"El cadáver de una mujer flotaba en el agua boca abajo. Su falda se había inflado como un globo, el viento se metía dentro y la hacía navegar por el estanque".
Es lo que recuerda Brigitte de un día en el que, siendo niña, visitó un pequeño estanque de Berlín.
Ella es una kriegskinder, una "niña de la guerra" de la Alemania nazi que nació en 1937, poco antes del inicio de Segunda Guerra Mundial, en Dortmund, una ciudad del estado federado de Renania del Norte-Westfalia.
Sus recuerdos, como los del resto de los "kriegskinder", conservan el color desgastado de la infancia: nos llegan fragmentados y sin resolución. Y nos llevan de inmediato al lugar en el que fueron registrados.
Algunos de esos recuerdos los ha recogido la escritora Alexandra Senftt, junto a las imágenes actuales de los protagonistas captadas por la fotógrafa Frederike Helwig, en su libro Kriegskinder: Portraits of a Forgotten Generation ("Niños de la guerra": retratos de una generación olvidada"), editado por Anne Waak y publicado en diciembre del año pasado.
Entre ellos hay historias nunca antes contadas, vistas a través de la mirada de un niño.
Así, rebosan de detalles que se suelen escapar al intelecto —la punta aún encendida de un cigarrillo, el ruido de piedras tiradas a la boca de un hombre muerto, dos plantas de tomate en el balcón de una casa que ha sido destruida— y que ofrecen una perspectiva diferente de un tema abordado ya por los historiadores.
Piedras en la boca de un muerto
"Mi acercamiento a este tema fue por el lado emocional, no a través de la historia ni las estadísticas, los números, lo que hicieron y cómo lo hicieron, algo con lo que todos crecimos y conocemos", dice Helwuig a la BBC.
"El problema con eso es que los responsables siempre son ’los otros’. Nosotros estamos intentando establecer que esto sucedió en la mayoría de familias alemanas… pero ¿cómo pudo ser?".
Uno de los que relataron sus recuerdos para el libro, Niklas Frank, tuvo que enfrentarse a esa realidad más que el resto.
Nació en 1939, hijo de Hans Frank, el gobernador general de Polonia durante la ocupación nazi.
Viajó por Europa con el abogado especializado en derechos humanos Philippe Sands como parte del alabado documental "Mi legado Nazi: lo que hicieron nuestros padres".
En su relato para Kriegskinder recuerda un viaje para hacer compras que hizo con su madre y su niñera.
"Estábamos manejando por el gueto de Cracovia — uno de los cinco grandes guetos creados por los nazis en el Gobierno General, durante su ocupación de Polonia en la Segunda Guerra Mundial— donde mi madre compraba sus prendas de piel y bufandas al precio que ella decidía", narra.
"Estaba de pie detrás del Mercedes con mi niñera Hilde sentada a mi lado y mi madre en el asiento delantero junto al conductor. Yo llevaba puesto un traje blanco y negro con un diseño de pata de gallo", prosigue con detalle.
"La gente miraba con tristeza. Le saqué la lengua a un muchacho mayor. Se dio la vuelta, se fue caminando y sentí que yo había ganado. Me reí victoriosamente, pero Hidle me hizo volver a mi asiento silenciosamente".
Pese a que describe un encuentro juvenil, es un recuerdo perturbador.
"La mayoría de los testimonios de primera mano incluidos en el libro son bastante anecdóticos", afirma Helwig.
"Lo que cuentan es interesante. Y lo que no, también".
Muchos describen la muerte de la única manera en la que pudieron entenderla de niños.
"Un día había un hombre ahorcado frente a nuestra casa en Berlín. Un alemán. Había intentado esconderse de la guerra en un edificio en ruinas y lo ahorcaron del poste de luz", cuenta por ejemplo Werner.
"Una vez muerto, lo soltaron. Estuvo tirado durante días con la boca abierta y nosotros, como niños, lanzábamos piedras adentro", sigue su relato.
"Posteriormente se lo llevaron y lo enterraron al lado del pavimento. Como no puede haber cadáveres tirados en la calle, llegaron camiones, excavaron para sacarlo a él y a otros y los metieron en los camiones. Nosotros, como niños, lo observamos", continúa.
"Luego tuvimos que irnos a almorzar. Había crema de maíz para comer pero yo sólo podía pensar en los cadáveres con sus ropas hechas harapos y los huesos salidos y me enfermaba".
"Un acto lleno de ambivalencia"
Los kriegskinder recuerdan a través de los sentidos, a través de los sabores, sonidos u olores.
"Hasta hoy, muchos recuerdan los refugios antiaéreos, el miedo de los adultos que les rodeaban, los muertos y los heridos, los ahorcados y los suicidas, las viviendas bombardeadas y los juegos entre los escombros", escribe en el libro Alexandra Senfft.
Su bisabuelo fue un criminal de guerra nazi, lo que la llevó a escribir "La larga sombra del pasado: los descendientes se enfrentan a su historia familiar nazi", el prólogo de Kriegskinder.
"Ya sea de forma clara o borrosa, muchos conservan imágenes de vuelos y de ’los rusos’; aún sienten el hambre y saborean el chocolate que les dieron los soldados estadounidenses".
Leer estas memorias conlleva acercarse a un entendimiento: al verlos como niños, incluso cuando en las fotos nos encontramos con personas mayores, reconocemos su ambigüedad.
"Reconocer que tu padre o madre fue responsable y reconciliar esto con el amor que sienten por ellos es un acto lleno de ambivalencia y tensiones insoportables", escribe Senfft.
A menudo, el crimen escondido pesa tanto en la mente los descendientes que apenas pueden procesarlo: ¿Cómo puede un padre querido y amoroso haber sido al mismo tiempo un asesino?
"Una minoría consigue diferenciar entre quien cometió el crimen y el padre amado e integrarlos para que cada uno termine de pie al lado del otro. Pero la mayoría niega lo mal hecho o rompe relaciones con sus progenitores".
Pese a que ya ha pasado una generación desde la Segunda Guerra Mundial, lo que sucedió pervive en las dinámicas de las familias.
"Lo que los kriegskinder no aceptaron nos lo pasaron a los bisnietos", escribe Senfft.
"Los psicólogos han descubierto que muchos bisnietos internalizaron la experiencia de sus bisabuelos incluso en los casos en los que nunca se habló de la era nazi. Así que los bisnietos muchas veces poseen la memoria familiar sin haber experimentado los eventos ellos mismos".
En busca de oyentes
De eso se dio cuenta Helwig cuando ella misma tuvo hijos.
"Fue necesario que yo me convirtiera en madre para poder realmente empatizar con mis padres por haber sido testigos de la Segunda Guerra Mundial con cinco y seis años", confiesa.
"La idea de este libro me surgió mientras hablaba con mis amigos y les preguntaba cómo íbamos a enseñar a nuestros niños esta etapa de la historia y cómo los mantendríamos interesados en ella… O cómo les íbamos a enseñar la responsabilidad que viene con ella", recuerda.
"A través de esas conversaciones con mis amigos me di cuenta de que nuestros padres eran probablemente un poco raros en algunas ocasiones y que tenían estos patrones de comportamiento que nos demuestran que crecieron durante la guerra. De esto surgió un diálogo completamente nuevo para nosotros".
Este era su verdadero objetivo: iniciar una conversación.
"Cada alemán sabe del Holocausto, nos educaron en este tema, se ha documentado mucho, pero en realidad lo que no se ha discutido demasiado en las familias alemanas es qué hizo el abuelo o qué pasó exactamente. Pareciera que todavía hay un tabú en cuanto a esto".
El motivo no es necesariamente que los kriegskinder quieran guardar silencio.
"Esa generación se encuentra ahora en un momento en el que han cargado con esto durante mucho tiempo y mucha de la gente que entrevistamos de hecho fue bastante abierta sobre este tema, pero nos decían que había poca gente interesada en lo que querían contar".
Helwig espera que su recopilación de infancias durante la Alemania nazi, con los retratos de una generación cuyos recuerdos pronto desaparecerán, ayude a cambiar eso.
"Hay un proceso emocional en marcha y puede que a través de este, con suerte, surja la curiosidad y se hagan más preguntas para tener conversaciones francas que permitan acceder a esa época", dice la fotógrafa.
"No se trata de victimizar a esta generación, es importante intentar animar a las generaciones a empezar a hablar entre ellas".
El libro termina con una cita del psicólogo israelí Dan Bar-On: "Los conflictos violentos crean zonas de silencio en una sociedad. Los actos y la responsabilidad de los infractores se esconden. Y con ellos, el sufrimiento de las víctimas, el rol de los espectadores… El silencio pasa con frecuencia a la siguiente generación".
A continuación, dos relatos completos incluidos en el libro.
"Ya van varios días con gente pasando por nuestra calle. Cuando escuchamos en la radio que Silesia debe ser evacuada, nos unimos a la multitud que se dirige hacia el Este. Cada noche, cuando oscurece, la calle debe quedar vacía y todos deben buscar dónde dormir.
Una noche, encontramos refugio donde una mujer mayor que tiene muchos gatos. Estamos sentados con ella durante la cena cuando los animales comienzan a saltar salvajemente sobre la mesa y las sillas.
A mi abuela no le gustan los gatos así que está en shock. Pero la mujer nos obliga a salir del apartamento y meternos en una mina vieja.
Se desata el pánico cuando se encienden las sirenas que avisan de ataques aéreos. Más y más gente empieza a empujar para entrar a la mina. Algunos se caen y mueren pisoteados.
Los gatos nos lo advirtieron y nos salvaron".
"Cuando llegan los rusos, nuestra chica, Lisbeth, se sube a una caja llena de fotos de Hitler. Todos los cristales se rompen.
Mi madre se sienta con nosotros, los niños, en un foso de arena que hay en un área de juegos porque cree que así no le pasará nada.
Cuando un soldado sale del sótano, le agarra el pantalón y le grita: ’Maldito ruso, deja en paz a mi Lisbeth!’ A mí no me hace nada".
"Oímos un tremendo ruido que viene desde la residencia de enfrente, así que mi abuela se dirige hacia allí con determinación.
Allá, una madre y una hija yacen sobre la cama desnudas, violadas y con la garganta cortada.
Mi abuela le grita al ruso borracho hasta que se va. Mi madre, que es médico, declara a ambas mujeres muertas y las entierra en el jardín".
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