos, se convierten en cenizas y vuelven a formarse, repitiendo el ciclo.

Octava fosa, consejeros fraudulentos (cabilderos, consultores y asesores). Aquellos que dieron malos consejos, ardiendo dentro de llamas individuales.

Novena fosa, cismáticos (cizañeros). Aquellos que sembraron discordia y división, son mutilados por un demonio con espada.

Décima fosa, falsificadores (como los de las pruebas fatulas de COVID-19). Aquellos que falsificaron documentos, cosas o personas, sufren diversas enfermedades y tormentos.

La política puertorriqueña es como una cinta de repetición de aquellas en las que se grababa el mensaje de las “contestadoras telefónicas” de los años setenta y ochenta. El mensaje puede regrabarse pero sea cual sea, se repite y se repite. Es como decía Yogi Berra, “It is like déjà vu all over again”, es como déjà vu otra vez.

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