En los momentos más oscuros de nuestra historia, cuando la adversidad nos ha azotado con su fuerza implacable, la resiliencia ha emergido como un faro que ilumina el camino de nuestro pueblo puertorriqueño. Este espíritu resiliente, profundamente anclado en la cosmovisión cristiana que permea nuestra cultura, nos ha permitido enfrentar desastres naturales, crisis sociales y retos históricos con una mezcla única de esperanza y solidaridad. Sin embargo, aunque estas virtudes han sido evidentes en eventos extremos, como huracanes y terremotos, no siempre hemos logrado canalizar ese mismo esfuerzo esperanzador y colectivo ante las adversidades políticas, económicas y sociales que nos dividen como nación.
Según el relato de la creación en Génesis 1, Dios no crea el cielo y la tierra en un estado perfecto desde el inicio. En su lugar, la creación comienza con un vacío, cubierto de tinieblas, al que posteriormente Dios le infunde luz al declarar “Sea la luz”. Este acto inicial de creación nos ofrece una poderosa lección espiritual y simbólica sobre cómo las tinieblas no son el final, sino el preludio de algo nuevo.
La Biblia, sin embargo, también asocia la oscuridad con la “de-creación”, es decir, con la idea de que el orden y la vida se deshacen y retroceden hacia el caos. Ejemplos bíblicos descritos en el libro de Isaías o el relato de la crucifixión de Jesús en el Gólgota nos muestran que la oscuridad puede ser el símbolo último de la muerte y la desolación. No obstante, incluso en esos momentos de tinieblas absolutas, la esperanza y la redención pueden surgir.
Así, el relato de la crucifixión en los Evangelios describe a Jesús entrando en una oscuridad absoluta, física y espiritual, marcada por la sensación de abandono y sufrimiento extremo. Las palabras angustiosas de Cristo no iluminaron instantáneamente las tinieblas, pero sí les otorgaron forma y significado. Su grito de agonía en medio de esa oscuridad no fue un triunfo inmediato, sino un acto de compartir plenamente la condición humana en toda su fragilidad.
En ese acto, Jesús nos legó una verdad fundamental que aplica tanto en la espiritualidad como en nuestras luchas diarias como nación. El mundo no se transforma por actos instantáneos ni por soluciones simples. Las “tinieblas” sociales, económicas y políticas que enfrentamos hoy en Puerto Rico nos piden un grito similar, un llamado valiente que reconozca el caos, pero que también apele a la creación de algo nuevo.
Puerto Rico enfrenta una fragmentación social e ideológica que muchas veces parece insalvable. Las diferencias políticas, los desacuerdos económicos y las heridas históricas han polarizado nuestra convivencia hasta un punto alarmante. Y, no obstante, aún quedan vestigios de las instituciones democráticas y comunitarias que nos han permitido prosperar en el pasado.
Aunque imperfectas, estas instituciones necesitan ser revitalizadas con esfuerzo y compromiso ciudadano. Necesitamos reenfocar nuestras energías no en destruir lo que ya existe, sino en reconstruirlo. Este proyecto no depende únicamente de políticas gubernamentales o líderes carismáticos; comienza en nuestras familias, nuestras comunidades y, sobre todo, en nuestra capacidad de encontrar un propósito trascendente.
El fortalecimiento de las familias juega un papel crucial en este proceso. En un mundo donde las diferencias se toman como excusas para la división, el civismo y el respeto mutuo deben enseñarse primero en casa. Nuestros hogares pueden convertirse en laboratorios de hospitalidad, lugares donde las diferencias se discuten con dignidad y donde el otro es siempre bienvenido. Debemos volver a abrazar el legado espiritual que nos ha definido como pueblo. Hemos proclamado al mundo nuestra confianza en un Dios todopoderoso a través de nuestra Carta Magna, y esa esperanza incorruptible es la base desde la cual podemos enfrentar los retos que nos quedan por delante. La fe, entendida no como un consuelo pasivo, sino como un llamado a la acción, puede ayudarnos a superar incluso los desafíos más profundos.
La pregunta fundamental sigue siendo: ¿podemos construir un proyecto de país desde este fragmentado presente? La respuesta es sí, pero no sin sacrificios. Como nos enseña Cristo a través de la cruz y la resurrección, toda transformación genuina requiere atravesar momentos de crisis y dolor. Puerto Rico tiene la capacidad de encontrar la luz en medio de las tinieblas, pero solo si nos unimos en un esfuerzo común que valore nuestras diferencias en lugar de dividirnos por ellas.
Ante tantos retos, aún queda una misión clara para cada uno de nosotros. Como individuos, familias y comunidades, podemos ser portadores de una esperanza que supera el caos, un grito de luz en medio de las tinieblas.
Una voz que clama en el desierto: Preparad camino; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Dios, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado. Joannes est nomen ejus.