El lobo ha llegado. Aunque para muchos el anuncio de aranceles desde Estados Unidos al resto del mundo parecía solo una amenaza que bajaría en intensidad a la hora de la ejecución, hasta el momento en que se escriben estas líneas los aranceles han llegado no como caso anecdótico sino como política pública del presidente estadounidense Donald Trump.
Allá y acá sus seguidores más fieles han procurado “verle el lado amable” al asunto. Pero para el grueso de los economistas el asunto no tiene nada bueno.
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En Puerto Rico voces como la de la Gobernadora o la del presidente del Centro Unido de Detallistas han asumido el discurso del universo de “oportunidades” que podría traer a la isla esa política pública. Un augurio anclado en la promesa del “reshoring”. O, lo que es lo mismo, esa propuesta que se ha levantado hace más de 10 años de convertir a Puerto Rico en un destino de inversión y establecimiento de manufactura para productos estadounidense que se elaboran fuera de la bandera de Estados Unidos.
Sin embargo, el grueso de los economistas del país -y el mundo, para ser exactos- no coinciden con ese optimismo. Un discurso cuya construcción no es difícil de entender. Un poco en la línea de aquello que dice que “al mal tiempo, buena cara”. Después de todo, el pesimismo se contagia. Y el pesimismo -junto a la incertidumbre- son enemigos de la estabilidad de los mercados. Si no, mire lo que ha ocurrido durante la pasada semana y el comienzo de la presente. Todos los indicadores de la bolsa de valores se han desplomado.
Solo el tiempo dirá si las teorías económicas de Trump han sido acertadas y se le da una suerte de episodios de “todos se equivocan menos yo”. Pero, mientras el tiempo sigue su curso, ¿qué hay con nosotros en la isla? Durante los pasados días mi trabajo me ha colocado en posición de conversar con diferentes protagonistas de la cosa económica y sus augurios no son positivos. Para comenzar, porque la isla importa más del 80% de los productos que llegan a las góndolas. Desde zapatillas deportivas de moda (que en el grueso de los casos se producen en Vietnam, aun cuando se trate de marcas estadounidenses), hasta productos electrónicos, pasando por vinos, papas, aguacates y carros. Puerto Rico lo importa casi todo. Y casi todo será más caro según los economistas.
En segundo lugar, los augurios de que la isla podrá capitalizar atrayendo manufactura estadounidense también están por verse. Ojalá que sea el caso y que más empresas con bandera “Made in USA” vean a Puerto Rico como el lugar ideal para mudar sus operaciones y, con ello, traer más empleos. Pero ¿realmente estamos en el radar de esas empresas?
Hace 10 años -posiblemente mucho más- esa misma era la difusión. Entonces los expertos criollos advertían que si queríamos estar en el radar de empresas -estadounidenses o de cualquier otra jurisdicción- Puerto Rico tenía que probar que era competitivo. Pero no solo en el discurso. Porque así, con la boca, es el mismo mamey histórico. Mucho de discurso y poca ejecución.
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En el discurso, encontramos un “enorme potencial” para “posicionar a la isla” en “el mercado global” tomando en cuenta “la posición estratégica de la isla en el Caribe”. Repetimos que la isla “es la Puerta de las Antillas” y, así, una larga lista de estribillos que luego no son acompañados con los hechos que los sustenten.
Hace más de una década se nos advertía que para entrar en el radar de los inversionistas debíamos “reducir los costos de la electricidad” porque, después de todo, “¿quién quiere invertir en un destino con energía cara y poco eficiente?”. Spoiler alert!
Puerto Rico sigue siendo un destino con energía cara (ahora más que hace una década) y poco eficiente.
También se nos advirtió que debíamos enmendar nuestro sistema de permisos para hacerlo más ágil y que debíamos trabajar con la academia para que produjera los profesionales que ese mercado global queríamos hacer cambiar de zip code necesitaba para operar.
Entonces, a la luz del escenario actual y esos discursos optimistas, resulta preciso preguntarnos y contestar con sinceridad: ¿De verdad que somos un mercado atractivo para que las empresas muden sus operaciones a la isla? ¿De verdad que hicimos la asignación de prepararnos con tiempo para atraer inversión? ¿De verdad, o, en realidad volvimos a quedarnos con el mismo mamey que se consigue con mucho de “boca” y poco de acción?