No es posible resolver la crítica situación social y económica que atraviesa Puerto Rico a espaldas de la solución del estatus. La ausencia de poderes políticos para delinear nuestro futuro, en el contexto de un nuevo escenario económico global, nos impide buscar oportunidades de desarrollo y crecimiento económico fuera de nuestras fronteras.
La colonia nos atrofia. Y no se trata de que, al resolver el estatus de la isla, todos los problemas desaparecerán, pero de lo que sí podemos estar seguros es que nuestra condición política actual, siendo uno de los últimos reductos coloniales del mundo, se presenta como un obstáculo para librarnos de las ataduras de la crisis que nos asfixia dado nuestro limitado alcance de poderes.
Por eso el reto que nos impone la historia es avanzar en la solución del estatus político de la isla encaminándonos hacia fórmulas verdaderamente descolonizadoras que nos permita construir un nuevo proyecto de país capaz de enfrentar de forma eficaz nuestros grandes desafíos.
La alternativa es obtener soberanía política. Pensar lo contrario es preservar la enervada idea de que somos incapaces de trazar nuestro destino, una percepción errada y tullida que solo permea en la incauta mentalidad de quienes no son capaces de caminar por sus propios pies.
La época de la colonia y los colonialistas está llegando a su fin. La indefinición de nuestro estatus político no puede posponerse más porque, en la espera, aumentan los problemas de dependencia y marginación social que se derivan de una economía en recesión, estancada, en crisis y sometida que no es capaz de trazar estrategias de desarrollo fuera de la autoridad de la metrópoli.
Existen varios mecanismos para avanzar en ruta hacia la descolonización. Mas hoy el actual gobierno presenta una nueva consulta que, al margen de las consideraciones estratégicas de sus proponentes, confronta al país con la oportunidad de elegir opciones de futuro no coloniales ni territoriales.
Pienso que cualquier esfuerzo a favor de la descolonización es importante y no puede descartarse con tibieza ni con demagogias, como intenta hacer el Partido Popular Democrático (PPD).
Luego de siglos de una situación colonial vergonzosa, no puede haber excusas para rehuir de la gran responsabilidad histórica que tenemos con el futuro de las generaciones presentes y futuras. Hay que avanzar hacia la descolonización, máxime en estos tiempos, cuando la colonia ha quedado al desnudo por sus propios lacayos, en expresiones hechas por el Tribunal Supremo, la Casa Blanca y el Congreso de Estados Unidos.
En ese contexto, es patética la estrategia que cocinan diversos sectores dentro del PPD para evitar definir una posición en torno a la situación colonial y echar fango sobre la propuesta de celebrar una consulta de estatus. El miedo los aprisiona.
Es trágica la defensa que esgrimen para justificar su inmovilismo, queriéndose vender como defensores de la puertorriqueñidad ante el cuco de la anexión y procurar así refugiarse en los recodos de su perpetua indeterminación ideológica.
Tratar de vender el argumento que el Estados Libre Asociado (ELA) tiene posibilidades de “crecimiento” y “desarrollo” es una ejercicio demagógico que confunde y engaña al pueblo.
Henry Louis Mencken, uno de los escritores estadounidenses más influyentes en la primera mitad del siglo pasado, definió al demagogo como “una persona que predica doctrinas que él sabe que son falsas a personas que él sabe que son tontas”. Este es un enunciado que le cae como anillo al dedo a un sector del liderato pepedé.
Que ante el país se presente una consulta de estatus que elimine entre sus alternativas al Estados Libre Asociado es un adelanto para cualquier proceso de descolonización. Por eso hay un reto grande para quienes desde la sombra de la insignia de esa colectividad dicen defender la opción de soberanía. Pronto tendrán que definir una posición y ya veremos cuánta distancia tomarán, si alguna, de la clásica y perpetua postura conformista del colonialismo que encara el partido del jíbaro y la pava.